Viernes, 26 de abril de 2024

Religión en Libertad

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¿Creemos más en la fuerza de la Caridad o en la de las críticas y denuncias?

por Luis Javier Moxó Soto

Hay quien piensa, en muchas ocasiones (o en casi todas), que en todos los casos a través de un debate podemos generar un interesante y rico contraste de posturas y pareceres, en el que unos se apuntarán a tal o a cual interlocutor, y así habrá mayor diversidad y pluralidad. Yo no opino igual.

Cuando los temas que se tratan son de cuestiones opinables, sobre las que afirmar una cosa o la contraria pueden ser igualmente aceptables porque realmente se puede tratar de puntos de vista igualmente respetables, no se da ningún tipo de problema ni de confrontación con nadie, salvo con aquellos más susceptibles, resentidos o heridos por tal o cual experiencia negativa frente a un tercero, llámese persona física o jurídica, quiero decir institución.

Pero, y hablo de mi experiencia y de muchos católicos que pensamos de forma no conformista, y con esto no quiero decir al modo reaccionario, nos preguntamos una y otra vez en la oración y en la reflexión personal, acerca de los que establecen la polémica con lo que dice y hace la Iglesia de forma habitual: Si son mis hermanos, ¿cómo corregir con caridad a quien me parece que engaña y adultera la fe en la que creo?. ¿Cómo dialogar en caridad con quien no ve el amor como motor de cambio en la Iglesia, sino con críticas y denuncias? Es decir, explicándome no sé si más claro, pero intentando una mayor descripción del problema: ¿cómo puedo vivir con la suficiente paz en mi corazón no ya el disenso, no ya la discrepancia formal, filosófica, teológica,… sino algo que siento y percibo desde mi mero ejercicio de la razón (desde luego potenciada por la fe, claro) en parcial o total contradicción o incoherencia?

Porque realmente no me siento un bicho raro, sino alguien realmente normal, con una fe y una preparación teológica más o menos normal, con una aceptación de lo que dice la Iglesia no de forma fanática la verdad sea dicha, y con un afecto hacia el Papa que podría ser mayor y que no es algo fuera de lo que puedo ver en los demás católicos con los que habitualmente me relaciono.

Entiendo que desde un punto de vista exclusivamente crítico, desde una óptica en la que creyendo más en el valor de la denuncia que en del anuncio, pasen desapercibidos con muchísima facilidad detalles que sólo unos ojos llenos de fe, esperanza y caridad pueden percibir. A veces pienso que por ver casi siempre la botella medio vacía se pierden lo mejor y que allá ellos. Pero reconozco que son mis hermanos, aunque en algunos de ellos (no por mí, sino por lo que oigo que ven y dicen en comparación con los que otros, más cercanos a mí, ven y dicen) no puedo sentir mucha afinidad en lo que respecta a la fe en la Iglesia en la que creo ni respecto del Papa al que admiro, respeto y quiero.

La pregunta me la sigo haciendo, se la hago también a los que creyéndose en comunión eclesial para mí no lo están. No porque les juzgue sino porque lo que dicen está en contradicción con lo que a mí me enseñaron y estudié acerca de la Iglesia. Se trata de una imposibilidad mía de poder admitir al mismo tiempo lo verdadero y lo falso, es decir, lo que  creo y lo que no. No puedo aceptar los contrarios, lo siento. Y eso que me esfuerzo al máximo desde toda la caridad que puedo, desde todos mis estudios realizados en Ciencias Religiosas, en serio. No se trata de prejuicios o juicios de valor sobre personas sino sobre todo acerca de las afirmaciones de ciertas personas en las que, lo siento, pero no creo, a las que no puedo creer.

Podré aceptarles desde nuestra común condición de seres humanos, de pecadores, pero no desde hermanos en la fe a muchos de ellos, y no porque mi falta de caridad me lo impida. Más bien creo que es una imposibilidad, como digo, intelectual. No puedo razonablemente, y digo desde el estricto uso de la razón, aceptar el postulado del respeto al derecho a la vida desde su comienzo natural con la fecundación (en el momento de la anfimixia o fusión de los dos pronúcleos masculino y femenino que es cuando al Biología de mis estudios de Medicina me enseñó que ocurría) y su fin natural a través de una enfermedad o accidente, y a la vez aceptar lo contrario, es decir, el aborto y la eutanasia, por ejemplo.

No puedo aceptar razonablemente, no ya sólo desde la fe, pues creo expresarme con la razón de modo suficiente en este momento, que tenga que admitir un principio válido éticamente de generación de la vida distinto a como ésta comienza de modo natural, y no a través de ninguna forma de pretendida equitatividad con, por ejemplo, una manipulación genética.

Nunca se tienen excesivos estudios para juzgarlo todo, pero desde los míos de tres años de Medicina, otros tres de Derecho y casi cinco de Ciencias Religiosas, nunca por soberbia o falta de humildad he querido medirme con nadie para desautorizarle o juzgarle, pero pienso que hay suficientes argumentos de razón para desmontar uno a uno todos los prejuicios, mentiras y malentendidos que sobre la Iglesia tanto se han extendido. Y otra cosa, por último, fallos y pecados los hay y habrá siempre dado que somos humanos en esta divina institución, y estamos llamados todos a la conversión continua. Por el pecado mayor de unos pocos que no cambien de conducta, mientras el Espíritu Santo esté sosteniéndola, la Iglesia no va a caer, ni tampoco cambiar por las denuncias de escándalos de otros, sino por la caridad de todos y el verdadero testimonio de esperanza.

Soy también de los que piensan que no hay caridad sin verdad ni verdad sin caridad. Y en esa tarea creo que debemos andar todos hoy. No engañarnos, no engañar, convertirnos constantemente, corregirnos fraternalmente y procurar todos la comunión con Dios y con los hermanos en una misma Iglesia.

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