La Inmaculada, sueño de Dios
El 8 de diciembre se celebra la fiesta de la Inmaculada o el día de la Purísima, en la que la Iglesia nos recuerda que María, la Madre de Jesús, fue liberada por Dios del "pecado original". Fue un tema que se discutió, entre los católicos, durante siglos, hasta que el papa Pio IX lo definió como dogma de fe, el 8 de diciembre del año 1854. Podriamos decir, en términos coloquiales, que la "culpa" de la fiesta de la Inmaculada la tiene el pueblo de Dios, los muchos más de dos millones de hombres y mujeres sencillos y anónimos, que a lo largo de los siglos, han ido configurando en la Iglesia la devoción a María, la misma Mariología. Desde aquella multitud de habitantes de Éfeso, que organizó en la noche, aquella sencilla y espontánea procesión de antorchas para proclamar su fe en María como "theotokos", como Madre de Dios, hasta los que, en nuestros días, protagonizan tambien multitudinarias Vigilias de la Inmaculada, proclamando la Purísima Concepción de María. Quizá nada exprese mejor este fervor mariano del pueblo español que ese saludo "Ave María Purísima, sin pecado concebida", que resuena en los locutorios de los conventos, en la llamada para entrar en los hogares, en el inicio del sacramento de la penitencia. El arte recoge este eco: Murillo plasma este sentimiento en 27 representaciones, en cuadros sublimes y admirados. Y Carlos III es el que propone a las Cortes Españolas que la Inmaculada sea declarada Patrona de España y de todas sus posesiones. Proclamar a María Inmaculada es una manera de afirmar que María, la Madre de Jesús, fue una mujer singular, única, ejemplar como nadie más. Porque, en María, lo inhumano no dañó su profunda humanidad. Fue la mujer ideal, ejemplar, por su bondad, su rectitud, su honradez, su genialidad para ser la educadora de Jesús, la mujer buena y cabal que colaboró de forma decisiva para educar Jesús. María es un sueño de Dios, un sueño realizado. Porque Dios tuvo el sueño de un hombre a quien no quitó la libertad y por eso pudo pecar, y entonces, a causa del pecado, el sueño no se realizó. La historia de la humanidad se debatió entre los profundos deseos de felicidad y los tristes sucesos de miseria y pecado. La historia del hombre es una historia de pecado, y la Biblia no tiene empacho en decir que llegó Dios a arrepentirse de haber creado al hombre (Gén 6,7). Liman la frase los teólogos como pueden, pero ahí está. La verdad es que ese "arrepentimiento divino" de haber creado al hombre se llama redención. Salvar al hombre fue la verdadera manera que Dios tuvo de volver a su sueño, rehaciendo al hombre y dándole una nueva oportunidad de plenitud y felicidad. Y en ese "sueño de Dios", entró María, hecha con la misma masa con que estamos hechos todos, hecha de la misma naturaleza que en Adán había caído y que estaba sujeta al dolor y a la desgracia. Pero María no se vería envuelta en la negrura de la culpa, brillaría por su pureza espiritual y su limpieza moral, y como explicaba admirablemente un gran teólogo, José Luis Repetto, "se haría absolutamente parecida en lo moral y místico al nuevo Adán, el Hijo que nacería de ella". Dios nos quería hijos en el Hijo: el ideal se cumple en María, el sueño se cumple en María, la ilusión divina se cumple en María. El papa Francisco nos ha dicho tiernamente: "Dejémonos llevar por la mano de la Virgen. Miremos hacia arriba, el cielo está abierto; no despierta temor, ya no está distante, porque en el umbral del cielo hay una Madre que nos espera".