Viernes, 01 de noviembre de 2024

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Aquellos mensajes de Albert Camus

por Luces en mi agenda

Vuelve a la memoria estos días, cómo no, en plena vorágine de inquietudes y zozobras por el coronavirus, la novela Albert Camus, La peste, que tiene como escenario la ciudad de Orán, donde aparece durante la década de 1940, una extraña plaga de ratas. Un 16 de abril, el doctor Rieux se tropieza con uno de esos animales en la escalera del edificio donde vivía. Al día siguiente, varios pacientes y amigos ya hablaban sobre las ratas, pues iban invadiendo el lugar. Poco a poco, la ciudad empieza a inquietarse y a conmocionarse. Con una visión ciertamente profética, Camus escribió esta obra en un lenguaje sobrio y espontáneo. El estilo es vigoroso y conciso, destacando la problemática del humanismo. Junto al doctor Rieux, el periodista Rambert, un muchacho feliz, que descubre el valor inmenso de la solidaridad. Ha dejado en Francia a una mujer amada y viaja a Orán, para hacer un reportaje, pocos días antes de que en la ciudad se desencadene la peste. No es un hombre profundo. Hace su oficio y no es amigo de las grandes ideas o las grandes cavilaciones. Vive. Y su vida es dichosa, iluminada por uno de esos amores sencillos, sin complicaciones, que tan bien sabía pintar Albert Camus. Rambert es el símbolo del joven moderno que se dedica plenamente a ser feliz. Pero la peste le sorprende en Orán y queda encerrado en la ciudad cuando en ella se declara la cuarentena. Su primera reacción es de cólera: el problema de la ciudad es algo que a él «no le concierne». No se siente ligado a las medidas que las autoridades adoptan. Piensa que el suyo «es un caso personal». Y decide escapar, contraviniendo las normas comunes. Él, piensa, no es culpable de lo que ocurre en la ciudad. Cuando consulta su caso al doctor Rieux, el personaje central de la obra, que ha decidido renunciar a su propia dicha para curar a los apestados, el doctor aprueba su decisión: respeta el derecho a la dicha de Rambert y sabe que su decisión personal de renunciar a ella no le permite imponer a los demás esa renuncia. Le ayuda, incluso, a conseguir una fuga que no se permite a sí mismo. Pero mientras Rambert está preparando su escapada, va descubriendo que, cuando en una ciudad hay peste, ya no hay «casos personales». Descubre que «el hombre es una idea bien pobre cuando se aparta del amor» y empieza a «sentir vergüenza de ser feliz él solo». Esto le empujará a renunciar a su dicha para embarcarse en la aventura de combatir uno de los sentimientos más nobles del hombre: la solidaridad. Camus va salpicando su novela de mensajes sublimes: «hay en los hombres más cosas dignas de admiración que de desprecio», o este otro: «bien sé que el hombre es capaz de acciones grandes». Quizás, el más importante de todos, Camus lo coloca en las lineas finales de su novela, con un aire tremendamente pesimista: «El bacilo de la peste no muere ni desaparece jamás. Puede permanecer durante decenios dormido en los muebles, en la ropa, que espera pacientemente en las alcobas, en las bodegas, en las maletas, los pañuelos y los papeles, y que puede llegar un día en que la peste, para desgracia y enseñanza de los hombres, despierte a sus ratas y las mande a morir en una ciudad dichosa». Terrible profecía que se encarna en las entrañas de nuestro siglo XXI, cuando la cultura europea da la impresión de ser una apostasía silenciosa por parte del hombre autosuficiente que vive como si Dios no existiera. «Europa agoniza, dice el cardenal Sarah, y el tiempo apremia. Europa es estéril. Un mundo sin Dios y sin valores morales y religiosos es una ilusión letal. Este disfrute materialista es agónico. Estamos asistiendo impotentes al tránsito de una era humana, a una era animal». La famosa novela de Camus es hoy una palpitante meditación para el hombre moderno.

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