Viernes, 17 de mayo de 2024

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Antífona de entrada A-III / Filipenses 4,4.5

por Alfonso G. Nuño

 

Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito: estad alegres. El Señor está cerca (Flp4,4.5).
El morado de las celebraciones del Adviento pone de manifiesto el carácter penitencial de este tiempo. Si esto es algo que debe estar siempre presente en el cristiano, sin embargo hay momentos del año litúrgico en que se pone más de relieve. El tercer domingo del Adviento, sin dejar lo penitencial, queda matizado con la alegría, que se vierte en la posibilidad de usar ornamentos rosas. La penitencia es alegre por esperanzada.
 
El apóstol, por muchas veces que hayamos cantado la antífona, no deja de sorprendernos. No solamente, siguiendo el mandato del Señor (cf. Lc 18,1), nos manda orar siempre sin interrupción (cf. 1Tes 5,17), sino que también nos impera a estar siempre alegres. Y tan importante debe ser esto que lo repite; si redoblado es el mandato, parece que redoblada deberá ser la obediencia.
 
Y lo que es así en la celebración eucarística, también lo ha de ser en la vida de la comunidad de creyentes y en la individual de cada uno de ellos. La liturgia responde a la revelación y es espejo de la fe. Las celebraciones concretas ponen de manifiesto la verdad de nosotros mismos como comunidad creyente y como fieles; y cómo se ha de celebrar es la guía de cómo se ha de vivir. Si nuestras celebraciones son tristes es que la nuestra es una triste vida de fe; si la celebración ha de ser alegre, así nuestro vivir debiera serlo.
 
¿Y cómo vivir este mandato? De las mayores penas que pueden darse en la vida de fe, una es la reducción del crecimiento espiritual a tratamiento de los síntomas. Estar siempre alegres no es simplemente tener una sonrisa en los labios, no es fingir algo, por más que en algunas circunstancias, por caridad, no haya que mostrar la tristeza a alguien. Pero la imitación externa de lo que en los santos se manifiesta no puede ser una constante. Estar siempre alegres ha de ser por tanto algo más radical.
 
La alegría, la tristeza, el miedo, la esperanza,… no se pueden fabricar directamente. Hay cosas que son resultado inmediato de nuestra voluntad y quehacer, otras son consecuencia de un fin alcanzado. «Allí donde esté tu tesoro, estará también tu corazón» (Mt 6,21). Sufrimos cuando nuestro tesoro es dañado, tememos cuando es amenazado. Solamente hay una forma de estar siempre alegres: que nuestro tesoro sea uno que no pueda sufrir daño, que sea imperecedero, que no falle nunca. Ese tesoro invulnerable solamente es Dios.
 
Estar siempre alegres es una consecuencia de estar siempre y totalmente en el Señor. El apóstol nos manda estar en Él y nosotros lo cantamos alegres en esta antífona. El Señor está cerca, ¿cómo no estar alegres, si es Él nuestra riqueza? Los santos, en medio de grandes sufrimientos externos e internos, a los ojos de los demás desbordaban gozo.
 
[Un comentario a la antífona de comunión de este domingo lo tenéis AQUÍ]

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