Viernes, 26 de abril de 2024

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La creciente esclavitud sexual de la infancia

por Catolicismo para agnósticos

Por más que toda la información que tenemos sobre homosexualidad y pederastia se refiera al ámbito de los dominadores (dueños de esclavos), no podemos deducir de ahí que estas instituciones fuesen características de los hombres libres. Porque es la tónica general (obvia por lo demás) de toda la literatura, no informar de la vida de los esclavos.  Es altamente probable que la homosexualidad fuese un cultivo específico de esclavos, puesto que estaban rigurosamente separados por sexos; de lo contrario, ningún sentido hubiese tenido la utilización del sexo como moneda de pago servil. Cabe añadir también que era un sucedáneo eventual de la heterosexualidad mientras no se podía gozar de ésta. Y sobre la pederastia, lo mismo que el amancebamiento: los señores podían hacer lo que les apeteciese con sus esclavos y esclavas. Y con frecuencia se servían de los adolescentes y no de las adolescentes, porque les resultaba antieconómico desvirgarlas si las destinaban a la venta: sufrían por ello una seria devaluación. 

Es evidente en cualquier caso, que en la cultura en que se forjaron el nombre y la institución del matrimonio, a nadie se le ocurrió que a la relación sexual entre dos hombres se la pudiera ni considerar ni llamar matrimonio: hubiese sido una flagrante contradictio in términis. ¿Cómo llamarla matrimonio si no había en él una mater? Imposible de toda imposibilidad. Y en caso de darse (en ningún otro ámbito que en el de la comedia), risum teneatis, amici, hubiese dicho Horacio: amigos, procurad que no se os escape la risa.

Sí que hubo en cambio una institución legal para estas situaciones que tanto abundaron en la Roma clásica: la adopción. Era habitual entre las nobles familias romanas, entre ellas la imperial, que el menos noble enviase alguno de sus hijos adolescentes y hasta niños, a criarse en una familia más noble. Era una excelente manera de “hacer carrera”. De esta institución proceden todos los nombres infantilizantes del servicio doméstico: desde nuestros “criado” y “criada” (de “criar” y relacionado con “criatura”), hasta los “minyons” y “minyones” de Cataluña, pasando por los “mozos y mozas” y llegando a los boys ingleses. Y también de ahí, de la infantilidad, la salida de la adopción.

Hay que destacar algo absolutamente capital: y es que en el mundo de los señores y de los hombres libres, una niña o una moza (en general, una mujer) era intocable: porque de no respetarla, se comprometía su maternidad como bien particular, y la propia maternidad como bien social; maternidad que de ningún modo tenía que ir desligada de la paternidad (y por tanto del matrimonio). Partiendo de esta base, la inclinación a los abusos se desvió de las jóvenes a los jóvenes, puesto que  en la relación sexual con niños y adolescentes no existía riesgo alguno a este respecto. Justamente por este motivo es relativamente frecuente encontrar culturas en las que la pederastia está tolerada e incluso bien vista, porque gracias a ella quedan a salvo la maternidad y la paternidad: y por este motivo quedan también a salvo las niñas y adolescentes.

Es también el caso de la actual pederastia de los señores de la guerra en Afganistán, donde las mujeres son respetadísimas (interesante reportaje al respecto de Televisión Española): y éste es sólo un botón de muestra. Es asimismo el caso del tremendo avance de la pederastia en occidente, cada vez más tolerada y alentada (no cesan de rebajar la edad de las relaciones “consentidas”, e insisten cada vez más en la “educación sexual integral” (es decir, también homosexual): la más descomunal tapadera de la pederastia. El tráfico de pornografía infantil, con espeluznantes tintes sádicos en muchísimos casos, es la más alarmante muestra del avance de la pederastia en nuestra sociedad. Y de nuevo son los niños, y no las niñas, el objeto preferido de esas depravaciones. Es uno de los resultados más espectaculares de la “liberación sexual” (obviamente de la mujer), uno de los grandes objetivos del feminismo; pero justo en el sentido auténtico de liberación, y por tanto contra la dirección dominante.

Efectivamente, allí donde no hay mujeres o donde éstas no son asequibles por estar especialmente protegidas, florecen la homosexualidad y la pederastia. Así ocurrió en Roma, donde la pederastia fue muy bien vista si acababa con un buen desenlace (el mejor de todos, la adopción) y tras adquirir carta de naturaleza se extendió en la sociedad. Pero como sólo en los más altos niveles solía acabar así de bien el disfrute sexual de los niños y adolescentes, esta práctica degeneró en la que podríamos llamar la institución de los “putos”, la réplica de la prostitución en niños y adolescentes varones.

Virgilio dramatiza las cuitas derivadas de un affaire con uno de éstos: Dispeream, nisi me pérdidit iste putus: Me perderé, si es que no me ha perdido ya este “puto”. Sin autem preacepta me vetant dicere, sane non dicam, sed “me pérdidit iste puer”. Pero puesto que las normas me prohíben llamarlo así, no se lo llamaré, sino que diré “me ha perdido este chico”. Vemos bien claro cómo la prostitución y el “puterío” son dos categorías distintas: la primera afecta a la mujer (sin mención a su edad), y el segundo al chico joven, de cuya “belleza” disfrutaban hombres adultos. Pero tenían para ello una elegante cobertura: no era en régimen de disfrute exclusivamente sexual, sino en régimen de hetairismo, es decir de compañero entre espiritual y cultural con derecho a roce. Era casi inevitable pasar del amor espiritual al físico. ¡Al fin y al cabo les daban tanto a cambio!  

Hay que precisar que este “uso” sexual de los niños por parte de los varones adultos, fue siempre algo temporal. Nadie pretendió ni esperó nunca que esas uniones durasen para siempre. Sólo se concebían con niños prepúberes, adolescentes y jóvenes muy jóvenes. Obviamente, una vez alcanzada cierta edad ya demasiado varonil, y con otros más jóvenes esperando su turno, se agradecían los servicios prestados y la relación se extinguía. Era inconcebible pensar en una unión estable o en crear nada sobre esa relación sexual. ¡Ni menos un matrimonio! Si había empeño por construir algo sólido sobre esa singular relación una vez extinguido el interés sexual, se recurría a la figura  legal de la adopción: tan potente como el matrimonio, pero menos estridente.

Tampoco se pensó en ningún momento que la pederastia fuese el camino hacia una “opción homosexual” de por vida, o en que el sexo pudiera ser opcional. Los romanos no habían descubierto (ni tampoco los griegos) la “opción homosexual” a pesar de su fuerte inclinación a la pederastia. Simplemente los mismos que inventaron el vómito provocado para poder seguir “disfrutando” de su glotonería, decidieron no renunciar a ninguna posibilidad de disfrute del sexo. Sin ideologías de fondo, si exceptuamos el artificio ideológico de Platón en el Banquete, un auténtico canto a la pederastia: la de los maestros filósofos. Tan encaprichados estaban éstos en el disfrute sexual de sus jóvenes alumnos, que sus padres se veían obligados a asignarles un esclavo que asistiese con ellos a las clases, a fin de interponer una barrera a esos desmanes. Y tan bien les parecía eso, que el mismo Sócrates postulaba como umbral para la legitimidad de esas pretensiones de los maestros, que los alumnos de los que querían disfrutar alcanzasen al menos la edad púber.

Pero esto ocurría en el bando de los señores. ¿Y en el de los esclavos? Los esclavos eran por definición los chicos para todo, absolutamente para todo lo que quisieran de ellos sus dueños. No se podían resistir ni tenían ley que les amparase. Así que cuando se puso de moda (que tuvo en tiempos caracteres de moda) disfrutar sexualmente de todo lo que se les pusiera por delante, los que no tenían en casa adolescentes nobles para gozar de ellos, echaban mano de sus esclavos niños y adolescentes y se daban el capricho. Hubo tiempo en que las relaciones sexuales con los esclavos estaban mal vistas y condenadas socialmente; pero eso quedó anticuado.

Las costumbres se fueron relajando: la virtud (la conducta del “vir” que defendía con las armas su libertad y la de los suyos) era cada vez más fatigosa. El comportamiento del hombre libre se fue pareciendo cada vez más al del esclavo. Porque ciertamente eran muchas las cosas en que los hombres libres envidiaban a sus esclavos: una de ellas, en la moral. Los esclavos no tenían ni leyes ni moral: tenían amo.

La promiscuidad sexual entre los esclavos varones era el aliviadero de la presión sexual; del mismo modo que lo ha sido siempre en las cárceles y lo es en todo ejército que no tiene bien resuelto el servicio de prostitutas (“Pantaleón y las visitadoras”); y lo es en toda institución en que están encerrados hombres solos sin posibilidad de acceso a las mujeres (la psicología añadirá entre éstos, a los hombres que no consiguen superar las barreras que los separan de las mujeres). Es en resumen ahí, entre los esclavos y los que se encontraron en situación análoga, donde se desarrolló una homosexualidad más clara: más parecida a una “opción sexual” distinta de la condición sexual en la que nació cada uno. A falta de la deseada heterosexualidad, naturalmente.

Volviendo a la pederastia, le pongamos el nombre que le pongamos y la pintemos como la pintemos, es el formato de esclavitud infantil más doloroso, más humillante, más degradante y más vergonzoso no sólo para los que la crean y para los que la sufren, sino para todos los miembros de la especie hombre; porque la existencia de esas prácticas y el grado de consentimiento social indispensable para que tengan la enorme extensión que tienen, es un baldón para todo ser humano.

¿En qué categoría humana tendríamos que colocar a los miles y miles de niños “usados” en la pornografía infantil? Sin la menor duda en el último escalón de la esclavitud. Sólo los esclavos pueden ser usados y abusados de forma tan infame. Y ésa es sólo la punta del iceberg; porque detrás de esa descomunal red de incitación a la utilización de niños como meros objetos sexuales, existe la realidad mucho más difusa y más honda de los que, incitados y aleccionados por esos maestros de la perversión, buscan la manera de satisfacer sus torcidos instintos. Por eso no para de crecer la masa de niños sacrificados a esa brutalidad (entre ellos la mayoría de niños robados: se salvan aquellos por los que se pide rescate, y pocos más).

Y vean el alto nivel de enfermedad de esta humanidad que nos ha tocado vivir: si esas imágenes de perversión sexual fuesen de animales, las organizaciones que se ocupan de garantizar la bondad humana y el respeto para con los animales, pondrían el grito en el cielo, y el mundo entero sería un clamor martilleante contra esas prácticas. Pero como no son animales, tampoco hay para tanto. Y por otra parte la sórdida red de los interesados en estas prácticas es extensísima, y tiene en sus manos muchísimo poder. Hasta el de determinar que hablar de esta tema es políticamente incorrecto.

Triste es, ciertamente tristísima, la esclavización de los niños en el trabajo. Pero ésa al menos empieza cuando el niño es capaz de trabajar. La esclavización sexual en cambio no tiene fronteras: empieza en los bebés. ¡Y pensar que en los “países desarrollados” hay partidos políticos cuya razón de ser es la defensa de la pederastia! Y a eso lo llaman libertad: ciertamente, se dan los más altos niveles absolutos de libertad, cuando el que goza de ella es libre incluso para esclavizar a otros. Y ya no digamos nada cuando esta esclavización sexual tiene forma de incesto: víctimas de los propios padres y de otros miembros de la familia; uso y abuso sexual de los niños sin defensa posible. Y encima, la poderosísima red de la pederastia está empeñada en eliminar de las leyes el incesto.

Y lo peor de todo, es que nos hemos metido en una espiral creciente de esclavización sexual: porque esas víctimas, perdidas ya para una vida sexual sana y conforme a la naturaleza, cuando llegan a la edad adulta se convierten a su vez en esclavizadores sexuales de niños. Muy bien ejemplificado en el reportaje de Afganistán. Estamos ante el horrible problema de la pederastia, que crece en el mismo jardín que el incesto: entre los responsables de tutelar y formar a los niños. Ciertamente horrible: los lobos puestos al cuidado de los corderos. Ya se sabe que con las estadísticas se puede hacer de todo. Pero parece bastante cierto que más del 80% de los delitos de pederastia tienen como autores a homosexuales. Y parece también bastante cierto que un altísimo porcentaje de homosexuales han sido “fabricados” como tales en su niñez por homosexuales que han recurrido a la pederastia para satisfacer sus deseos.  

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