Martes, 30 de abril de 2024

Religión en Libertad

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Esclavos redimidos

por Catolicismo para agnósticos

La lucha por la libertad ha sido el gran objetivo de fondo de todos los que a lo largo de la historia han salido a la palestra a ofrecernos nuevos modelos de humanidad. Ha sido una lucha titánica en la que ha habido avances y retrocesos. Actualmente estamos en uno de los peores retrocesos. Y sintomáticamente este retroceso coincide con las más ostentosas proclamas de libertad que jamás se han hecho. Agucemos las entendederas por tanto, puesto que las armas con que juegan los que luchan por acentuar y perpetuar nuestra esclavitud son el engaño y la mentira.

El escenario en que ha tenido lugar la lucha por la libertad ha sido obviamente la peor plaga que ha sufrido la humanidad: la esclavitud. Quiero decir que todas las luchas que ha emprendido el hombre por la libertad, desde la esclavitud las ha emprendido. ¿Desde dónde, si no? Y por si alguien dudase respecto a la esencia de la esclavitud, la historia de esa liberación nos la muestra bien transparente: el contenido de la esclavitud es el TRABAJO. Es decir que la esclavitud no es más que un medio para alcanzar el fin perseguido, que es el trabajo. Seguimos suspirando pues, por esa liberación que tan lejos nos queda aún. No sé si me explico. Lo que quiero decir es que la esclavitud sigue siendo hoy el trabajo forzado, pero camuflada tras la parafernalia de los contratos, los impuestos y los intereses, cuyo poder esclavizador no es inferior al de la esclavitud y la servidumbre clásicas.

Por hacer un prebarrido del escenario en que nos movemos, adelanto una definición de trabajo: cualquier actividad que se hace a cambio de retribución en beneficio de tercero. En el régimen de esclavitud (cuyo fin es lucrarse con el trabajo del esclavo) no hay más retribución que la manutención. En el régimen de contrato de trabajo la retribución es el salario, que a la mayoría de asalariados, ¡paradojas de una falsa libertad!, no les alcanza para una manutención asimilable a la del esclavo. Y nuestro enfeudamiento (me refiero a la copia del feudalismo) con las entidades financieras y con el sistema de poder al que estamos sometidos, lo pagamos encadenándonos “libre y voluntariamente” al trabajo. ¡Qué novedad!, ¿no?

En este momento de la historia de la esclavitud en que el trabajo, totalmente ajeno ya a la necesidad, se ha revestido de una perversidad diabólica, es oportuno recordar que el contenido y el fin de la esclavitud es beneficiarse o lucrarse uno del trabajo ajeno. Y sin duda la peor perversión que podía sufrir el trabajo, es que la mayor parte de éste ni tan siquiera obedezca a la cobertura de ninguna necesidad, sino única y exclusivamente al objetivo de la explotación: tener a los obreros, a los súbditos y a los deudores trabajando duramente; y para que no paren de trabajar, obligarlos a consumir lo que ellos mismos producen, acelerando e intensificando el consumo de su producción mediante las modas cambiantes y la obsolescencia, para así poder forzarlos a trabajar más y más y mucho más. Ni los peores dueños de esclavos idearon nada parecido en sus más perversos delirios de dominación.  

Confío en que, por lo dicho hasta ahora, se entienda claramente cuál es mi tesis de partida: aunque contractualmente no seamos esclavos, lo somos realmente, puesto que se están haciendo todos los trucos imaginables para mantenernos uncidos al trabajo como el buey al arado. Si nos hacen trabajar tanto, no es porque eso nos haga más libres ni más felices, sino porque nuestro trabajo -¡y nuestro consumo!- les produce a terceros lucro y poder. La inmensa mayor parte de nuestro trabajo está, efectivamente, al servicio del lucro y del poder. Pues bien: a esa clase de trabajo para otros, se le ha llamado siempre esclavitud. 

El trabajo, que hace su aparición en nuestra cultura como una condena: “comerás el pan con el sudor de tu frente”, se nos está vendiendo desde la revolución francesa (hace poco más de dos siglos) como una fuente de libertad y de dignidad. No me refiero a la actividad realizada por placer y sobre todo por no estar ocioso, a la que los romanos llamaron obviamente ne-otium (¡ya ven qué hermoso origen tiene el negocio!), sino al trabajo sometido a las órdenes y a los intereses del que lo explota. A este trabajo era al que se referían los burgueses-financieros que promovieron la revolución francesa (que llevaba aparejada ¡la liberación de los siervos!) cuando dijeron eso de que “El trabajo dignifica”. El colmo del despropósito es cuando llega el feminismo y se propone liberar a la mujer mediante el trabajo servil. A ella que tiene un gran ne-otium, aunque en parte sea oneroso. ¡Menuda reinvención de la libertad!

Entiendo que sea difícil digerir lo que llevo dicho hasta el momento, que por ahora no son más que afirmaciones gratuitas, difíciles de entender y de aceptar, porque van en dirección diametralmente opuesta a la estándar. Pero es mi intención argumentarlo y documentarlo todo, espero que cumplidamente. Lo que pretendo analizar (el presente del trabajo y de la explotación político-financiera-empresarial de todo trabajador) es el último episodio de una historia (no la de la esclavitud, sino la del empeño por liberarnos de ella) que según mi leal entender empezó hace tres milenios y medio.  

Y por entrar en harina, pongo ya sobre el tablero del debate, el hecho del que arranca NUESTRA HISTORIA de liberación de la esclavitud. Digo “nuestra” refiriéndome a toda la civilización occidental. Parto de la siguiente hipótesis de trabajo: el primer paso en nuestro camino de liberación de la esclavitud es el éxodo de Israel de Egipto y la subsiguiente construcción de una nación a partir de aquella masa de esclavos. Aunque difícilmente se cerrará el debate sobre cada uno de los datos con que se construye esta historia, partimos de certezas suficientes como para sostener la tesis de que la creación del pueblo de Israel hace unos 3.500 años y sobre todo las NORMAS ESCRITAS por las que se rige este pueblo recién liberado de la esclavitud, constituyen el primer paso del largísimo camino de nuestra civilización (la occidental) por vencer la alternancia fatal de dominación y esclavitud. Por ponerle coto a la condición esclava del hombre.   Se trata de un nuevo diseño de humanidad que requería una nueva CONSTRUCCIÓN IDEOLÓGICA radicalmente distinta de la existente. La hazaña de Moisés constituía una profunda y arriesgada revolución.

En esta primera aproximación a la epopeya de la liberación (¿del pueblo de Israel o del hombre? Ya veremos), quiero sólo apuntar, para más adelante desarrollarlo con sosiego, uno de los dos caracteres esenciales de la liberación: PONERLE COTO AL TRABAJO. La primera institución mediante la que se acometió este objetivo, fue la santificación de un día a la semana, el SÁBADO. Esta santificación tenía dos elementos: el culto al único Señor y el DESCANSO. El empeño que puso la “ley de Moisés” en terminología agnóstica, y la “Ley de Dios” en terminología religiosa, fue inmenso: el que sólo una gran causa merecía. Al mismo objetivo obedece la institución del jubileo, que ponía límite a la esclavitud (tanto la personal, como la de los bienes de subsistencia) y que nosotros hemos calcado parcialmente al crear la jubilación. Lo esencial era ponerles coto a la esclavitud y al trabajo.  

Con esta singular y novedosísima legislación, queda iniciado el largo camino de nuestra liberación de la esclavitud del trabajo. Un camino en el que, evidentemente nos hemos perdido. Luego tendremos que explicar un punto de inflexión trascendental: el símbolo del cristianismo es nada menos que la cruz, el patíbulo reservado a los esclavos rebeldes. Y por si eso no fuera suficiente, resulta que en la construcción ideológica cristiana, la pasión y muerte de Cristo son el precio de la REDENCIÓN del hombre.

Está claro que sólo se redimen esclavos y cautivos. Y está igualmente claro que junto a la redención espiritual, la Iglesia tuvo que emprender la redención real de la esclavitud vigente durante el imperio romano, y luego camuflada bajo el contrato feudal en forma de servidumbre. Demasiado parecido al contrato político, al contrato hipotecario y al contrato laboral que nos tienen hoy uncidos al trabajo. ¿Cómo se ha desarrollado todo este empeño de redención a lo largo de los siglos? ¿Fuimos esclavos redimidos y hemos renunciado a esa redención? Intentaré en sucesivas entregas recorrer la memoria de nuestra esclavitud, por ver si eso nos ayuda a entender mejor dónde estamos y hacia dónde vamos.  

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