Jueves, 18 de abril de 2024

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Vivir como si fuera el último día

por Guillermo Urbizu


Vivir como si fuera el último día. Difícil objetivo. La cuestión no se plantea, es peliaguda. Prohibido. ¿Morir? ¿Yo? Con la de cosas que tengo que hacer, y leer, y curiosear. Anda calla, déjate de pensamientos negros, de pronósticos agoreros. Y se da por hecho que nos quedan años, muchos años de vida. Décadas enteras de disfrute o fatiga, pero muy vivos. Y si ha de pasar otra cosa, chitón, no me pongas nervioso. Además, ¿tú que sabrás? ¡Qué sombrío el tío! Ya son ganas de fastidiar el sol radiante, con este cielo tan azul y mi salud pujante de energía. El último día, el último día. Y nos pasamos el tiempo distrayendo el alma de lo que es fundamental, braceando en el ámbito de lo vano. Sólo de pensarlo... Nadie se imagina muerto o casi cadáver o elucubrando sobre este tipo de realidades consideradas morbosas. Toquemos madera. Dicen. Si supiera que era mi último día, si lo supiera, lo más seguro es que me moriría del susto, me rebelaría, me desgañitaría en una ansiedad muda y distante. Ay, si lo supiera, si lo supiera no haría más que llorar como un cobarde. Eso es seguro. Me temblarían las rodillas y no daría una a derechas. Me derrumbaría sobre la cama o el sofá o la inercia. ¿Y ya está? ¿Esto era todo? ¿Me dolerá algo, sentiré ahogo? ¿Cómo será?
 
Pero la verdad es que yo no me refería al hecho concreto de morir y arréglatelas como puedas. Me refería al hecho igual de concreto de vivir. De vivir con intensidad y más provecho los años que tenemos pendientes todavía. Rectificando quizá el alma. O el corazón. Puede que merezca la pena subsanar destrozos y perdonar agravios. Supuestos o no. Y vivir cada jornada como si fuera la concluyente, la que inaugura la dimensión eterna (no pocos elucubran que luego no hay nada y sufren lo indecible, aunque se callen y no digan y levanten un muro de silencio, ojeriza o soberbia). La muerte es algo natural, la muerte es un momento de la vida, y no la vida un momento de la muerte. No obstante, ahora que lo pienso, la vida que se vive con plena conciencia, divina y trascendente, la vida que no esquiva la realidad de la muerte y no la considera un aniquilamiento definitivo y desea ver a Dios-Amor; esta vida vive más, aunque viva menos (si es el caso). Esta vida se va transformando en Cristo, ilumina y es feliz. Para qué vamos a andarnos por las ramas.

Vivir como si fuera el último día significa poner más énfasis en el amor, en la caridad, en el cariño. Vivir como si fuera el último día significa ir dejando tu vida desprendida de lo innecesario, de todo eso que sobra y que tanto nos inquieta y maniata el latir del corazón. Vivir como si fuera el último día significa no quejarse, no dejarse llevar por lo que se lleva, o besar mejor ese beso que besamos. Es estar más pendiente del alma y poner con una sonrisa la lavadora. Es ser puntuales con Dios y darle las gracias por todo lo concedido, sin apenas mérito por nuestra parte. Vivir como si fuera el último día es decir “me he equivocado” y seguir trabajando con perfección cristiana. Y es acrecentar la ternura del matrimonio y no dejar que siempre saque otro la basura. Y es hablar de Dios a los amigos, porque no nos podemos aguantar de amor y se nos escapa el alma por las palabras.

Ay, vivir como si fuera el último día. La posibilidad de enmendarnos, de querer ser santos. Y que todo sea el ensayo de una cercanía, de un enamorarnos. Sin desmayos ni amarguras.
 
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