Sábado, 20 de abril de 2024

Religión en Libertad

En Nápoles ante la licuación de la sangre de San Genaro

El Papa denuncia el «terrorismo del chismorreo»: «Uno va lanza la bomba y se queda fuera»

El papa Francisco en Nápoles
El papa Francisco en Nápoles
La licuación de la sangre de San Genaro, milagro que se repite tres veces al año, hoy se repitió con la llegada del papa Francisco a la catedral de Nápoles. Este hecho inexplicable por la ciencia y milagroso para los católicos, se registró por última vez durante la visita de un papa con Pío IX en 1848, cuando se escapaba de la revolución de Roma. No se registró ni con san Juan Pablo II, ni con el papa emérito Benedicto XVI.

"La sangre se está licuando, y ya está a mitad", dijo dirigiéndose al Papa y al público el cardenal arzobispo de Nápoles, Crescenzio Sepe. El Santo Padre dijo que si se ha licuado a mitad, quizás tenemos que ser mejores para que se licue el resto. 

En la catedral de la ciudad
En su viaje apostólico a la ciudad de Nápoles que el Santo Padre está realizando este sábado, después de la visita al Santuario de Pompeya, de la misa en la Plaza del Plebiscito y de visitar y comer con los presos, se dirigió por la tarde temprano a la catedral de la ciudad.

Allí el Santo Padre llegó en medio de un gran entusiasmo por parte de los presentes. El cardenal Sepe, indicó que allí estaba presente el corazón de la Iglesia de la ciudad. “He dado autorización a los siete conventos de clausura de la Nápoles para que vengan aquí” dijo el cardenal. En ese momento, algunas monjas de clausura, con gran espontaneidad se acercaron corriendo al Papa, y el cardenal les pidió regresar a sus lugares. “Si estas son las monjas de clausura imaginémonos las otras...”, bromeó el purpurado.

Sacerdotes, religiosos y religiosas, monjas de clausura, diáconos permanentes y seminaristas de Nápoles han recibido esta tarde al santo padre Francisco en la Catedral de la ciudad, en un ambiente de profunda solemnidad y oración. En representación de todos los presentes, el vicario episcopal para el clero y el vicario episcopal para la vida consagrada han hecho dos preguntas al Papa.

Ser sacerdotes es bonito, pero, ¿cómo vivir siempre el valor profético de la fraternidad presbiteral concretamente vivida y evitar ser luchadores que van por libre? Esta ha sido la pregunta del vicario para el clero. La pregunta de parte de los consagrados ha sido sobre las luces y las sombras que experimentan, los signos de esperanza que se deben privilegiar.

El Papa dijo "he preparado un discurso, pero son aburridos los discursos, se lo entrego al cardenal y después lo hará conocer. Prefiero responder a algunas cosas".

Recordó que el centro de la vida de un religioso, sacerdote o consagrado "es Jesús". Reconoció que hay dificultades, "porque en un convento quizás la superiora no me gusta, pero si mi centro es la superiora que no me gusta, el testimonio no va adelante. Pero si es Jesús, rezo por ella, la tolero y así la alegría no me la quita nadie. Jesús en el centro, no el chismorreo, la ambición, el dinero" advirtió. 

Y si un seminarista no tiene a Jesús como el centro de su vida, "que atrase su ordenación para estar seguros. Contrariamente harán un camino que no sabrán como termina".

"¿Estoy seguro de estar siempre con Jesús? Si alguien no quiere a la Virgen, la Madre no le dará a su Hijo. Puedo entender que alguien pueda no rezar el Rosario, ¿pero cómo no rezarle a María?, recordó el Santo Padre. 

Y contó que el cardenal Sepe, "me ha regalado un libro de S. Alfonso María Ligorio. Me gusta las historias que están detrás de cada capítulo, las historias de la Virgen, y como Ella siempre nos lleva a Jesús, es Madre. El centro del ser de la Virgen es ser madre".

El espíritu de pobreza precisó el Papa, es otro testimonio. También en los sacerdotes que no tienen ese voto. "¡Cuántos escándalos en la Iglesia y cuánta falta de libertad por el dinero!" dijo. Y que hay quienes indican: 'A este le diría cuatro cosas pero no puedo porque es un gran benefactor….' . Y recordó que "la pobreza es una bienaventuranza".

El tercer testimonio que es necesario dar, indicó el Pontífice, en particular para los párrocos y sacerdotes, es la misericordia. "¿Hemos olvidado las obras de misericordia espirituales y corporales?, ¿cuántos hemos olvidado esto?". E invitó que al regresar a la propia casa, tomar el catecismo y mirarlo. Un ejemplo, dijo, es que en las grandes ciudades hay niños bautizados que no saben hacerse el signo de la cruz. "¿Dónde está la obra de misericordia de enseñar al que no sabe?" E interrogó: "Si tengo que elegir entre ver la telenovela y visitar a un enfermo cercano de mi casa… ¿qué elijo?"

Recordó que "había un colegio en mi diócesis de antes, que tenían las monjas y que necesitaban reformar su casa porque era muy vieja y lo hicieron muy bien, demasiado. Quedó lujosa, con una televisión en cada habitación. Y a la hora de la telenovela no encontrabas a una monja en el colegio".  Por ello invitó a poner atención para no caer en la mundanidad.

¿Faltan vocaciones? preguntó a los presentes y respondió que el testimonio de vida trae vocaciones, el “yo quiero ser como esa monja, como ese cura”.

El Pontífice quiso recordar también la necesidad de que la fraternidad ya sacerdotal como en la vida consagrada. ¿Cuál es el signo de que no hay fraternidad? "Los chismorreos. El terrorismo de los chismorreos, uno va lanza la bomba y se queda fuera. Si al menos hiciera el kamikaze… Las cosas hay que decirlas en la cara. Cuando tienes algo contra alguien: solo puedes hablarlo con dos personas. Con el que tienes el problema o con el que lo puede remediar. Los chismorreos son un terrorismo a la fraternidad, diocesana, sacerdotal y de las comunidades religiosas", indicó Francisco.

"Quisiera terminar con tres cosas" concluyó el Papa: Primero la adoración. ¿Hemos perdido el sentido de la adoración? Segundo: amor a la Iglesia. Tercero: celo apostólico, misionaridad. Aquí la Iglesia debe convertirse más. La Iglesia no es una ONG; es la esposa de Cristo que tiene el tesoro más grande. Jesús y su motivo de existir es este, evangelizar, llevar a Jesús.
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