Viernes, 19 de abril de 2024

Religión en Libertad

Un programa de vida matrimonial


El amor es un proceso que siempre está en camino, que nunca se da por concluido y completado, sino que se transforma en el curso de la vida, madura, y precisamente por ello permanece fiel a sí mismo

por Pedro Trevijano

Opinión

De vez en cuando, uno se encuentra en la vida con personas que demuestran tener una categoría personal apabullante. Recuerdo que fue lo que pensé, cuando hace unos meses una chica joven me dijo: “Yo, en la vida, lo tengo muy claro, quisiera ser como mis padres. Han fundado una hermosa familia, son profundamente cristianos y se quieren entrañablemente”. Muchas veces he pensado en esas palabras, porque creo que esa chica me dio todo un programa de vida para cualquier matrimonio.

Han fundado una hermosa familia. Recuerdo que antes de empezar a hablarse de ideología de género y otras estupideces o maldades semejantes, leí que una universidad sueca había hecho un trabajo para llegar a la conclusión que para el bien del niño no había nada mejor que ser educado en una familia estable y que se quisiese. No pude por menos de pensar que no era necesario ningún trabajo para llegar a una solución de elemental sentido común. En nuestra sociedad, en la que se pone en duda hasta lo evidente, pienso que, trabajos así, desgraciadamente no son inútiles. Para el buen desarrollo del niño, el nacer en el seno de una familia con padres, hermanos y otros familiares, especialmente los abuelos, me parece importante. No olvidemos nunca que sus dos necesidades más básicas son cariño y comida. Necesita sentir o ver a su alrededor actitudes sanas y positivas, siendo la familia estable la que le da seguridad efectiva y afectiva, emocional y psicológica. Un buen entorno afectivo facilitará el buen desarrollo de sus procesos madurativos.

Ayer, hoy y siempre, en las sociedades más avanzadas y en los pueblos más primitivos, la familia se basa en que un hombre y una mujer se quieren y se entregan mutuamente en un amor fecundo que se abre a los hijos creando vínculos de afecto y solidaridad que duran toda la vida. Es decir, la familia se sustenta en el matrimonio, y sin él se resiente y debilita. Tengamos en cuenta que, según el Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica: “en el plan de Dios, un hombre y una mujer, unidos en matrimonio, forman, por sí mismos y con sus hijos, una familia. Dios ha instituido y le ha dotado de su constitución fundamental” (nº 496). La familia, lejos de ser un obstáculo para el desarrollo y el crecimiento de la persona, es formadora de valores humanos y cristianos y está íntimamente ligada a la felicidad humana, porque es el ámbito privilegiado para hacer crecer todas las potencialidades personales y sociales que el hombre lleva inscritas en él. Es una relación supraindividual que supone algo más que la suma de los individuos que la componen. Además es el lugar ideal para la unión y la transmisión de valores entre las diversas generaciones, pues en ella conviven gentes de todas las edades, a través de un proceso natural que se lleva a cabo en la convivencia y el diálogo familiar. Desde luego ningún sucedáneo de la familia puede sustituir adecuadamente a ésta.

Son profundamente cristianos. En la Carta de San Pablo a los Efesios (5,21-33) encontramos el modelo de matrimonio cristiano: “como Cristo amó a su Iglesia”. Ello significa que tanto el marido como la mujer deben darse al otro plenamente y buscar su propia felicidad a través de la felicidad del otro. Y en 1 Cor 7,2-5 afirma y es una afirmación muy notable en aquella épo0ca que en materia de relaciones sexuales el marido y la mujer tienen los mismos derechos, llegando incluso a fin de remachar la igualdad a citarlos alternativamente en primer lugar. Además, para Pablo, el amor conyugal debe dar a la relación sexual su justo lugar. No olvidemos además, la gran verdad de la frase: “familia que reza unida, permanece unida”. No es desde luego el único factor, pero sí uno muy importante.

Se quieren entrañablemente. Casi al final de la Biblia, encontramos una brevísima y muy acertada definición de Dios: “Dios es amor” (1 Jn 4,8). En las bodas religiosas, en la gran mayoría de ellas, los novios escogen como lectura para la Epístola el himno a la caridad de San Pablo (1 Cor 13). Y es que quieren poner toda su vida al servicio del amor y que la definición más adecuada de para qué estamos aquí, se puede reducir a la frase: “Para amar y ser amados”. Indudablemente con el paso de los años, el amor se va transformando y madurando. Por ello, ¿qué decir ante dos ancianos cuyo matrimonio ha sido un éxito y llevan 40, 50 o tal vez 60 años queriéndose?: “El amor es un proceso que siempre está en camino, que nunca se da por concluido y completado, sino que se transforma en el curso de la vida, madura, y precisamente por ello permanece fiel a sí mismo. Los antiguos han reconocido como el auténtico contenido del amor, hacerse el uno semejante al otro, lo que lleva a un pensar y desear común” (Benedicto XVI, Encíclica Deus Caritas est, nº 17).

No puedo por menos de desear a todos los matrimonios, y en especial a los recién casados, que logren vivir este ideal matrimonial.

Pedro Trevijano
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