Jueves, 28 de marzo de 2024

Religión en Libertad

Bill Atkinson podría ser beatificado

Un accidente cuando era seminarista le dejó tetrapléjico: 9 años después consiguió ser sacerdote

Bill Atkinson luchó durante nueve años hasta conseguir un sueño que parecía imposible: la ordenación sacerdotal.
Bill Atkinson luchó durante nueve años hasta conseguir un sueño que parecía imposible: la ordenación sacerdotal.

Carmelo López-Arias / ReL

Su ordenación fue "el último de una larga serie de milagros", según la prensa de la época. Cuando el 2 de febrero de 1974 el obispo de Filadelfia, John Krol, impuso las manos a Bill Atkinson para convertirle en sacerdote, habían pasado sólo nueve años desde que un accidente dejara al joven tetrapléjico. Fue necesaria una dispensa del Papa Pablo VI para recibir el sacramento, pero su sueño se convirtió en realidad. Y además ejerció su ministerio con cualidades notables, como una profunda fe y una aceptación humilde de las continuas cruces en que se convirtió su vida poco después de cumplir los 19 años.

La tragedia
Bill era ya entonces seminarista. Rubio y de ojos azules, guapo y atlético, era una auténtica fuerza de la naturaleza, como su hermano Al, quien como jugador de fútbol profesional ganaría la Super Bowl en 1969 con los New York Jets. Ambos habían sentido a la vez el gusanillo de la vocación sacerdotal (algo que temían los entrenadores de Al), pero finalmente fue Bill quien siguió ese camino. Nacido en Filadelfia el 4 de enero de 1946 en una familia católica de siete hermanos (tres chicos y cuatro chicas), tras graduarse en 1963 en la Monsignor Bonner High School, pasó un año como postulante agustino antes de ingresar en el noviciado de la orden en Nueva York.

El 22 de febrero de 1965, durante un rato de recreo, Atkinson se lanzó junto con otros tres seminaristas por una colina nevada para disfrutar de un descenso de casi cuatrocientos metros. Treinta segundos después la diversion se convirtió en tragedia al estrellarse contra un árbol y machacarse la columna vertebral.

Tardaron 45 minutos en llevarle al hospital, sin mucha convicción de que sobreviviera. Durante el tiempo que estuvo ingresado su vida corrió peligro más de una vez, porque de vez en cuando dejaba de respirar. Su madre, Mary, que no se separaba de su cama ni dejaba de rezar junto a su hijo, se le acercaba entonces al oido para animarle: "Respira, Bill, tienes que respirar". Pero el chico seguía inmóvil.

Un día la fiebre le subió hasta los 42°C, tanto que los médicos incluso abrieron de par en par las ventanas al gélido invierno neoyorquino para bajársela. Y entonces despertó.

Las lesiones eran al nivel de la nuca e implicaban una irreparable tetraplejía. Estuvo 14 meses en el hospital y pasó de 86 kg a poco más de 40 kg. Cuando le dieron el alta, no podía mover brazos ni piernas y debía mantener sujeta la cabeza artificialmente para que no se le cayera.


La madre de Bill falleció tres meses antes de la ordenación por la que tanto había rezado.

Fue el comienzo de años de rehabilitación hasta conseguir cierta autonomía mediante una silla con motor y la utilización de un lápiz con la boca.

El objetivo se mantiene, sólo cambian las circunstancias
Porque Bill Atkinson había decidido que quería seguir su rumbo y ser sacerdote, y se encontró con que su orden le apoyaba absolutamente en ese sueño, a pesar de las dificultades que entrañaba mantener en la comunidad a alguien con tantas limitaciones. Pero, si había salvado la vida, ¿no sería por algo? Como él mismo dijo en una entrevista de 1992, "los milagros no sólo nos dicen que algo ha pasado, sino que nos orientan en una dirección".

En 1969 volvió al noviciado, en 1970 profesó los votos simples, y en 1973 los votos perpetuos. Un equipo de religiosos agustinos le formaba de modo particular, y fue así como pudo llegar el gran día de 1974 que le convirtió en sacerdote. Un sistema especial en las manos le permitió tocar la sagrada forma para consagrarla y decir su primera misa.



El padre Bill Atkinson fue profesor de teología en el instituto donde se había graduado, la Monsignor Bonner High School, durante casi treinta años, desde 1975 hasta 2004, décadas durante las cuales fue también coordinador de retiros, capellán asistente de la escuela e incluso motivador del equipo de fútbol americano.

Convertido en toda una institución como primer tetrapléjico ordenado sacerdote en Estados Unidos, "era conocido por su maravilloso sentido del humor... salvo en el aula", cuenta la página web consagrada a su memoria: "Su mera presencia creaba disciplina, orden y control. Tenía fama de excelente profesor, motivador consejero y confesor compasivo". Uno de sus antiguos alumnos le definía como la persona más activa que había conocido nunca.

Los "plátanos verdes"

Su filosofía de la vida se resume bien en la teoría de los "plátanos verdes" con los que en 2012 tituló su amigo Steve McWilliams un libro que recoge su espiritualidad: Green Bananas: the Wisdom of Father Bill Atkinson [Plátanos verdes: la sabiduría del padre Bill Atkinson]. McWilliams es un profesor que fue compañero suyo y uno de los voluntarios que el sacerdote necesitaba a diario para prepararse al trabajo. Empezó a ayudarle a vestirse dos veces por semana en 1985, pero había poca comunicación entre ellos. "Como apenas hablábamos, le comenté a mi esposa que creía que yo no le caía bien", cuenta Steve.



Nada más lejos de la realidad. Un día, el padre Bill le pidió si podía quedarse con él esa noche para tomar una cerveza y ver un partido en la tele. En realidad, lo que quería el sacerdote era que McWilliams valorase algunos de sus poemas. A partir de ahí estrecharon una buena amistad que duró 18 años. Tanto, que cuando Atkinson hubo de jubilarse por motivos de salud, en 2004, Steve le sugirió escribir juntos un libro de espiritualidad que recogiese los pensamientos del sacedote.

¿Por qué se tituló con unos sorprendentes "plátanos verdes"? Es como el religioso veía su propia vida. En cierta ocasión le propusieron para un doctorado honoris causa, invitándole a hablar en la ceremonia meses después. Atkinson rehusó amable y misteriosamente con una tarjeta: "Nunca compro plátanos verdes". Cuando le preguntaron por el sentido de la frase, aclaró: "En mi situación, nunca compro plátanos verdes porque no sé si estaré vivo cuando maduren. Vivo día a día, así que no puedo comprometerme a estar en la ceremonia. Pero si para entonces estoy vivo, acudiré". Fue su forma irónica de transmitir el evangélico "cada día tiene su propio afán" (Mt 6, 34).


Con Juan Pablo II, en uno de sus viajes apostólicos a Estados Unidos.

No es que fuera, pues, nada huraño. "Las relaciones", decía, "son oportunidades para llevar a los demás el amor de Dios. No siempre es fácil. Pero si te planteas todas tus relaciones como una ocasión para conocer a Dios o para que Dios actúe a través tuyo, creo que pueden mejorar nuestras vidas. Sin el amor, ¿qué habría sido de mí?", sentenciaba, consciente de que había podido llevar a cabo su vida y proyectos gracias a la ayuda de los demás.

"Nunca se nos da una cruz que nos resulte demasiado pesada", explicaba quien vivía en continuos sufrimientos físicos por su lesión, y anímicos por su dependencia.

Posible beatificación
Dos años después de ser internado, Bill Atkinson falleció el 15 de septiembre de 2006, tras recibir en vida numerosos reconocimientos a su fuerza vital y ser reconocida su historia como inspiradora para muchas personas. De hecho se está trabajando para abrir su proceso de beatificación.

Una fundación que lleva su nombre beca a alumnos de su alma mater, la Monsignor Bonner High School. No en vano declaró en más de una ocasión que su única aspiración en treinta años como profesor había sido "ser una buena influencia" para sus alumnos.
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