Jueves, 28 de marzo de 2024

Religión en Libertad

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Tres reflexiones papales

por Mientras el mundo gira

¡La de cosas que se están escribiendo estos días sobre el Papa Francisco! No está nada mal para un mundo que se jactaba de haber arrancado la religión de la vida de los hombres. De entre todo lo que he leído (y no lo he leído todo), me gustaría compartir tres reflexiones que me han dado que pensar.

En primer lugar, un artículo publicado en Corrispondenza Romana que advierte de que nos fijamos mucho en la reforma de la Curia vaticana (necesaria) pero nos olvidamos de las estructuras burocráticas enormes que han generado las conferencias episcopales y que en demasiadas ocasiones van por libre, a menudo contraviniendo las instrucciones de Roma. Uno tiene muchas veces la sensación de que el Papa habla, todos nos hacemos eco de sus bellas palabras... y a otra cosa.

También he leído algún comentario en el sentido de que con el Papa Francisco y su modo de actuar, con sus gestos, la Iglesia dejaba atrás el legado y la simbología del cesaropapismo y de una Iglesia demasiado semejante al Imperio. No negaré que algunas de las decisiones del Papa Francisco pueden ayudar a que el mensaje de la Iglesia llegue con mayor claridad a algunos, ni tampoco me parece que haya que sacralizar algunas formas accidentales. Sin embargo, me parece que corremos el riesgo de, una vez más, atacar a enemigos ya muertos mientras los que están vivos campan a sus anchas. Algo de esto ocurrió ya a raíz de las peticiones de perdón que hizo la Iglesia con motivo de la entrada en el nuevo milenio: pedimos perdón y denunciamos cuestiones ya sepultadas por el tiempo, que no nos comprometían directamente, mientras guardábamos silencio y mirábamos hacia otro lado ante los casos de pederastia o los seminarios en donde los jóvenes perdían la fe por una enseñanza heterodoxa. ¿Es realmente el cesaropapismo el problema de la Iglesia a inicios del siglo XXI?  En tiempos en los que el mundo secular se ahoga en medio de enormes burocracias, ¿no será mas urgente, en esa lucha por no acomodarse al mundo, evitar ese contagio y aligerarnos de burocracias, estructuras,  comisiones y demás?

Por ultimo, un buen amigo estadounidense, Mark Henrie, me sugería que Benedicto XVI, con su magisterio y su estilo, había encarnado la hermenéutica de la continuidad, mostrando que la Iglesia es la misma siempre. Esto ha sido de gran importancia tras la hermenéutica de la ruptura promovida por ciertos teólogos liberales tras el Concilio Vaticano II. Así, podríamos decir que el periodo postconciliar se ha cerrado después de medio siglo: tras unos primeros años de enorme confusión, los pontificados de Juan Pablo II y Benedicto XVI han ido aclarando y fijando la interpretación correcta de las cuestiones teológicas disputadas. Sólo desde la mala fe se pueden aún enarbolar las rancias consignas progres. Entraríamos ahora en un nuevo periodo de la vida de la Iglesia, una especie de post-postconcilio, en el que el foco, aclarado el panorama teológico, puede volver a ser pastoral y evangelizador (aclaración: la teología también es evangelizadora, nos referimos aquí a dónde ponemos el énfasis con que se aborda la labor evangelizadora que configura todo lo que hace la Iglesia). Sería bonito que este post-post fuese recordado, en el futuro, como la época de la nueva evangelización.

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