Viernes, 19 de abril de 2024

Religión en Libertad

Trabajo gratuito


El hombre necesita sentirse vinculado a su trabajo; de lo contrario, su trabajo se torna odioso. Un orden económico que desnaturaliza el trabajo está negando la naturaleza humana; y por ello mismo está condenado a perecer.

por Juan Manuel de Prada

Opinión

En un contexto de depauperación creciente de las condiciones laborales, la Confederación Española de Organizaciones Empresariales (CEOE) ha tenido el cuajo de proponer que los contratos de formación y aprendizaje no sean remunerados (o sea, que los becarios trabajen gratis), que se puedan extender a trabajos por turnos o nocturnos (o sea, que los becarios trabajen gratis en horarios inhóspitos o cambiantes) y que puedan también acogerse a ellos mayores de 45 años que ya no perciban la prestación por desempleo (o sea, que los becarios sin beca pueden ser parados de larga duración). Se equivocaba Chesterton (por exceso de optimismo) cuando nos advertía que «cualquier reforma del capitalismo significará sencillamente que los capitalistas han encontrado la manera de reducir los salarios»; pues el capitalismo ya ha encontrado también la manera de suprimirlos.
 
Resulta, en verdad, acongojante la sistemática violación de la dignidad del trabajo que estamos padeciendo en los últimos años, so capa de "flexibilización". Lo que, en román paladino, significa que el trabajo debe supeditarse a la consecución del lucro: de este modo, se han impuesto legislaciones laborales que debilitan progresivamente la posición del trabajador, que pisotean todo principio de justicia social y atentan contra la dignidad misma de la persona. Chesterton escribió que, en una primera fase de su evolución, el capitalismo nos había despojado de la propiedad, convirtiéndonos en trabajadores asalariados; para después, en una segunda fase, supeditar nuestros salarios a su expansión. Así, se quiebra el principio medular de la justicia social, que establece que «el trabajo es siempre causa eficiente primaria del proceso de producción, mientras que el capital es sólo un instrumento o causa instrumental» (Laborem exercens, 12). Pero en esta fase bulímica y terminal del capitalismo se pretende también que la gente trabaje gratis, o incluso que desembolse un dinero por trabajar; y para que tal aberración sea concebible se juega de la forma más vil y manipuladora con las esperanzas de los más jóvenes y con las angustias de los más viejos. Así, el capitalismo alcanza una sima de degradación que ni siquiera pudo avizorar el sistema esclavista: un patricio romano, al menos, tenía la obligación de garantizar la manutención y el alojamiento a sus esclavos.
 
Podría entenderse que los contratos de formación y aprendizaje no estuviesen remunerados si existiese una legislación laboral que asegurase al meritorio una plaza fija remunerada, una vez concluido su aprendizaje. Pero, con la actual legislación, estas propuestas de la CEOE se nos antojan particularmente rapaces, porque se aprovechan alevosamente de la necesidad que el ser humano tiene de trabajar, no sólo para subvenir sus necesidades materiales (a veces tan angustiosas), sino también para colmar un noble anhelo de perfeccionamiento personal. Se equivocan, sin embargo, quienes pretenden lucrarse logrando que jóvenes rebosantes de esperanzas (luego defraudadas) y viejos devastados de desesperanzas (luego ratificadas) trabajen gratis. Pues el trabajo indigno sólo genera en el trabajador rechazo hacia la empresa que lo contrata; y toda empresa en la que trabajan personas que no la sienten como propia está tarde o temprano condenada al fracaso. Pues el hombre necesita sentirse vinculado a su trabajo; de lo contrario, su trabajo se torna odioso. Un orden económico que desnaturaliza el trabajo está negando la naturaleza humana; y por ello mismo está condenado a perecer. Propuestas así nos demuestran que los dioses ciegan (con el afán de lucro) a quienes desean perder.

Publicado en ABC el 24 de febrero de 2018.
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