Jueves, 18 de abril de 2024

Religión en Libertad

Tiempos confusos


¿Dónde esta el hombre o mujer que pueda aglutinar el desorientado voto de los católicos, que no tiene que ser necesariamente un "voto católico", sino un voto eficiente, tanto en política como en economía, enseñanza, cultura, etc.?

por Vicente Alejandro Guillamón

Opinión

Aunque lectores cordiales y amigos entrañables me han hecho saber que ellos lo tienen claro a quién votar y, sobre todo, a quién no votar, por tramposo, en las elecciones generales de fin de año, yo lo sigo viendo confuso, claro que aún faltan muchos meses para verme apremiado a tomar una decisión.

El sistema electoral español está pensado para favorecer la formación de mayorías que permitan, en teoría, un más alto grado de estabilidad política. Pero ello es injusto porque daña sin razón a las minorías y dificulta en gran manera la aparición de proyectos alternativos nuevos que puedan reemplazar a los partidos mayoritarios cuando estos envejecen o se desnaturalizan. Sin embargo no existe sistema electoral perfecto, así que cualquier sea el que se elija, lleva consigo efectos no deseados o perversos.

No es la primera vez en la historia de España que los votantes católicos se encuentran ante una disyuntiva difícil. Sólo que, en los grandes momentos azarosos, aparecieron hombres con las ideas claras y gran capacidad de organización y arrastre que permitieron salir del marasmo y la dispersión electoral.

Recordemos, en primer término, al malagueño don Antonio Cánovas del Castillo. La Primera República, dominada totalmente por las logias, aunque en guerra sin cuartel entre ellas, resultó un desastre absoluto, aparte de su origen ilegal. Una república combatida a diestra por la última guerra carlista que estimulaban obispos y curas, amén de las conspiraciones de los monárquicos alfonsinos. Y a siniestra por el fenómeno cantonalista auspiciado por masones y los pioneros del movimiento anarquista.

Desde el punto de vista católico, Cánovas del Castillo tuvo el mérito de apear del monte a las últimas partidas carlistas, ofreciéndoles la posibilidad de continuar defendiendo su causa pero por medios pacíficos y democráticos, incorporando a la vez a los demás electores afectos a la Iglesia al “juego electoral” a través del partido liberal-conservador, dirigido por el propio Cánovas, en competencia con el liberal-fusionista o liberal-liberal masónico, de Sagasta. Es una época apasionante para cualquier persona interesada por la Historia.

En segundo lugar podríamos recordar el advenimiento de la Segunda República, que llegó de modo tan ilegal o más que la primera, mediante un golpe de Estado de pasillo. Al día siguiente de su proclamación, don Ángel Herrera Oria (santanderino, abogado del Estado, fundador del periódico El Debate, el más moderno de su tiempo, y con el padre Ángel Ayala, jesuita, la Asociación Católica Nacional de Propagandistas para formar dirigentes públicos) convocó a sus “huestes” y crearon de inmediato el PAN (Partido de Acción Nacional, luego Partido de Acción Popular), para pelar en las urnas por los derechos de la Iglesia y el modo de entender el mundo según la doctrina social de la Iglesia, entonces inteligible.

Finalmente Ángel Herrera descargó sus responsabilidades políticas en don José María Gil-Robles, dirigente máximo de la CEDA (Confederación Española de Derechas Autónomas), jurídicamente muy preparado, trabajador infatigable, buen organizador como su mentor, subdirector de El Debate, polemista temible y orador contundente, capaz de plantarle cara al mismísimo Azaña, que se pavoneaba de ser la gran estrella parlamentaria de aquel régimen.

En ambos casos, o sea, tanto en la Restauración –que arruinó Alfonso XIII- como en la II República, los católicos tuvieron a quien apoyar en los procesos electorales, no sin feroz oposición de otros sectores del catolicismo, como los carlistas, nunca adaptados totalmente al mundo nuevo, o los nacionalistas centrífugos de Cataluña o las Vascongadas (la Lliga y PNV), fruto de la tremenda frustración de las derrotas carlistas, o los monárquicos adoctrinados por ABC.

Pero ahora, ¿dónde esta el hombre o mujer que pueda aglutinar el desorientado voto de los católicos, que no tiene que ser necesariamente un “voto católico”, sino un voto eficiente, tanto en política como en economía, enseñanza, cultura, etc.? Pero un voto acorde con principios innegociables, como el derecho a la vida y la defensa de la familia, como poco. Pudo haber sido Jaime Mayor Oreja, pero no lo fue. Podría serlo Esperanza Aguirre, mujer de principios, con tirón electoral y asidua a las manifestaciones pro-vida y pro familia, pero dada su condición de liberal, tal vez me gane alguna colleja de cualquiera de los “nuestros” por el simple hecho de citar su nombre. Parece que estamos todavía en las batallas decimonónicas.

En fin, que lo sigo viendo confuso, aún más después de la elecciones andaluzas, faltos de líderes, a mi juicio, en quienes poder confiar. ¿De qué sirven, entonces, si es que sirven de algo, los congresos de “cristianos y vida pública”? Extraordinaria organización, magníficas ponencias, famosos ponentes de nivel internacional, pero, en concreto ¿qué? Fuegos de artificio, fastuosidad inoperante. Podemos seguir discutiendo si son galgos o podencos, pero, entre tanto, la casa sin barrer.
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