Test que no prueban, remedios que matan, estadísticas manipuladas. El engaño del SIDA

El SIDA fue la puerta abierta en occidente que facilitó la masiva ingeniera social. Ingeniería que usó como cemento el preservativo. Porque debía extenderse su uso, favorecerlo, para -así se decía- evitar el contagio de tan macabra enfermedad. El SIDA era la esclavitud a abolir en esta modernidad actual. Y los atavismos morales, la cadena que ataba tal esclavo. Si no se liberaba al esclavo, al menos habría que quebrar la cadena. La primera la Iglesia. Y luego liberar a la sociedad de roles arcaicos, enfermizos, neuróticos. Todo debía ser realización, liberación, sexualización.

Una mirada atrás muestra la innegable realidad de que el antaño miedo al SIDA no sólo trajo el preservativo, sino un cambio en el paradigma social: el derecho al placer, la absolutización del placer. Relaciones sexuales sin tabúes sociales o religiosos –homosexuales, parejas de hecho, divorcio, separaciones-. Todo ello pudo salir como la presión de la olla porque había una terrible pandemia que debía ser atajada. Y para ser atajada debía usarse el preservativo. Entonces, burlado el miedo a la peste moderna, el temor se convirtió en fiesta. Y la fiesta en juerga incontrolada –más bien, controlada perfectamente por algunos-.

¿Qué se sabe del SIDA? Aunque uno piense lo contrario, permítaseme jugar con Ud. Intente responderse.

1º ¿SIDA y VIH? ¿Son lo mismo?

2º ¿Qué es SIDA? ¿Qué es VIH?

3º ¿Qué causa el SIDA?

4º ¿Cómo se detecta el SIDA?

5º ¿Hay tratamiento? ¿Sabe algo de esos tratamientos y sus efectos?

La realidad “oficial” del SIDA juega en el campo del “estupor” -de la emoción y el marketing-. Y decir “juega” no es error, sino palabra atinada. Los amos del SIDA juegan con nosotros, nos manipulan, nos enredan. Porque siempre, siempre, debe verse el SIDA como el arma perfecta para un cambio de paradigma social –la piedra filosofal que convirtió la “muerte” de la inmoralidad, en “vida”-.

El tema es grave, porque el mayor ataque institucional contra la Iglesia se ampara en el SIDA como arma arrojadiza. Antes las propuestas de la ONU de control de la natalidad (allí se dice “educación sexual”) en países del tercer mundo, cualquier negativa de la Iglesia acaba focalizada en su negativa a distribuir preservativos para contener el SIDA. Y es que el control del SIDA permite gastos publicitarios astrónomicos de preservatización de la sociedad: niños, jóvenes, mayores. Todos tendrán acceso al señor condon, y no cabe duda, que la invitación al sexo va de suyo. Porque ahora es seguro.

El SIDA debe seguir siendo ese fantasma de rostro difuso, que permita contener en sí todos los miedos que alimenten nuestro subconsciente colectivo. El SIDA no debe tener rostro, ni siquiera médico. Porque si le buscan el rostro no lo verán. Su definición médica no sólo cambia en cada territorio, sino que lo ha ido haciendo a lo largo del tiempo. Y seguirá. El SIDA de África no es el mismo SIDA que en Europa, pero tampoco Europa tuvo el mismo SIDA ayer que hoy. El SIDA, su definición y sus manifestaciones clínicas, varían en el tiempo y en el espacio. Bendito cajón de sastre, siempre abierto, para tener escondidos cuantos más lobos y fantasmas mejor. Todo para que la reingeniería social no cese. Agradecimientos a la industría del SIDA.

Pero no son cosas etéreas. Agradézcanle al valiente Brent W. Leung su documental de investigación sobre el SIDA: la casa de los números. Verlo supone un mazazo al dulce sueño de la inocencia. ¿El resumen? Ya lo anticipé:

Test que no prueban, remedios que matan, estadísticas manipuladas. Ah, y algo más: es probable que el tal VIH sea un fantasma más. O un lobo más de mordedura más que previsible.

Este documental debe ser un antes y un después en toda discusión sobre el SIDA, la Iglesia, la moral sexual y sobre quién es el verdadero enemigo de la Iglesia. Yo no tengo duda. Brent W. Leung tampoco. Veánlo, no se arrepentirán.

La casa de los números. (pinchar en el título)

 

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