Jueves, 28 de marzo de 2024

Religión en Libertad

Teología Moral y Sagrada Escritura


La Teología Moral ha de inspirarse en la Escritura y en el Magisterio, o por decirlo de otro modo en la Escritura recibida en la Iglesia, que sigue siendo la intérprete auténtica

por Pedro Trevijano

Opinión

En el Decreto Conciliar sobre la Formación Sacerdotal se lee: «Téngase especial cuidado en perfeccionar la teología moral, cuya exposición científica, nutrida con mayor intensidad por la doctrina de la Sagrada Escritura, deberá mostrar la excelencia de la vocación de los fieles en Cristo y su obligación de producir frutos en la caridad para la vida del mundo» («Optatam Totius» nº 16). Estudiar la Moral no será partir de cero, sino integrarla en la Historia de la Salvación.
 
El estudio de la Teología Moral debe, por tanto, tener un carácter bíblico, si queremos obedecer al Concilio. La Escritura en su totalidad es la fuente principal de la Teología Moral, aunque indudablemente hay ciertos textos o pasajes que tienen una referencia más directa con la Moral, como pueden ser el Decálogo en el Antiguo Testamento o el Sermón de la Montaña en el Nuevo.
 
La Teología Moral ha de inspirarse en la Escritura y en el Magisterio, o por decirlo de otro modo en la Escritura recibida en la Iglesia, que sigue siendo la intérprete auténtica, es decir con autoridad, de la Biblia. Leer ésta significa darnos cuenta de las múltiples situaciones sociales y de las diferencias culturales, pero también, a pesar de los dos o tres mil años de antigüedad de los textos encontramos una extraña cercanía con las situaciones humanas actuales y descubri­mos igualmente que Dios no nos ha ahorrado tanteos en el descubri­miento de las soluciones de los problemas que encontramos en nuestro camino. La Palabra de Dios, al ser algo vivo, es para nosotros hoy la relectura de la Escritura hecha por la Iglesia en el espíritu de Cristo y en el contexto de una época y para una época.
 
Debemos evitar un doble escollo: el del llamado fundamenta­lismo bíblico, que consiste en interrogar indebidamente los textos para encontrar una respuesta a problemas que la Escritura no se ha planteado p. ej. intentar deducir de la Escritura una Teología de la violencia o de la Revolución para justificar el compromiso político en los puntos ardientes del planeta. El otro peligro consiste en no ver en la Escritura sino lo que afirma explícita o implícitamente sobre la conducta del creyente y en particular los preceptos morales allí formulados. Con esto saldrían fuera de la luz y energía que irradia la Biblia inmensos sectores de la vida, hoy más importantes que nunca p. ej. problemas presentados por la economía, política, sociología, avances científicos etc., solución que es inaceptable si es verdad que la fe debe dirigir la totalidad de la vida humana.
 
La solución no está en un compromiso entre las dos tenden­cias, sino en una comprensión más profunda de las exigencias de la Biblia. Es verdad que ésta contiene preceptos morales prácticos p. ej. no matar, no cometer adulterio etc. Pero lo más notable es que las palabras de Cristo radicalizan las exigencias de los preceptos que toma del Decálogo: el mal brota del corazón y hay que convertir a éste, siendo por ello el amor al enemigo el punto culminante de la exigencia de Cristo (Mt 5,44; Lc 6, 27.35), puesto que entonces se ama al otro como Dios quiere que se le ame, Él «que hace salir su sol sobre malos y buenos» (Mt 5,45). Cierto que el mandamiento absoluto es el amor a Dios, al prójimo y a sí mismo (Mt 22,36-40; Mc 12,28-34), pero habiendo interrelación entre estos amores, porque el amor a Dios se prueba en el amor al prójimo, o mejor a aquél que se hace mi prójimo porque le amo (1 Jn 4,20; Lc 10,25-37). Ser prójimo no es algo automático, natural, sino el resultado de prestar un servicio a los demás, de atenderles con prontitud en sus necesidades reales del momento.
 
Tengamos presente sobre todo que la Revelación ofrece al cristiano no tanto soluciones circunstanciadas o detalladas a los problemas prácticos, sino más bien una inspiración que haciendo suyas las exigencias de la Moral humana, las renueva y recrea. La Biblia, más que soluciones preconfeccionadas, presenta criterios cuya aplicación ayuda a encontrar soluciones válidas para el obrar humano.
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