Sábado, 20 de abril de 2024

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Teología de la secularización

Teología de la secularización

por Duc in altum!

 El término “Teología de la secularización” se lo debemos al P. José Antonio Sayés (1944), quien ha sabido describir -con serenidad- las causas y consecuencias del modernismo infiltrado en la Iglesia. No se trata de un ensayo pesimista, sino de un análisis que nos invita a cortar de una vez por todas con la interpretación equivocada que muchos le han dado al Concilio Vaticano II. En otras palabras, renunciar a la fe que se vuelve ideología en cualquiera de sus acepciones, porque es curioso que los progresistas hablen tanto acerca del espíritu conciliar sin haber leído con objetividad los documentos emitidos en aquel momento y que hoy constituyen una riqueza pastoral. Siendo honestos con nosotros mismos, hemos de reconocer que las sociedades más secularizadas en muchos casos corresponden a una Iglesia local que se ha dejado vencer por lo políticamente correcto. A menudo la falta de fe no es una cuestión ambiental o meramente cultural, sino eclesial. Cada vez que un cardenal, obispo, religioso, religiosa o laico interpreta el evangelio, bajo la premisa protestante del “libre examen”, termina contribuyendo a la descristianización de la sociedad, porque una Iglesia populista, obsesionada con el cambio por el simple hecho de cambiar -que no de mejorar-, dista mucho de la esencia del catolicismo. Si bien es cierto que la Iglesia Católica nunca perderá el camino de la verdad por contar con la asistencia del Espíritu Santo, no es menos cierto que la difusión del evangelio puede verse limitada mientras no asumamos nuestra identidad como bautizados. De ahí el avance indiscutible del secularismo en muchas ciudades occidentales. El problema parte de la secularización “ad intra” de varias diócesis, congregaciones, órdenes y movimientos. A veces, la verdad cristiana es vista como una extraña en su propia casa. Por ejemplo, el caso de las universidades católicas que están más cerca del lobby abortista que del evangelio. Tal desbalance afecta la fe de la gente; especialmente, de aquellos que no se encuentran acostumbrados a distinguir entre lo que enseña la doctrina y los disparates de algunos teólogos progresistas. Nos encontramos en fase de reconstrucción; es decir, recuperando lo que muchos decidieron quitar sin medir las consecuencias, pero todavía hace falta un esfuerzo mejor coordinado. En palabras de Jesús, somos la sal de la tierra y la luz del mundo; sin embargo, el reto es que no nos volvamos insípidos con tantas teorías que vienen y van.

Aunque la Teología de la liberación está de salida, la de la secularización continúa creciendo. Cierto es que las nuevas generaciones buscan una fe auténtica, sin ninguna clase de reduccionismo que pudiera licuarla; sin embargo, más que hablar de una restructura para el ejercicio de la misión, habría que pensar en un proceso de conversión institucional que nos lleve a salir de la ideología, porque cuando la sociología invade las esferas del evangelio y de la liturgia, se convierte en un ídolo. Conocer el entorno social es importante, pero sobrevalorarlo en detrimento de aspectos tan básicos como la divinidad de Cristo o la vida eterna es un desbalance total. De ahí la necesidad de vincular mejor la verdad con la misericordia, porque la una no excluye a la otra. Forman un todo que nos evita caer en una fe vacía, sujeta a lo que diga la mayoría.  

Cuando una congregación cambia la fe de la Iglesia por la del teólogo de su elección, pierde autenticidad y atrae a ideólogos, pero nunca a hombres y mujeres que quieran consagrarse a Dios y, desde ahí, desarrollar un apostolado profundo, capaz de interpelar a propios y a extraños. La profecía de la vida religiosa y de los laicos pasa por un realismo clave en la fidelidad hacia el evangelio. Inventarse algo distinto podrá sonar elocuente, pero no será sino una traición al espíritu original que exige renovación en las formas y unidad en el fondo. Los santos y las santas han sido los grandes reformadores porque supieron avanzar sin tirar por la borda los aspectos básicos de la fe.

Los progresistas hablan de diversidad, pero imponen un igualitarismo que pretende que todos los católicos seamos iguales y, aunque lo somos a los ojos de Dios, no deja de ser verdad que tenemos habilidades muy distintas. Hoy día, quien aporta algo original, profundo y, sobre todo, congruente con la Iglesia de siempre, es visto bajo la sombra de la sospecha, se le acusa injustamente de volver al pasado cuando lo único que está siendo es abrir el diálogo con la realidad actual, sabiendo proponer la sabiduría del evangelio que tiene una garantía de casi dos mil años. Por lo tanto, para poder responder a los desafíos de la secularización interna, hay que unir fuerzas y, desde ahí, formar a las nuevas generaciones en el sentir eclesial. Hacerlo de un modo profundo, paciente, razonado y, sobre todo, vital. Dejar la izquierda o la derecha, para vivir un proyecto sin ideología. El momento es ahora.

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