Jueves, 25 de abril de 2024

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Tenemos ojos y no vemos. Tenemos cerrado el corazón. San Juan Crisóstomo

Tenemos ojos y no vemos. Tenemos cerrado el corazón. San Juan Crisóstomo

por La divina proporción

 Como ya comenté en una entrada de la semana pasada, los católicos nos estamos convirtiendo en agnósticos leves. Creemos en un Dios, pero es lejano, indiferente y cómplice. Un Dios que no está a nuestro lado y que no nos acompaña en nuestra vida. Un Dios que nos abandonó una vez fuimos creados. Afortunadamente esto no es así. Dios nos habla de formas misteriosas. No le hace falta una campaña de promoción en la televisión, ni dos millones de personas reunidas para un show multitudinario. Dios llama a la puerta de existe en cada uno de nosotros: nuestro corazón, nuestro ser. 

Dinos, Juan [Bautista], retenido todavía en la oscuridad del seno de tu madre ¿cómo ves y cómo oyes? ¿Cómo contemplas las cosas divinas? ¿Cómo puedes estremecerte y exultar? «Es grande, dice, el misterio que se está realizando, es un acto que escapa a la comprensión del hombre. Con derecho, y a causa del que ha de innovar el orden sobrenatural, yo innovo el orden natural. Veo, incluso antes de nacer, porque veo en gestación al Sol de justicia (Ml 3,20). Percibo por el oído, porque al venir al mundo soy la voz que precede al gran Verbo. Grito, porque contemplo, revestido de su carne, al Hijo único del Padre. Exulto, porque veo al Creador del universo recibir forma humana. Salto, porque pienso que el Redentor del mundo ha tomado un cuerpo. Soy el precursor de su venida y me adelanto a vuestro testimonio. (San Juan Crisóstomo. Homilía atribuida) 

Si miramos lo que sucede en las calles en estas fechas de Adviento y después lo comparamos con el texto de San Juan Crisóstomo, nos damos cuenta de la lejanía de Dios del ser humano actual. Estamos centrados en las compras, los regalos, las luces, los estrenos de las películas y otras miles de cuestiones intrascendentes. ¿Podremos darnos cuenta de la presencia de Cristo que está a nuestro lado? ¿Somos capaces de saltar como San Juan Bautista en el seno de su madre? Seguramente sólo seamos capaces de saltar de gozo si nos toca en la lotería una cantidad considerable de dinero. 

Hay algo evidente, la Navidad es un signo de Dios y la Adviento es la preparación para convertirnos en símbolos de Cristo. ¿Qué es un símbolo? Es algo que comunica de forma verdadera algo que está presente y es real. Si vemos en un hospital el signo de “peligro radiación” ¿Nos creeremos lo que dice? Si miramos en torno de nosotros, no veremos nada. Podríamos pensar que todo es mentira y que el símbolo de radicación es tan sólo una forma de asustarnos y engañarnos. Pero la realidad no siempre se ajusta a lo que vemos y sentimos. Hay realidades que nos se ven ni se siente físicamente y que son profundamente verdaderas. 

Cristo viene a nosotros, llama a nuestra puerta y espera que le aceptemos. Si lo hacemos, nos convertiremos en símbolos del Señor. Es decir, es signos que dan noticia cierta de que Cristo está dentro de nosotros y que todo tiene sentido en Él. La Navidad es un signo de esta presencia real que quiere símbolo en nosotros. Signo de Dios que quiere volver a encarnarse en cada uno de nosotros. Si Juan Bautista hubiera cerrado su corazón, no habría saltado de gozo al acercarse Cristo dentro de María. 

De igual forma que en la Navidad, Cristo se hace presente en los sacramentos que celebramos Litúrgicamente. La Liturgia a través de signos nos prepara para recibir a Cristo a través de la Gracia de Dios. Cuando los sacramentos dejan de tener significado trascendente y sagrado, queda reducidos a signos socio-culturales. Signos socio-culturales que exigimos que sean distribuidos por consideraciones políticas y sociales que nada tienen que ver con el Camino, Verdad y Vida. 

A la pregunta que se hace San Juan Crisóstomo: Dinos, Juan [Bautista], retenido todavía en la oscuridad del seno de tu madre ¿cómo ves y cómo oyes? ¿Cómo contemplas las cosas divinas? ¿Cómo puedes estremecerte y exultar?, sólo cabe una respuesta. Fui capaz de ver sin luz y estremecerme sin sentir, porque mi corazón estaba abierto a Dios más allá de las apariencias y conveniencias del mundo. Así deberíamos de esperar a Cristo en estas Navidades. 

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