Viernes, 19 de abril de 2024

Religión en Libertad

Tapar las estatuas en la visita de Ruhani sigue dando qué hablar: «Yo no lo pedí», dice el iraní

Ángel Gómez Fuentes / ABC

Un visitante de los Museos Capitalinos fotografía a Venus
Un visitante de los Museos Capitalinos fotografía a Venus
Produjo enfado y sonrojo a los italianos el ver a media docena de estatuas de desnudos cubiertas en los Museos Capitolinos para no molestar al presidente de Irán, Hasan Ruhan, y a la sensibilidad islámica de un país con reglas rígidas sobre la representación de desnudos.

«Ha sido una payasada», manifiesta a ABC Giovanni Sartori, politólogo de fama internacional.

 «Cubrir las estatuas es ridículo, absurdo. Es el reflejo de un mundo imbécil que hace solamente lo que encuentra útil y conveniente al momento. Uno tiene derecho a que se respeten sus principios y tradiciones. Si Irán lo tiene, también lo tenemos nosotros. Se podía haber encontrado otra solución, con un recorrido distinto o un sitio diverso a un museo con desnudos, pero jamás se debió llegar a esta payasada inadmisible».

Sartorti dice que en lugar de los Museos Capitolinos se podía haber recibido al presidente iraní entre Ferraris, dado que, acompañado por un numeroso séquito, con seis ministros y un centenar de empresarios, Hasan Ruhani vino a hacer negocios tras levantarse las sanciones a Irán. Se habría evitado un grave error, que supone una cierta renuncia de nuestra cultura, lo que será recordado siempre y figurará seguramente en las guías turísticas.

2.500 años de libertad artística
Baste señalar la importancia de una de las obras cubiertas: la famosa y sensual Venus Capitolina, copia romana del original del maestro de los escultores clásicos Praxíteles (siglo IV a.C.). Es una escultura de inimitable belleza, pero además es importante como memoria del original de Praxíteles que se perdió. La Venus testimonia la profunda relación del arte romano con el griego. Ese desnudo de la Venus Capitolina nos da cuenta que la libertad artística forma parte de nuestra cultura desde hace 2.500 años.

Para encontrarnos con parecido disparate de censura, hay que remontarse a los tiempos de los famosos braguetones de Daniele da Volterra, pintor y escultor que pasó a la historia: Poco después de que el Concilio de Trento condenara el desnudo en el arte religioso, Volterra cubrió, por orden de Pio IV, las partes pudendas de las figuras masculinas del Juicio Final de Miguel Ángel en la Capilla Sixtina.

Exceso de celo en el protocolo italiano
¿Cómo fue posible que se llegara a lo que muchos consideran una humillación de una cultura milenaria? Emisarios de la delegación iraní hicieron notar que habría sido adecuado ocultar esas esculturas, pues la religión islámica prohíbe la representación del cuerpo desnudo.

El protocolo italiano se lo tomó con «exceso de celo» y tapó los desnudos por «respeto» al presidente iraní, una actitud injustificable porque en realidad supuso una sumisión cultural. Obviamente, el presidente Ruhani aplaudió y con aire de satisfacción dijo en rueda de prensa: «No pedí nada, pero sé que los italianos son muy hospitalarios e intentan hacer de todo para que uno se encuentre a gusto. Les doy las gracias por ello».

Ni el primer ministro, Matteo Renzi, ni el titular de Bienes Culturales, Dario Franceschini, estaban al corriente de la censura.

Irritado por la polémica, que ha adquirido una dimensión internacional, pues todos los medios le han dado gran relieve, Renzi ordenó una investigación. Todo indica que pagará los platos rotos la jefa del protocolo de Palacio Chigi, residencia del primer ministro, Ilva Sapora, de 64 años. De hecho, no viajó, como hace habitualmente, junto a Matteo Renzi en su visita a Berlín el pasado viernes.

La indignación ha sido general en el mundo político: «Cubrir nuestras obras es renegar de nuestra cultura», es el unánime comentario. Las críticas procedieron también del gobierno: Categórico fue el titulares de Exteriores, Paolo Gentiloni: «Cubrir las estatuas fue una estupidez incomprensible».

Más severo fue el ministro de Bienes Culturales, Dario Franceschini: «Cualquier persona con sentido común comprende que fue un error trágico».

Analistas e historiadores comentaron también sin ninguna indulgencia el error, entre ellos el profesor Andrea Carandini, famoso arqueólogo: «Quien viene a Italia tendría que comportarse como nosotros cuando somos invitados a cenar. La casa del amigo o del extranjero nos puede gustar o no, nos puede parecer bien o no que se rece antes de comer, que se diga «buen provecho», pero no nos sentamos en el suelo si hay sillas y no tapamos sus cuadros si el arte no nos gusta. Tenemos el derecho de que las costumbres sean respetadas por parte de quienes vienen a visitarnos».

Precisamente, existe un lema, convertido en regla para sobrevivir en la ciudad eterna: «En Roma haz como hacen los romanos». Pero esta vez se hizo como dijeron los iraníes, comprendida la cena de gala sin vino.

En Italia ninguno osó hablarle al presidente iraní de derechos humanos, constantemente violados en su país. Pesaron más los negocios y el oro persa. Una humillación y una vergüenza, impropias del «made in Italy».
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