Viernes, 29 de marzo de 2024

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¿Somos cristianos de fiar? San Gregorio Nacianceno

¿Somos cristianos de fiar? San Gregorio Nacianceno

por La divina proporción

Mirando la actualidad eclesial no es difícil ser consciente detodas la corruptelas interesadas que conviven con la santidad de muchos católicos sinceros. No tengo duda que los escándalos financieros se dan donde hay dinero, los escándalos de poder, donde existe poder y las infidelidades allí donde existe una doctrina que merece nuestra total fidelidad. No existe corrupción sin un bien que pede ser bien o mal administrado.

Debes saber de donde te viene la existencia, el aliento, la inteligencia y lo que en ti hay de más precio, el conocimiento de Dios, de donde viene la esperanza del Reino de los cielos y la de contemplar, un día, su gloria que hoy ves de manera oscura, como en un espejo, pero que verás mañana en toda su pureza y esplendor (1C 12,12). ¿De dónde viene que seas hijo de Dios, heredero con Cristo (Rm 8,1617) y, me atrevo a decir, que tú mismo seas un dios? ¿De dónde te viene todo esto y por quién? 

O bien, para hablar de cosas menos importantes, las que se ven: ¿quién te ha dado la posibilidad de ver la belleza del cielo, el recorrido del sol, el ciclo de la luna, las innumerables estrellas y, en todo eso, la armonía y el orden que las conducen? ¿Quién te ha dado la lluvia, la agricultura, los alimentos, las artes, las leyes, la ciudad, una vida civilizada, unas relaciones familiares con tus semejantes? 

¿No es Aquel que, antes que todas las cosas y a cambio de todos esos dones, te pide amar a los hombres? Si él, nuestro Dios y nuestros Señor, no se avergüenza de ser llamado nuestro Padre, ¿nosotros vamos a renegar de nuestros hermanos? No, hermanos y amigos míos, no seamos gerentes deshonrados de los bienes que se nos confían. (San Gregorio Nacianceno. Homilía 14, sobre el amor a los pobres,  23-25) 

Ningún cristiano debería dudar de las consecuencias que conlleva una naturaleza humana limitada y herida. El tentador utiliza nuestra naturaleza con maestría. Sabe cómo ponernos entre la espada y la pared, haciéndonos creer que cualquier opción a elegir será mala y que estamos destinados a elegir siempre el mal menor. Sabe ocultarnos la única alternativa al mal menor: el sacrificio, la santidad. Cuanto nos cuesta decir ¡No! Saber retirarnos y no participar en el terrible juego de los males menores. Retirarnos aunque el mundo te señale, con desprecio, como un desertor de sus iniciativas.

Es interesante señalar que la alternativa del sacrificio conlleve el reproche inmediato. A Cristo le pasó igual. Viéndolo sufrir en al Cruz, le decían con desprecio: “Tú que destruyes el templo y en tres días lo reedificas, sálvate a ti mismo, si eres el Hijo de Dios, desciende de la cruz.” (Mt 27, 40) ¿Cuántas decepciones no anidarían en los corazones que confiaron en el Hijo de Dios, cuando lo vieron morir en la Cruz? ¿Cuántos no le reprocharían que les hubiera abandonado? A veces es mejor alejarse y dejar que los muertos entierren a los muertos, porque la obra del ser humano está predestinada a desaparecer, mientras que la obra de Dios perdura a través de los tiempos. “Si el Señor no edifica la casa, en vano trabajan los que la construyen. Si el Señor no guarda la ciudad, en vano vela la guardia.” (Salmos 33, 12). 

Con frecuencia confundimos la Iglesia, que es obra de Dios, con las construcciones humanas que edificamos dentro de ella. No todo lo edificado dentro de la Iglesia es voluntad de Dios. Muchas iniciativas son Torres de Babel que buscan llegar a Dios con fuerzas humanas. Como es lógico, todas estas Torres de Babel terminan por caer a los pies de sus constructores, para desesperación de quienes pusieron su confianza en el ser humano. La Iglesia es un organismo vivo que necesita, de vez en cuando, limpiarse por medio de la humildad y la sencillez. Las verdaderas reformas no son cambios de apariencia, funcionamiento o estructura. La única reforma que vale la pena emprender es la conversión interior. 

Sólo necesitamos ver qué pasa hoy en día en la Iglesia. Montamos iniciativas para cambiar la Voluntad de Dios y creamos comisiones para reformar edificios destrozados por la carcoma del pecado. Damos preferencia al aplauso de los medios y no a la mirada dulce del Señor. Quizás se nos olvidan las palabras de Cristo en las que nos llama a negarnos a nosotros mismos para seguirle o a perder nuestra vida, para ganarla. ¿Por qué no ser humildes y dejarnos en las manos de Dios? Al final, si dejamos que el pecado persista, siempre perdemos mucho más de lo que aparentemente ganamos. 

Roguemos por la Iglesia para que nuestros pastores sepan llevarnos por el camino de la renuncia y la humildad. Para que sepamos confiar más en Dios que en nuestras obras humanas. Para que seamos coherentes antes que aparentes, porque la mentira acampa donde el mundo aplaude.

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