Viernes, 29 de marzo de 2024

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San Mateo contra San Juan en el Parlamento

por En cuerpo y alma

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            Lejanos ya los tiempos en los que Torcuato Fernández Miranda nos hablaba de la “trampa saducea” que nadie supo nunca muy bien entonces lo que era (pero que yo les expliqué en esta columna); o en los que el comunista y ateo "gracias a Dios", Santiago Carrillo, adornaba su discurso con menciones como “que venga Dios y lo vea” y otras similares, resultó divertido ayer el rifirrafe que sostuvieron en el Congreso el líder de la oposición pesoíta, D. Alfredo Pérez Rubalcaba, y el Presidente del Gobierno, D. Mariano Rajoy.
 
            A cuenta de la crisis económica, el primero, defendiendo que el presidente del Banco Central Europeo, Sr. Draghi, era el verdadero artífice de la salida de la misma –algo en lo que, por cierto, no seré yo quien le quite la razón- se hacía un pequeño batiburrillo con una de las palabras más conocidas del Evangelio: las que le dirige a Jesús el atribulado centurión romano que le pide desesperadamente que cure a su amado siervo enfermo de muerte:
 
            “Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo; basta que lo digas de palabra y mi criado quedará sano” (Mt. 8, 8; similar en Lc. 7, 7).
 
            El “Azote del Concordato”, -como ya se conoce en la cámara al líder pesoíta, incapaz hasta la fecha de aportar otra solución a los innúmeros problemas españoles que la revisión del Concordato con la Santa Sede-, se hacía un pequeño lío con la reseña, la cual citó mal en hasta dos ocasiones, mientras desde la desternillada bancada pepeíta le hacían ver que no daba una, para al final reconocer que “él no era Pepe Bono”… ¡Pepe Bono invocado como auctoritas en las cosas del Evangelio, "cosas veredes amigo Sancho" (pinche Vd. aquí si desea conocer cómo retorcía el simpático líder manchego la Evangelium Vitae para votar la ley que convertía el aborto en un derecho de la mujer)!

 

San Mateo y San Juan. Juan Ribalta (1682).
En la vida real, mucho más unidos que en el Congreso español de los Diputados.


            Alguien –interesante saber quién- aconsejó entonces al Sr. Rajoy que no aflojara el bocado, y que continuara aferrado a la misma herida que el propio Sr. Rubalcaba se había hecho él solito. Y en su turno de réplica, el Presidente le espetó al pesoíta:
 
            - “El que esté libre de pecado que tire la primera piedra”
 
            Para añadir después:
 
            - “Y Vd. no podrá tirar la piedra, porque no está libre de pecado”.
 
            Aludiendo así a las responsabilidades que sobre la crisis cabían a quien con tanta torpeza intentaba hacer suyas las palabras del humilde centurión romano, y enlazándolas, sin salir del Evangelio sobre el que el mismo Rubalcaba le había invitado a debatir, con el precioso episodio del Evangelio de Juan en el que Jesús salva a una mujer adúltera de morir lapidada, que es al que correspondían las palabras utilizadas por Rajoy.
 
            Y muy bien habría quedado el presidente del Gobierno, efectivamente, salvo porque envalentonado por el fino golpe parlamentario asestado a su rival, trató de adornarse como lo hacen los buenos toreros cuando unen una buena tanda de naturales.
 
            - “Juan, 1, 7” –remachó.
 
            Pues bien, no, Sr. Presidente… Siento decirle que Juan 1, 7, no… Juan 8, 7. Que Juan 1, 7 lo que dice es esto.
 
            “Éste vino para un testimonio, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por él”.

            Que no parece muy de aplicación al caso.
 
            Pero “el que esté libre de pecado que tire la primera piedra”, es Juan 8, 7.
 
            En fin, poco a poco. Primer intento de nuestros diputados de retornar a las bellas citas evangélicas que tanto han adornado siempre el discurso español, como hemos tenido ocasión de tratar en tantas ocasiones en esta misma columna (pinche aquí para conocer uno de los doce capítulos que hemos dedicado a ellas; debajo tiene los enlaces a los otros once).

            La primera, a decir verdad, no les ha quedado muy bien. Pero perseverando y dedicándole un poquito de tiempo a la siempre interesante lectura de la Biblia, tan llena de sorpresas y desenlaces inesperados, tan intrísecamente unida a nuestro ser antropológico, hasta Sus Señorías son capaces de hacerlo mucho mejor la próxima vez que se pongan a ello.
 
 
            ©L.A.
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