Jueves, 28 de marzo de 2024

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Sacramentos, signos de Vida y de Verdad, para andar el Camino. San Ambrosio de Milán

Sacramentos, signos de Vida y de Verdad, para andar el Camino. San Ambrosio de Milán

por La divina proporción



¿Qué son los sacramentos? Signos por medio de los cuales Dios nos comunica su Gracia. Pero la Gracia no es magia que actúe en nosotros sin que seamos partícipes. La Llena de Gracia, María, acepto el gran sacramento de la concepción de la Palabra dejando su cuerpo y alma en manos de Dios. Dios desea que abramos nuestro corazón, que es nuestro ser completo: entendimiento, sentimiento y voluntad, en sus manos. Entonces es cuando el Señor nos transforma y convierte poco a poco, curando parcialmente la naturaleza herida por el pecado. Andando, entonces, paso a paso, el camino de la santidad.

Los sacramentos se han asociado a momentos importantes de nuestra vida, como son el nacimiento y la muerte, la plenitud de nuestra vida y la vocación que hemos recibido de Dios, los momentos en que necesitamos limpiar nuestro interior y llenarnos de la fuerza del Logos para ser cada día más santos. Esta asociación de sacramento con momento importante, nos ha llevado a pensar en que son elementos socio-culturales que nos gusta conservar, pero poco más. Lo cierto es que detrás de ellos está mano de Dios que se ofrece a nosotros esperando que la queramos tomar:

Después de la muerte de nuestro Señor Jesucristo los Apóstoles estaban reunidos y oraban el día de Pentecostés, y de repente se sintió un gran ruido como si un viento soplase con gran fuerza y se vieron como lenguas de fuego que se separaban. ¿Qué significa esto sino el descenso del Espíritu Santo? que quiso mostrarse a los incrédulos también en forma corpórea, es decir, bajo la forma corpórea mediante el signo, de manera espiritual mediante el sacramento. Es, pues, un testimonio manifiesto de su venida, pero a nosotros se nos ofrece el privilegio de la fe, porque al principio se hacían signos para los incrédulos, mientras que nosotros, que ya estamos en la plenitud de la Iglesia, debemos abrazar la verdad, no por el signo, sino por la fe. (San Ambrosio de Milán, Los sacramentos. Libro II, V, 15)

Pentecostés nos evidencia la estructura sacramental que Dios nos ha dado. Tenemos por una parte a los Apóstoles y discípulos temerosos de su futuro. Desesperanzados, porque Cristo ya ha partido y parece que ninguna de sus profecías se han cumplido. Son como nosotros, desconfiados con tendencia a la desesperación, pero que necesitamos apoyarnos unos a otros para seguir adelante. En medio de la reunión parecieron lenguas de fuego, que son un signo, una evidencia que comunica la naturaleza de lo que hay detrás. Las lenguas hacen visible lo invisible y lo hacen de forma coherente para que nuestro entendimiento reconozca y comprenda.

Ante la admiración y el miedo, las lenguas caen sobre las cabezas de todos los presentes, transformando lo que son. Pero el cambio no es completo, sino que es un adelanto que da entendimiento, sentimiento y voluntad para algo que antes parecía imposible: cumplir las promesas del Señor. Los Apóstoles se dieron cuenta que ellos eran la boca, las manos, los pies de Cristo. Ellos habían sido llamados a hacer posible ese imposible que desconocían hace unos minutos. La Gracia les transformó, sin dejar de ser humanos, falibles y llenos de contradicciones. ¿En qué les transformó? En testigos de Cristo, capaces de llevar el Logos, el sentido, la Palabra, a toda persona y nación.

Esta es la estructura que los sacramentos poseen. Una evidencia simbólica que lleva consigo la Gracia de Dios. Transforman el corazón de aquellos que no cierran la puerta en la cara de Cristo. Hacen posible el imposible: que seamos símbolos de Cristo en el mundo. Ahora, seamos sinceros, ¿Qué vemos en la Iglesia actual? Posiblemente veamos que los signos sacramentales no dan lugar a que los que los recibamos proclamemos el Evangelio, ni seamos testigos de Cristo en nuestras vidas. La eficacia de los sacramentos es muy baja entre nosotros y la culpa no es de Cristo, sino de nosotros mismos.

Tenemos miedo a dejar que Cristo nos transforme. ¿Cuántas cosas tendremos que abandonar? Podemos ver al Joven Rico y sentir que somos como él. Somos invitados a acompañar a Cristo y pensamos en lo que tenemos y no queremos perder. Sobre todo nos da miedo se testigos que evidencien lo que sociedad rechaza y denigra: la fe. Podemos mirarnos en aquel que también fue invitado por el Señor y dijo que antes tenía que enterrar a su padre. Cristo le dijo una frase que es una parábola breve muy dura: “Deja que los muertos entierren a los muertos”. Olvida lo que te ata al pasado, porque sólo si pierdes la vida por Cristo, la encontrarás verdaderamente.

Hemos perdido el entendimiento de los sacramentos y los pretendemos democratizar como derechos, con el fin de que nadie se quede en evidencia ante los demás. Es como si el Joven Rico, una vez rechazada la invitación de Cristo, estuviera preocupado por dejar claro lo importante es que los demás te vean junto a Cristo, aunque sea en una foto, un selfie. Esto, desgraciadamente, es lo que nos pasa hoy en día. Mientras, vamos orgullosos con la foto pegada a la solapa, sin importarnos dar el pero antitestimonio cristiano, ya que la foto es lo único que tiene sentido para nosotros.
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