Jueves, 28 de marzo de 2024

Religión en Libertad

Repaso de la gran aportación de católicos españoles a la Ecología

¿Sabías que científicos católicos crearon los parques nacionales o promovieron la fiesta del árbol?

¿Sabías que científicos católicos crearon los parques nacionales o promovieron la fiesta del árbol?
Pedro Pidal impulsó la creación del primer parque nacional español, el Parque Nacional de la Montaña de Covadonga

Alfonso V. Carrascosa / ReL

Las cosas que el Papa Francisco dice sobre el medio ambiente tienen una larguísima tradición en la Iglesia católica, que incluye a sus actuales científicos. El invento de  Lynn White Jr. en 1967 de que la Iglesia Católica es la causante de los desastres ambientales porque propagó el “…llenad la Tierra y sometedla…” – que ya es no entender nada de nada- está muy lejos de la verdad científica, al menos en España, a pesar de ser un mantra para cierto tipo de los autodenominados intelectuales progresistas, que no pierden un minuto en denunciar que  países donde se practica el ateísmo y se persigue el pensamiento occidental como China, son de los que más daño hacen al medio ambiente y menos caso a las recomendaciones de los estamentos internacionales en cuanto a respeto al medio ambiente y sostenibilidad se refiere.

Pero nada mejor que hechos concretos para situar la cuestión, porque son muchas las conexiones históricas entre la Iglesia Católica y la ciencia y, en mi opinión, de entre las más sorprendentes aquellas que tienen que ver con personas no consagradas, contemporáneas, que se han dedicado a la profesión científica al más alto nivel, y la han compaginado con su fe sin ningún problema, personas cuya religiosidad no incluye el discurso laicista, que propaga la mentira de que ciencia y fe no son compatibles, o que la Iglesia Católica es enemiga de la ciencia. Esto se incumple en los siguientes personajes.

Pedro Pidal y los parques naturales
Pedro José Pidal y Bernaldo de Quirós (18701941), marqués de Villaviciosa de Asturias, fue un noble español que impulsó la creación del primer parque nacional español, el Parque Nacional de la Montaña de Covadonga, del que se le considera fundador. Como político y jurista, fue determinante en las proposiciones de la nueva Ley sobre Parques Naturales. Era un ferviente católico.


En sus propias palabras podemos entender cómo integraba sus deseos conservacionistas con sus acendradas creencias: “Y eso es lo que significa el Parque Nacional de la Montaña de Covadonga, el marco excelso puesto por la Naturaleza misma al cuadro único, sin par, sublime, en que las esperanzas de la Religión se funden con los recuerdos de la H, en que el Santuario celebra sus esponsales con la Epopeya en una gruta, en que la Inmortalidad en la contemplación de la Belleza, que es la Religión, parece arrancar el Renacer o la Reconquista de España, nación descubridora y conquistadora de mundos”.

Para Pidal el conservacionismo de la naturaleza formaba parte de los valores esenciales para la salud espiritual de la nación, por lo que se refería a los parques nacionales como un "verdadero templo del Altísimo, en que se oxigenan el alma y los pulmones y se cobran alientos, fuerzas, para seguir con la vida de trabajo por las grandes urbes y por entre casas de veinte, treinta, cuarenta y hasta cincuenta pisos...".

Su epitafio
El epitafio de su tumba esta tomado del libro de Julián Delgado Úbeda sobre Covadonga y dice así:

“Enamorado del Parque Nacional de la Montaña de Covadonga, en él desearíamos vivir, morir y reposar eternamente, pero, esto último, en Ordiales, en el reino encantado de los rebecos y las águilas, allí donde conocí la felicidad de los Cielos y de la Tierra, allí donde pasé horas de admiración, emoción, ensueño y transporte inolvidables, allí donde adoré a Dios en sus obras como Supremo Artífice, allí donde la Naturaleza se me apareció verdaderamente como un templo”.

El mismo año 1918 se creó también el Parque Nacional de Ordesa gracias a su impulso y amor a la naturaleza. Detrás de su puesta en marcha está Pedro Pidal, católico gracias al cual disfrutamos hoy de ellos. Pero la cosa de los católicos españoles y el medio ambiente no queda aquí: los principales científicos creadores en España de la ciencia de la ecología fueron también católicos practicantes, y no ateos o materialistas o laicistas de los que siguen de rodillas consignas sin fundamento científico alguno como las de  Lynn White Jr. Ese es el caso del siguiente personaje.

Cuenta el pedagogo católico Ezequiel Solana en el primer libro dedicado a la superconocida en la actualidad Fiesta del Árbol, libro de su autoría y de título homónimo La Fiesta del Árbol (1927), que la primera vez que se celebró fue en 1805 promovida por el cura católico Ramón Vacas Roxo en Villanueva de la Sierra un martes de carnaval. Cien años después un Real Decreto de 11 de mayo de 1904 establecía la Fiesta del Árbol en España, obligando a los ayuntamientos, junto a los maestros y cura del pueblo a promocionar dicha celebración, plantando árboles en zonas húmedas, fundamentalmente por alumnos, ya que ellos serían en el futuro los mayores beneficiarios de tal actividad. Precisamente este 2017 la Fiesta del Árbol en Villanueva de la Sierra (Cáceres) ha sido declarada Bien de Interés Cultural con carácter de Bien Inmaterial en el Diario Oficial de Extremadura (DOE). Pero hay más.


Celso Arévalo fue el primer español que hizo investigación científica en ecología, y trabajó en el Museo Nacional de Ciencias Naturales del Consejo Superior de Investigaciones científicas (CSIC), mayor organismo público de investigación española de la historia, fundado por el propagandista Ibáñez-Martín y por el miembro del Opus Dei Jose Mª Albareda,  que acabaría institucionalizando dicha disciplina con la creación del  Instituto de Edafología, Ecología y Biología Vegetal del  CSIC.

Celso Arevalo, pionero en la ecología
Celso Arévalo  nació en Ponferrada en 1885, donde pasó su infancia. Finalizó en Madrid los estudios de Ciencias Naturales con premio extraordinario de carrera, doctorándose en 1904. Cursó después Farmacia y fue pensionado para iniciarse en la investigación en la Estación Marítima de Santander. De profesor de prácticas de Zoología en Madrid, pasó a auxiliar de ciencias naturales en Zaragoza, ganando el puesto de catedrático de instituto de Mahón en 1909 y dejando así la universidad, donde por aquella época se ganaba menos.

En 1918 llegaría a Madrid, nuevamente como Catedrático del Instituto Cardenal Cisneros, y se incorporaría al Museo de Ciencias Naturales hoy del CSIC, como investigador naturalista, donde dada la valía y el prestigio del candidato se le asignó una Sección de Hidrobiología, a la que trasladó su laboratorio valenciano. Fue presidente honorario de la Real Sociedad Española de Historia Natural: sección Valencia, iniciador de la investigación en Historia de las Ciencias Naturales en España, y de la Ecología.

Profundo admirador del también católico y científico Marcelino Menéndez-Pelayo, su biógrafo Santos Casado de Otaola afirma con rotundidad que, además de pionero en la ecología, era católico convencido. Su discípulo Luis Pardo García, en su necrológica, abundaría en la misma línea al afirmar que su primera religión era la católica, y la segunda enseñar, resaltando la ejemplaridad cristiana con la que vivió su dolorosa enfermedad, y cómo innovó en las tareas pedagógicas de las ciencias naturales favoreciendo el uso de las colecciones como material de prácticas. Pero esto es sólo el principio de la saga de ecólogos catolicos españoles.

Ramón Margalef, el más importante 
Ramón Margalef (1919-2004) fue el primer catedrático de ecología de la universidad y el científico especializado en ecología más importante de la historia de España. Además fue un católico convencido, que murió santamente tras una dolorosa enfermedad. Las bases científicas del respeto al medio ambiente fueron asentadas desde España, para toda la humanidad, por este extraordinario científico en el que convivieron, de forma natural, la fe y la razón, la ciencia y la religión católica.



La condición de católico de Margalef sorprendió a algunos de sus más allegados discípulos que confesaron tras su fallecimiento desconocerla en absoluto. El Padre J. Ynaraja  que conoció a Margalef en los años 60 y mantuvo su amistad hasta su muerte, comentó que Margalef era un hombre profundamente religioso,  que se sentía sumergido en un cosmos bien proyectado, preparado para superar cualquier intento de destrucción.

Decía que a Margalef le encantaba la sabiduría de los libros sapienciales, especialmente el de Job, hasta el punto de releerlos con asiduidad. Bartomeu Margalef, uno de los cuatro hijos de Margalef, recordaba que su padre le regaló a su madre Maria Mir, de novios, La imitación de Cristo, de Tomás Kempis, uno de sus libros favoritos. Un día en un encuentro juvenil, preguntado por su fe contestaba: “Los científicos creemos más fácilmente en Dios que los intelectuales especulativos” y “como decía Einstein, Dios es misterioso pero no engaña nunca”.

Mirar la naturaleza con ojos de niño
Margalef dijo que “la ecología demanda que miremos a la naturaleza una y otra vez con ojos de niño, y no hay nada más opuesto a los ojos de un niño que un pedante”. Congruentemente con su fe y su visión del cosmos, cuando supo que su enfermedad era irreversible no aceptó ningún tratamiento agresivo para alargar su vida, al igual que haría Juan Pablo II.

En sus notas autobiográficas va a escribir: “La misma caducidad de la vida individual no hace indispensable amoldarse a las novedades que llevan los tiempos que corren y permiten contemplar con una paz de raíz metafísica quizá la manera como uno puede aproximarse a la muerte, no con ira, sino con la satisfacción de haber disfrutado de un episodio universal apasionante”. Cuando sintió cercana la propia muerte, se emocionó tanto que lloró dando gracias a Dios por la vida vivida. No tenía miedo a la muerte: la esperó con serenidad. Se despidió serenamente de todos sus familiares y les pidió que rezasen por él. Llamó al Padre Ynaraja el día antes de morir y le pidió la Unción de enfermos, algo que el Padre comentó que nunca antes le había ocurrido, quedando impresionado por su serenidad frente al trance.  A su mujer María Mir le dijo que pronto se volverían a ver, y murió una semana después.

Poco antes de morir, Margalef reclamaba un cambio de actitud en el discurso ecologista habitual – lleno de tantas idolatrías que promueve en algunos casos el crimen del aborto- formulándolo en términos autocríticos, afirmando que se había cometido una cierta perversión del término ecología según como se mirase. La ecología debería de ser un conocimiento profundo de la tierra y una toma de conciencia de la capacidad del hombre. “Si Dios nos ha puesto aquí en la Tierra, tenemos derecho a manejarla, pero hemos de hacerlo con una pizca de sentido común. Todos estos aspectos no están en el discurso ecológico habitual”.

Preguntado sobre las soluciones posibles a la crisis ecológica global, respondía: “Un cierto éxito, o al menos una cierta paz interior en relación a estos problemas, pide ver la naturaleza con reverencia o con espíritu religioso… esta actitud debe ser la base de una ética de conservación que mueva a la gente”. Sería bueno que admiradores y discípulos tuviesen muy en cuenta este consejo. Y que los católicos y hombres de buena voluntad creyesen que razón y fe no sólo son compatibles, si no hasta sinérgicas.

González Bernáldez destacó en ecología terrestre
Fernando González Bernáldez  (Salamanca, 8 de marzo de 1933 - Madrid, 16 de junio de 1992) fue otro gran científico de la ecología, catedrático universitario, ecologista…y católico practicante. En su vocación por la ecología científica tuvo mucho que ver otro católico y científico, el padre Ambrosio Fernández, experto en mariposas, con quien se carteaba con menos de veinte años: le mandaba dibujos de mariposas y el agustino las clasificaba taxonómicamente.



En 1965, siendo ya doctor en biología, consiguió plaza de científico en el CSIC, y trabajó en colaboración con Jose Mª Albareda -cofundador de dicho organismo público de investigación, el más grande de la historia de España- institucionalizador de la ecología española además de presbítero católico y miembro del Opus Dei. Se relacionaba con el más prestigioso ecólogo español de todos los tiempos, Ramón Margalef, con quien llegó a firmar en 1969 un artículo legendario sobre fitoplancton marino. En 1970 obtuvo la cátedra de ecología de la Universidad de Sevilla (fundada por la Iglesia Católica), la segunda de España después de la de Margalef en Barcelona.

Quienes le conocieron personalmente dan fe de su apasionado catolicismo. Así su compañero Miguel Moleu Andreu testimonia “…una de las cosas que llamaba inmediatamente la atención de Fernando era su profunda espiritualidad, que trascendía en su mirada, en sus gestos y en su conversación. Tenía un profundo sentimiento religioso, cosa poco frecuente en aquel tiempo entre los estudiantes destacados. No sólo era infrecuente, sino que incluso era mal visto…”. González Bernaldez empezó a hacer escuela de ecología terrestre, como Margalef la hizo de ecología marina, la conocida “escuela bernaldiana” iniciada en Sevilla. Luis Ramírez-Díaz comenta “…la semblanza de Fernando para mí podía ser la de un científico profundamente religioso…”.

Uno de los fundadores de la bioespeleología moderna
Enrique Balcells Rocamora (1922-2007) fue un científico del CSIC dedicado a la investigación en ecología. Celso Arévalo, pionero de la ecología española, y Jose Mª Albareda, su institucionalizador, compartieron con Balcells sus profundas y arraigadas convicciones religiosas, dando así muestra de que razón y fe, o ciencia y religión, conviven en perfecta armonía en quienes ambos modos de conocimiento no buscan el enfrentamiento sino la complementación.



Se licenció en Ciencias Naturales en 1943, obteniendo nota media de Notable y en el Examen de Grado Sobresaliente. En 1950 obtuvo su Doctorado en Ciencias por la Universidad de Madrid, en el que mostró su habilidad para el dibujo naturalista. Al año siguiente, tras superar un concurso-oposición, fue nombrado Colaborador Científico del CSIC. En 1951 publicó un trabajo sobre crustáceos de agua dulce con Ramón Margalef, y más tarde se especializó en zoogeografía.

Fue uno de los fundadores de la bioespeleología moderna, en parte por sus estudios de murciélagos. Jose Mª Albareda le encomendó por su ya gran prestigio la creación del Centro Pirenaico de Biología Experimental del CSIC, que fundó en Jaca en 1963. Simultaneó su actividad científica con la docente y en 1983 comenzó a dirigir el Instituto Pirenaico de Ecología (CSIC), contribuyendo de manera definitiva a la institucionalización de dicha disciplina. En su nota necrológica sus autores no dejan lugar a duda cuando comentan: “Aunque él nunca lo pregonase, Balcells era un hombre religioso, por formación y por convicción, devoto católico, de misa y comunión diarias. Su posición religiosa podía considerarse próxima al Opus Dei,  congregación de la que era simpatizante…Tampoco puede decirse en modo alguno que la posición religiosa de Balcells haya tenido que ver con la elección de sus colaboradores.

Entre sus alumnos los había religiosos, agnósticos y hasta abiertamente antirreligiosos…por lo que nosotros sabemos, jamás reclutó, discriminó ni descartó a nadie por afinidad o diferencia religiosa”.

Pedro Montserrat, experto en agroecología
El profesor Pedro Montserrat Recoder, que desarrolló su carrera científica en el Instituto Pirenaico de Ecología del que fue fundador, desde el año 1968 hasta su jubilación en 1985, impulsó la investigación en ecología terrestre en España,  promovió  la agroecología y fundó el Herbario JACA. Forma parte por méritos propios del elenco de científicos católicos que introdujeron y desarrollaron en España la ciencia de la ecología.


 
Entusiasta de su trabajo, lo continuó hasta hace unos meses, cumplidos ya los 97 años. Recibió, entre otros, el premio  “Medioambiente de Aragón” en 1999 y fue nombrado “Sueldo Jaqués” por la ciudad de Jaca en 2007, siendo además miembro de las Reales Academias de Ciencias de Barcelona y Zaragoza. A mí me ayudó personalmente a localizar documentos que acreditasen las creencias y la arraigada fe de Ramón Margalef, del que fue amigo, y no dudó en comentarme y escribirme en sus cartas que compartía con Margalef la fe católica.

El Profesor Doctor Pedro Montserrat Recoder nació en Mataró el 8 de agosto de 1918. Estudió Ciencias Naturales en la Universidad de Barcelona durante los años difíciles de la Guerra Civil y apenas obtenida la Licenciatura (1945) se dedicó con ahínco a la Botánica. Realizaría a mediados de los 40 campañas de estudio pioneras por el Valle de Ordesa (1946) –fundado como hemos visto más arriba por su hermano en la fe, Pedro Pidal- , Sierra de Guara (1947), Soria (1948), Andorra (19471951), Pirineo Aragonés, la Cordillera Cantábrica, por Sanabria, Zamora (1948), y los Montes Cantábricos, 19491953, Menorca, etc.

En 1953 ingresó en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas y a instancias del Profesor Albareda pasó varios meses en Inglaterra, donde se especializó primero en Palinología y luego en Praticultura.
José María Albareda instituyó el primer centro con la palabra ecología
Sólo nos queda hacer mención breve del farmacéutico español más importante de todos los tiempos, aragonés de pro -como lo fuera el rey español Fernando el Católico fundador de la primera institución científica de la Europa Moderna, la Casa de Contratación-, cuyo padre y hermano fueron asesinados en la Persecución Religiosa Española, y que huyó de España con san Jose María Escrivá atravesando el bosque Rialp: Jose María Albareda Herrera.



Volvió a España tras la Guerra Civil, como muchos de los que huyeron de la España Republicana –Ortega, Marañón, la Escuela de Madrid de Filosofía en pleno, Severo Ochoa y su esposa…- , y colaborando con José Ibáñez Martín, de la ACdP, montó el Consejo Superior de Investigaciones Científicas  (CSIC), mayor y más longevo organismo público de investigación científica español de todos los tiempos. Impulsó de modo irrefutable la investigación en ecología, hasta llegarla a institucionalizar por vez primera en España, fundando el primer centro de investigación en cuyo nombre se incluyó la palabra ecología, el Instituto de Edafología, Ecología y Biología Vegetal, hoy Instituto de Ciencias Agrarias del CSIC.

Escribiría páginas inolvidables sobre la armonía entre ciencia y fe, como por ejemplo la siguiente: “El conocimiento es fuente de amor. Hay un conocer en el que consiste la Vida (Juan 17, 3)… La verdad es mucho más alta y optimista de lo que quieren enseñarnos todos los pobres sistemas antropocéntricos: la verdad, fundamento de nuestra indestructible esperanza, es que por encima de todo está la omnipotencia del bien infinito. Y sólo hay un poder sobre todo poder, el de quien es Verdad y Amor”. Recomiendo a todos como regalo un libro suyo  
 
La información contenida en este artículo bien podría haberse titulado GUIA CATOLICA PARA VISITAR LOS ESPACIOS NATURALES DE ESPAÑA. A padres y profesores les recomiendo que cuando vayan a hacer excursiones o a visitar los emblemáticos parques nacionales, que ahora se recuerdan en una magnífica exposición en el Museo Nacional de Ciencias Naturales, indiquen a sus alumnos parte al menos de lo dicho hasta aquí, para deshacer la falacia de que la ciencia es incompatible con la Iglesia Católica: en la ecología española no ha sido así.
 
 
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