Viernes, 19 de abril de 2024

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Regulad el mundo y seréis como dioses.

por Apolinar

Probablemente ya hasta el demonio esté aburrido de la pretensión del hombre de querer ser como dioses. Siempre que podemos, tratamos de darle esquinazo a Dios para ponernos en su lugar, y así nos va. Un ejemplo claro de esto lo tenemos hoy en el modo con el que los poderes públicos de todo el mundo se han propuesto rehacer el sistema financiero a su antojo (y al antojo de los grupos de presión) de espaldas a la lógica económica y a los principios generales del derecho.

El Fondo Monetario Internacional, el G20, el Banco de Pagos Internacionales de Basilea y hasta el gobierno del último país de chichinabo sacan a sus mejores expertos en regulación financiera, reconocidos internacionalmente por ellos mismos, los mismo expertos que no supieron ver nada y no supieron hacer nada, para que esta vez vean, estudien, discutan, informen, medren y decidan qué regulaciones son precisas para recrear y reflotar un sistema financiero que sus regulaciones sobredimensionaron y descapitalizaron, y volvamos a gozar pronto de todo lo que gozábamos antes de que el mercado, esa expresión de la irracionalidad del hombre cuando se le deja sin la "tutela" del Estado, ese gran chivo expiatorio del estatismo, nos trajera el crash de 2008.

El procedimiento es simple: supongamos que los bancos están al borde de la quiebra porque el regulador les permite operar casi sin capital, o que los bancos provocan burbujas de dimensiones épicas porque el regulador les otorga una capacidad demiúrgica de crear tanto crédito y dinero como deseen, o que los bancos nos tienen a todos pendientes de un hilo porque el regulador les permite que se financien masivamente muy barato y a corto plazo sin que tengan liquidez para todos en caso de retiradas de efectivo (que solo las garantías del Estado a la banca hace que no salgamos todos corriendo). Supongamos que estos problemas graves finalmente explotan. Entonces, un grupo de altos funcionarios internacionales, muy bien pagados y con escasos controles democráticos, se reúnen a puerta cerrada para buscar una solución a estos problemas ocasionados por... la irracionalidad del mercado. No se reúnen a puerta cerrada porque tengan algo en contra de la opinión pública, a la que incluso miran con cariño, sino porque si la gente común está continuamente molestándoles, solo se entorpecería su labor creadora.

Una vez reunidos, gracias a esa Sabiduría que ellos mismos se han otorgado, y sobre todo gracias a que tienen la sartén del poder político por el mango, ven el futuro y todo lo que pasa y pasará por la mente de los millones de humanos a los que agregan como animalillos en unos modelos matemáticos y creen que han replicado una gran maquinaria social que ellos saben cómo manejar.

Y en base a esa información que solo Dios podría conocer, usando el cinismo como la base de su discurso, la ambición personal como criterio de actuación, con escaso interés por conseguir soluciones intelectualmente honestas (total, para qué; con que la cosa dure mientras dura su mandato..., el que venga detrás que arree), pero, eso sí, sin incomodar a los poderosos del sector financiero, que allí es donde se juega el dinero de verdad y donde todos sueñan con ir a morir, bajan de su monte de la sabiduría con unas regulaciones que cambiarán muchas cosas, pero con cuidado de que no cambie lo fundamental. Es decir, tratarán de emular desde los poderes públicos lo que Lloyd Blankfein, presidente del súper banco de inversión Goldman Sachs, nos dice que hace desde el sector privado: el trabajo de Dios.

El mercado, sin duda, tiene fallos, como toda institución humana, pero también los gobiernos y sus reguladores tienen fallos; con la diferencia de que mientras los fallos del mercado solo arrastran a las empresas que han fallado, lo que ofrece oportunidades a sus competidores para retomar esa actividad y permitir que la economía siga creciendo (según el principio de la "destrucción creativa" de Schumpeter, 1942), los fallos de regulación y degobierno tienen efectos sobre toda la economía, incluso a nivel mundial, como vimos tras el crash de 2008 (y seguimos viendo dos años después), y capacidad para anular cualquier intento de la iniciativa privada de retomar las partes caídas y conseguir que la economía siga creciendo.

Si el sistema financiero mundial colapsó, no levanta cabeza pese a las ayudas archimultimillonarias orquestadas por los gobiernos (con el dinero que tanta falta nos hace a todos), y quizá vuelva a colapsar, no es solo por la codicia del hombre, presente en él desde su expulsión del Paraíso, sino sobre todo por la libertad con la que estos aprendices de brujo regulan los bancos contra toda lógica y legalizan situaciones que sin esa regulación privilegiada serían simplemente delito.

La solución del sistema financiero no es más regulación por burócratas estatales. Tampoco es la solución no tener ninguna regulación. La solución vendrá el día en que se caigan todos los mitos que envuelven al sistema financiero, los bancos se ajusten a las leyes del mercado y a los principios generales del derecho, se retiren todos los apoyos de los gobiernos a la banca y caiga quien tenga que caer. Todavía estamos lejos de dejar de ver a los sistemas financiero y monetario como un algo arcano, inaccesible a la simple razón humana. ¿Cuánto más dolor será necesario que produzca esta crisis para que logremos despertar a la realidad y exigir sistemas financieros y monetarios que sean honestos? 

“No robarás” (Ex 20, 15; Dt 5,19).

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