Viernes, 26 de abril de 2024

Religión en Libertad

El regalo de la lotería


Nos rodean muchos acontecimientos neutros, blancos, y cada uno los colorea de rojo, azul, negro o amarillo, en gran medida según su libre albedrío.

por José F. Vaquero

Opinión

Después de semanas y meses de venta de lotería para el sorteo navideño, de la tensión de quienes venden participaciones de esta lotería, para ayudar también a su asociación, ONG, negocio, parroquia... ya ha llegado el día D. La fecha de este sorteo de Navidad, previo a las fiestas navideñas, que ya están en la puerta de casa, y subiendo las escaleras. En España este día, y sobre todo el día siguiente, lo solemos bautizar como "el día de la salud". No nos ha tocado nada, o casi nada, pero al menos tenemos salud. Parece el premio conformista para el que no ha conseguido nada, un modo, a veces muy retórico, de consolarnos.
 
Creo que deberíamos instaurar esta fecha como el Día Internacional del Agradecimiento, y distribuir este agradecimiento, este aparente "consuelo del perdedor" a todas las jornadas del próximo año. ¿Cuántas cosas buenas nos rodean? ¿Cuántos buenos momentos hemos pasado durante este año que está a punto de terminar? ¿Cuántas conversaciones y bellos minutos hemos disfrutado junto a nuestros padres, hijos, amigos, marido o mujer? Nos circundan muchas luces hermosas, pero con frecuencia nos fijamos demasiado rápido en las pequeñas oscuridades.
 
Seguimos vivos, con una salud buena, o al menos aceptable. No hemos muerto, aunque hemos conocido a personas que ya no están entre nosotros. Hemos conocido a personas que están sufriendo una grave enfermedad, quizás irreversible y muy dolorosa para él y sus seres queridos. Y nosotros tenemos salud. Y si la salud no nos ha sonreído, las desgracias han tocado a nuestra puerta, no está de más recordar aquellos versos de nuestro poeta del Siglo de Oro, Calderón de la Barca:
 
Cuentan de un sabio, que un día
tan pobre y mísero estaba,
que sólo se sustentaba
de unas yerbas que cogía.
«¿Habrá otro», entre sí decía,
«más pobre y triste que yo?»
Y cuando el rostro volvió,
halló la respuesta, viendo
que iba otro sabio cogiendo
las hojas que él arrojó.
 
Nos rodean muchos acontecimientos; hemos atravesado muchas situaciones. Y la inmensa mayoría son neutras, incoloras. Se me cae un vaso, se rompe, y "pierdo" cinco minutos recogiendo los cristales. ¿Qué son cinco minutos comparados con toda una vida? He tomado una desviación equivocada en el coche, y regreso a casa cinco minutos más tarde que otros días. ¿Qué son cinco minutos comparados con toda una vida? En una discusión trivial mi amigo se empeña en que le dé la razón. ¿Qué trascendencia tiene darle la razón o seguir discutiendo cinco minutos más, aferrado ciegamente a mi opinión? Muchos de estos acontecimientos son incoloros, o en terminología cromática, blancos. Tienen en sí todos los posibles colores, o ninguno. De nuestra libertad depende pintarlos de rojo, amarillo, verde o negro. Nos ponemos un filtro para destacar un color u otro. Y poniendo un filtro rojo, y otro, y otro, nos acostumbramos a ver la realidad en tonos rojos, o amarillos, o negros.
 
Nos suceden, en cantidad mucho más pequeña, acontecimientos negros, al menos para nuestro modo de mirar. Un cáncer, una pierna rota, un despido en el trabajo, la muerte de un ser cercano. No es humano recurrir de modo inmediato, casi irracionalmente, a la utopía de la fe y el querer de Dios. Llorar ante la muerte de un ser querido es humano, y el mismo Jesucristo lo hizo al saber que Lázaro había muerto. Aunque la frase parezca de Perugrullo, el dolor siempre duele. El problema no está en sentir ese dolor, sino en encerrarse de modo desesperado en lo negativo de ese dolor. La fe cristiana es la fe de un ser humano, y parte de su misma naturaleza humana, corporal y espiritual.
 
Si tenemos el hábito de colorear los acontecimientos neutros con colores alegres, vivos, también lo haremos con los acontecimientos negros, dolorosos. El rojo puede ser más oscuro, pero mantendrá parte de su calor. Y a todos nos gustan los colores cálidos, vivos. Es la traducción al mundo del color de la conocida frase de Aristóteles, sustento de toda su ética: El ser humano busca, por naturaleza, la felicidad. Y este filósofo griego de hace veinticinco siglos sigue teniendo razón, a pesar de los avances científicos y tecnológicos.
 
El Niño Jesús está a las puertas, y también Él ha venido para enseñarnos a pintar el mundo con colores vivos y alegres, el mundo que nos circunda y nuestro inmenso, a veces misterioso, mundo interior. Empecemos por nuestro corazón, y nos será más fácil pintar nuestro alrededor. Feliz Natividad, y por ello Feliz Navidad.
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