Viernes, 29 de marzo de 2024

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Referéndum de independencia

por Alejandro Campoy

A diferencia de los medios de comunicación tradicionales y dominantes del espacio mediático actual, la blogosfera se ha llenado de numerosas muestras de "cachondeo" ante la payasada independentista que ayer tuvo lugar en Arenys de Munt. Cabe suponer que Lepe será sustituida en breve por la villa catalana como localidad de referencia para los chistes sobre estupidez.

Y llevando hasta el extremo la burla sobre lo ocurrido, surge sin embargo un locum que puede motivar una reflexión seria: reclamar la posibilidad de un referéndum para independizarse de uno mismo. Lo que inicialmente se presenta como el término de una reducción al absurdo, puede ser punto de inicio para meditar sobre algunas verdades.

Pues si independencia es la no-dependencia de dominaciones externas, que proceden desde fuera y se imponen sobre lo propio impidiendo el libre despliegue de las posibilidades vitales del sujeto, cabe preguntarse sobre la real independencia de cada individuo en las condiciones en que se desarrolla la vida en nuestras sociedades abiertas.

Y encontramos demasiadas hipotecas y demasiadas losas que realmente mantienen al sujeto en una especie de estado de esclavitud. En primer lugar, cada individuo es dependiente de algo a lo que llamamos "opinión pública", y que no es otra cosa que un conglomerado de enunciados que se hacen pasar de forma artificiosa por "lo que piensa todo el mundo". Así, el individuo particular se ve obligado a reprimir y ocultar su opinión propia si ésta disiente o distorsiona en exceso de eso que se le ha presentado como "lo que piensa todo el mundo". He aquí a un sujeto que no puede ser independiente en su pensamientos y sus manifestaciones.

Pero en segundo lugar cabe dirigir la atención sobre eso mismo que queda reprimido de cara al espacio público, que hemos llamado la "opinión propia", lo que cada individuo aislado tiene como certezas y que casi en su totalidad se conforma a partir de parcialidades e informaciones incompletas e inexactas. Y eso que llamos "opinión propia", que no es otra cosa que la "doxa" platónica", se alza como una forma más de opresión sobre el individuo, al obligarle a tener como verdad únicamente aquello que piensa o que cree.

Y lo que uno tiene para sí mismo como "verdad" se revela contínuamente como "error" simplemente con someterlo a verificación u objetivación. De esta suerte y si somos honestos, podemos caer en la cuenta de que a diario encontramos cosas que nos hacen comprobar nuestro propio error sobre lo que hasta entonces teníamos como cierto sólo por el hecho de acceder a nuevas informaciones ante las que no nos cabe más remedio que exclamar: ¡ah, eso no lo sabía!.

Sin embargo, y huyendo de esa imprescindible honestidad, es fácil encontrar numerosos individuos que persisten en su error y niegan las nuevas evidencias únicamente con el fin de no sentirse cuestionados. Porque lo que viene a demostrar esa contínua verificación y corrección de la propia opinión es que no conocemos la verdad de las cosas, y por lo tanto tenemos necesidad imperiosa de abrirnos a esa verdad. Y si reconocemos que no hay más remedio que vivir abierto a la verdad de las cosas, entonces se vienen abajo irremisiblemente todos los dogmas sobre los que se ha venido asentando nuestra civilización racionalista e ilustrada.

Se vienen abajo los dogmas sobre la autonomía del individuo para establecer lo ético y lo reprobable, lo cierto y lo falso; se vienen abajo los dogmas sobre la omnipotencia de la razón como herramienta suprema del desarrollo humano; se vienen abajo los dogmas sobre el progreso de las sociedades y los pueblos, y queda desnudo de nuevo el hombre pequeño.

Hombre desnudo que no tiene más remedio que volver la vista hacia el mundo para dejarse empapar por la realidad de las cosas a partir de todo aquello que le viene dado, que le llega como dato, bien sea como suceso, como evidencia, como límite o como silencio. Y entonces el hombre cae en la cuenta de la farsa de la autonomía, de la farsa de la no-dominación, de la farsa de la omnipotencia de las solas capacidades humanas, y queda de nuevo abierto al misterio. Y en última instancia, consigue hacerse independiente de sí mismo.

Hoy es buen día para pedir la celebración de millones de referéndums, uno por cada persona que desee ser independiente de sí mismo.

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