Sábado, 27 de abril de 2024

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Por cada vacío que dejamos, una secta en América Latina

Por cada vacío que dejamos, una secta en América Latina

por Duc in altum!

 A quienes vivimos en Latinoamérica, no nos ha tomado por sorpresa la noticia del estudio realizado por el “Pew Research Center” (13 de noviembre de 2014), cuyas conclusiones arrojaron que 1 de cada 5 latinoamericanos, ya forma parte de alguna de las innumerables sectas que han tenido amplia difusión en el continente. En realidad, las causas del problema están muy claras y, por lo mismo, en vez de alarmarnos momentáneamente, lo mejor es poner ¡manos a la obra! A continuación, hacemos un breve diagnóstico sobre la región que quizá pueda ser de utilidad para otras partes del mundo:

  Sobrevaloración de la sociología:

 Es un hecho indiscutible que la fe tiene implicaciones sociales. Por algo existe -al menos, desde León XIII- una línea clara de acción al respecto que ha quedado debidamente sistematizada y actualizada en el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia; sin embargo, una cosa es abogar por un modelo económico más incluyente y otra, muy distinta, renunciar al anuncio del Evangelio para hablar de un humanismo sin Cristo, alejado de la oración, de los sacramentos y de la catequesis en general. Las personas que se acercan a la Iglesia no andan buscando un “hashtag” ideológico, sino la Palabra de Dios bien aplicada a la realidad concreta. Mientras no recordemos que la primera tarea de los cristianos es enseñar la fe y, sobre todo, vivirla a modo de contagio, ¡de conversión!, las sectas continuarán llenando el vacío que nosotros dejemos. La sociología sirve para entender el contexto en el que trabajamos, pero abusar en el sentido de darle un valor absoluto, inalienable, lleva al vacío de la fe. Por esta razón, el Documento de Aparecida (2007), al señalar las sombras, habló claramente sobre las crisis derivadas de una “antropología meramente sociológica y no evangélica” (cf. Aparecida, 100, inciso b). Si lo entendemos bien, conseguiremos darle prioridad a la fe como experiencia de Dios, que es justo lo que nos pide el Papa Francisco. El estudio atento de la realidad social no es un fin en sí mismo, sino una herramienta de trabajo que permite -entre otras cosas- comprender quiénes son los destinatarios a nivel pastoral, distinguiendo entre el contexto rural, periférico y urbano, pues son tres realidades con retos muy distintos que exigen una respuesta organizada en aras de dar a conocer a Cristo sin posturas ajenas al “Sentire cum Ecclesiae” (Sentir con la Iglesia).

  Descuidos litúrgicos:

  La liturgia oficial de la Iglesia atrae, favoreciendo un clima de oración, porque -ya lo dijo Jesús- “no sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mt 4, 4). Es decir, no existe oposición entre ayudar eficazmente a los necesitados y celebrar los misterios de la fe con dignidad, pues el ser humano también tiene necesidad del absoluto, a partir de signos exteriores que comunican una realidad que fuera de la liturgia no encontraría ningún modo adecuado de expresión. El descuido o, en su caso, los abusos litúrgicos, son directamente proporcionales a la fuga de católicos, porque cuando perdemos los momentos y espacios concretos para hacer un alto y entrar en contacto con la memoria viva del Evangelio, todo queda en un activismo tan sofocante que, sin ser una justificación para claudicar, condiciona la salud espiritual de los bautizados. Necesitamos revisar aspectos como los coros a fin de que haya una distinción entre la música sacra y la música religiosa, sin olvidar el uso adecuado de los ornamentos y otros instrumentos propios de la liturgia según los cánones de la Iglesia. De este modo, ofreceremos la belleza, el silencio y la profundidad que no hay en otras partes. Aunque lo más importante siempre será el fondo, la esencia, es un hecho que las formas cuentan, influyen y que hay que ordenarlas hacia Dios, quien es el verdadero protagonista de la liturgia.

  Falta de cultura religiosa:

 Sucede que muy pocos católicos saben de apologética. Hay un vacío en materia religiosa que los vuelve demasiados frágiles ante las sectas, cuyos miembros saben persuadirlos y llevarlos a la contradicción. Esperar que alguien tenga sentido de pertenencia a la Iglesia sin conocer quién la fundó y por qué se habla de vida eterna, es como pretender que un niño de 2do de kínder, diseñe una carretera. Se necesita trabajar en tres direcciones: catequesis, instituciones educativas y grupos. Sabiendo que “nadie da lo que no tiene” hay que empezar por los catequistas, docentes y coordinadores de movimientos eclesiales, formándolos de manera clara, sistemática, aunque flexible a modo de que comprenden que la fe es ante todo una experiencia, pero que requiere del estudio para ser profundizada, asumida y vivida. Nuestra Iglesia es la institución que cuenta con el mayor número de colegios alrededor del mundo, por lo que si se cuida la selección del personal y se buscan caminos de renovación, aprendizaje y metodología, el perfil de egreso deberá incluir a jóvenes capaces de dialogar sin comprometer su identidad católica, hombres y mujeres que entiendan las diferencias y aquellos aspectos que hacen de la Iglesia una obra de Jesús que, aunque ha sufrido difíciles separaciones, es una, santa, católica y apostólica. Por ejemplo, hoy día, muchos jóvenes de nuestra Iglesia no saben si son cristianos o católicos, precisamente porque falta quien les aclare que su fe incluye ambos puntos por venir de Cristo y vivir su mensaje dentro del tronco original, de la comunidad eclesial más antigua que es la católica. Si les explicáramos que Pedro fue el primer Papa y que Francisco es el sucesor de una cadena ininterrumpida, no caerían tan fácilmente en las sectas, porque “saber es poder”.

  Abrir las puertas:

 Nadie puede amar lo que no conoce. Por lo tanto, necesitamos continuar abriendo las puertas de la Iglesia para que todos nos conozcan y sepan por qué vale la pena vivir el bautismo en el aquí y el ahora. Si somos cerrados y nos falta celo apostólico, le estamos diciendo a Dios que no nos interesa, que estamos bien en nuestra mediocridad. De ahí la importancia de que las parroquias tengan un horario regular de Misas y confesiones, además de que las diócesis cuiden a sus sacerdotes y capaciten a los laicos que se encuentran haciendo lo posible por contribuir a mejorar el orden temporal. Dejar las reivindicaciones o ideologías, para recuperar el espíritu original del Concilio Vaticano II en el marco de la hermenéutica de la continuidad, afirmando la urgencia de la nueva evangelización no solamente en las periferias físicas, sino en las existenciales que predominan en las grandes metrópolis del mundo y no porque el progreso sea algo malo, sino por el hecho de que a veces olvidamos cómo dar a conocer el Evangelio frente un panorama o auditorio culto, exigente. Todavía estamos a tiempo de ayudar a que las personas descubran la riqueza de la nuestra fe, pues si nos ha servido a nosotros, ¿por qué negarles la felicidad que estamos experimentando día a día? Hay que evangelizar sin miedo a la palabra “conversión”. Compartir lo que somos y tenemos. El primer paso será reconocer que tenemos un problema y actuar en consecuencia.
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