Jueves, 25 de abril de 2024

Religión en Libertad

Desde la primera comunión sintió la llamada a «consolar a Cristo» a través de la entrega a los demás

Misionera española, forjó su vocación diciendo «soy cristiana» en la universidad: «Opté por Él»

La misionera franciscana Sofía Quintans.
Sofía Quintans relata su amplia experiencia misionera en Angola y Brasil, donde afirma que se encuentra "con Cristo cada día".

ReL

Se podría decir que, a sus 44 años, Sofía Quintans ha dedicado casi toda su vida a la misión. Esta vocación le acompaña prácticamente desde que hizo la primera comunión, se acentuó en la universidad y comenzó a vivirla hace ya 20 años, primero en Angola y desde 2019 en Brasil. Si pudiese volver a nacer, afirma, no dudaría en repetir la experiencia.

Entrevistada por el canal Mater Mundi, la misionera gallega cuenta que nació en una familia católica, educada "en un ambiente de compromiso por el prójimo, de amor, cariño y cuidado".

Ya desde la primera comunión se sintió "profundamente marcada" por conocer a Jesús y comenzó a intuir la vocación que le acompañaría a lo largo de su vida.

"Cuando entré en la iglesia, sonó una canción, `vamos niños al sagrario que Jesús llorando está´. Este `que Jesús llorando está´ marcó mi vida, y los regalos que tuve de primera comunión me parecieron una tontería comparados al encuentro que tuve con Jesús", explica.

"Soy cristiana"

Conforme crecía, Jesús le fue "conquistando el corazón", especialmente en la universidad: "Me marcó en el compromiso con la vida pública para decir sin miedo delante de la gente que soy cristiana, hacer voluntariado o acompañar enfermos de SIDA".

Sin embargo, fue terminando sus estudios cuando acompañó a su padre a Angola y supo definitivamente que dedicaría su vida a la misión. El detonante, una imagen que presenció en un campo de refugiados de una niña muriéndose de hambre: "Su cuerpo esquelético, sus gemidos y el olor se quedó en mí", admitió la religiosa. "Nunca me faltó de nada y por eso mismo siempre sentí que podía ser feliz de verdad entregando toda mi vida", declaró a Faro de Vigo.

En 2002 comenzó su vida religiosa en la congregación de las Franciscanas Misioneras de la Madre del Divino Pastor.

"Siempre sentí que Dios me pedía más y algo me invitaba a salir más de mí siguiendo a Jesucristo a lo desconocido, alejándome de mi zona de confort y de mis seres queridos", explica recordando su primera llamada.

Ver y estar con Cristo cada día

"Opté por Él, y di un paso adelante sin saber lo que iba a venir", explica al recordar los 8 años que pasó en Angola. "La experiencia fue marcante, tanto que voy a cumplir 44 años y me siento muy feliz y siento que mi vida va siendo construida", añade.

Desde hace 3 años, Quintans se encuentra en Brasil, donde se trasladó siguiendo la propuesta de la madre general de su congregación para fundar la primera comunidad del país.

Recuerda que fue especialmente en este destino donde ha podido y puede "ver y estar con Cristo todos los días, a través de mis hermanas, de las historias de sufrimiento que encuentro cada día… Dios está conmigo en el rostro de un niño, en el enfermo y en aquellas personas con las vidas rotas y abandonadas", desvela.

Sofía Quintans en Angola.

La misionera franciscana Sofía Quintans, durante su apostolado en Angola.

Dignidad y seguridad, pilares de la acogida

Por ello, contempla cada día como "una oportunidad para encontrarse con ese Dios vivo". Especialmente a través de la nueva campaña desarrollada conjuntamente por el gobierno de Brasil, la ONU y la Iglesia católica.

Conocida como "0peración Acogida", fue puesta en marcha en febrero de 2018 para aliviar la crisis humanitaria por la que cientos de miles de venezolanos están cruzando las fronteras para dejar atrás su crítico país natal. Concretamente, 600.000 venezolanos han cruzado ya la frontera desde Boa Vista, cerca de donde se encuentran instaladas las religiosas.

Su objetivo, explica, es "colocar en el centro a la persona humana y su dignidad" y "ofrecer espacios seguros" a niños y niñas donde puedan jugar y sentirse queridos. Especialmente, a todos aquellos "que viven infancias robadas" por ser víctimas de la trata, la violencia o la maternidad desde tempranas edades.

Tres jóvenes que recuerdan "la luz y la esperanza" 

Gineth es una de las que "han marcado" la estancia de la religiosa de Pontevedra en Brasil, una niña del pueblo indígena pemón enferma de cáncer. "Conseguimos que la llevaran a Sao Paulo y pudo tener la esperanza de la ayuda médica, quimio, radio y operación, pero no fue bien", explica. Después, la niña volvió de nuevo "para estar tranquila y abrazar a su madre", comenta.

Para la religiosa, Michelle es otro de los rostros representativos de la realidad contra la que lucha en Brasil, la trata. Recuerda que la joven estaba en el campo de refugiados y después del primer día no apareció en el curso de capacitación. La joven le dijo que "quería ir, pero no podía porque trabajaba en el semáforo, pidiendo por las calles para subsistir. Es un ejemplo de menores con los que se trafica, de esos bebés que desaparecen a diario para comerciar con sus órganos o de los que sufren violencia sexual".

Junto con Gineth o Michelle, Quintans menciona el caso de Iscar como otro de esos niños y niñas "que abrazan a Cristo crucificado, recuerdan cada día su luz y esperanza y enseñan a creer que Dios está vivo. Tras cruzarla frontera, sola y con 16 años, logró escolarizarse y estudiar, y hoy llora contando su experiencia y dando gracias a Dios por ayudarle a perdonar al hermano que la maltrató", menciona.

El hombre como hijo de Dios, un rasgo diferencial

"Me siento feliz de ser franciscana misionera del Divino Pastor, donde nos diferencia el colocar al ser humano como hijo de Dios en el centro", expresó este mes de enero con motivo de la Jornada de la Infancia Misionera. Un ser humano, continuó, "que no es un número ni responde a un proyecto definido, sino a un amor infinito de Dios".

La religiosa valoró sus años en la misión como "una vida bella, maravillosa y que el mundo necesita", en la que lo relevante "no es que seamos tantísimos, sino que los que lo seamos respondamos a ese amor de Dios".

Para la franciscana, la misión "es una vida que vale la pena vivir cuando se vive como un don", donde "no hace falta que seamos muchos, sino que los que somos respondamos a ese amor de Dios. [Su belleza] le dice al mundo que no hace falta tener tanto y que es maravilloso cuidar de quien no quiere hacerse cargo la sociedad. Es tan bonito que le diría al mundo que no tenga miedo, tanto que lo viviría de nuevo", concluye.

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