Lunes, 07 de octubre de 2024

Religión en Libertad

El padre Miguel, hoy de 40 años, forjó su fe en la clandestinidad

Era el único niño católico de su pueblo en China y se reían de él: a los 7 años supo su vocación

Un peregrino católico con un crucifijo en la provincia china de Shaanxi
Un peregrino católico con un crucifijo en la provincia china de Shaanxi

Raquel Martín / Alfa y Omega

«Mi padre escondía la cruz de casa bajo su sombrero»
En China los católicos fieles a Roma sufren arrestos, sesiones de reeducación, destrucción de iglesias, prohibiciones de actividades religiosas, multas y ordenaciones episcopales ilícitas. Es la historia de una fidelidad sin límites. El padre Miguel es uno de los doce millones de católicos del gigante asiático, con más de 1.300 millones de población.

"Soy el padre Miguel", explica. "Tengo que esconder mi rostro por razones de seguridad. Nací hace 40 años en una provincia del noreste de China, cerca de Mongolia. Soy el pequeño de una familia numerosa. Siempre he vivido la fe en la clandestinidad, junto con mi familia. Nos destruyeron todo el material religioso, menos una cruz que mi padre nunca descolgó. Éramos la única familia católica del pueblo. En el colegio se burlaban de mí. Descubrí mi vocación al sacerdocio cuando vi al primer cura en mi vida, a los 7 años.

-¿Cómo encontró el cristianismo en un país donde el ateísmo está impuesto desde el Gobierno de manera tenaz?
- Soy la tercera generación de una familia católica. La fe llegó a mi familia a través de mi abuelo paterno, que trabajaba en una provincia del interior del país. Mi abuelo conoció a un misionero y se convirtió. En China la fe solo se transmite de padres a hijos, de generación en generación, y así pasó en mi familia. Yo soy católico por pura gracia de Dios.



-Su familia entonces siguió a Cristo en la absoluta clandestinidad…
- Mi padre fue un hombre muy valiente. Durante la época más dura de persecuciones en nuestro país, él se mantuvo siempre fiel a Cristo. En un momento dado se destruyó todo el material religioso: biblias, cruces, iconos, libros… pero mi padre guardó una cruz que colgó en la pared de nuestra casa. Esta cruz estaba tapada con su sombrero, y así la mantuvo, aún sabiendo que con ello se arriesgaba mucho. Yo conservo la cruz como un tesoro.

-¿Qué recuerdos tiene de sus primeros pasos en la fe siendo niño?
- Era el único niño católico de todo el pueblo. De hecho, mi familia sigue siendo la única familia católica. En mi colegio me presionaban para que dejara la fe. Se burlaban de mí, pero yo me decía: «¿Cómo voy a dejar mi única alegría, la única cosa que llena mi corazón?» La iglesia que frecuentábamos estaba a diez kilómetros de mi pueblo. El Señor me ha ayudado siempre, desde pequeño, a mantenerme firme en la fe. He aprendido que para Él nada es imposible.



- ¿Cómo se vivía la fe en su casa?
- De una manera muy sencilla. Rezábamos en familia, todos juntos, tanto por la mañana como por la noche. Rezábamos el rosario todos los días, y el viernes tocaba el Vía Crucis. Leíamos habitualmente la Biblia por turnos con mis hermanos, y también la vida de los santos. Yo llegué a copiar esos libros a mano. Cuando nací, mis padres ya tenían tres niñas y un varón. Pero mis padres querían tener otro varón y el Señor escuchó su súplica. A pesar de todas las limitaciones y obstáculos a las familias con más de un hijo, nací yo; el Señor me trajo a este mundo para servirle, ya que pronto, a los 7 años, descubrí mi vocación al sacerdocio.

-¿Vocación sacerdotal en China? Debe de ser una prueba muy difícil.
-Dios me hizo esta llamada a través del primer sacerdote que encontré en mi vida. Entonces, en mi país, encontrar uno era casi un milagro, muy difícil, porque nuestro obispo estaba en la cárcel y solo había dos sacerdotes que visitaban a los católicos con mucha discreción. Nadie podía saber donde vivían. A veces pasaban años sin poder verlos.

»Un día acompañé a mi padre a la estación de autobuses a despedir a mi tía, que se iba de viaje. Mi tía reconoció a un hombre y me llevó corriendo para saludarle. Aquel hombre era un presbítero. Él me miró fijamente y lo primero que me dijo fue: «¿Quieres ser sacerdote?». Yo descubrí en su mirada que ser cura era algo muy grande y le contesté inmediatamente que sí. A partir de ese día, me di cuenta de que el Señor me quería para Él. Por la gracia de Dios soy lo que soy, y no ha sido estéril en mí.

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