Sábado, 20 de abril de 2024

Religión en Libertad

El conocido sacerdote Jacques Philippe habla de la Navidad

«El hombre necesita espiritualidad, a veces cree conocer el cristianismo y tiene una idea errónea»

«El hombre necesita espiritualidad, a veces cree conocer el cristianismo y tiene una idea errónea»
Jacques Philippe visitó recientemente España y entrevistas como esta, donde habla de la espiritualidad y la Navidad

ReL

Jacques Philippe es uno de los grandes autores de espiritualidad y ha vendido cientos de miles de ejemplares de sus libros como La Paz interior, La libertad interior o Si conocieras el don de Dios. Tras convertirse ingresó en la Comunidad de las Bienaventurazas y fue ordenado sacerdote en 1985. Durante sus más de 30 años de sacerdocio y tras ser formado en Tierra su gran dedicación ha sido la predicación y la dirección espiritual.

En esta entrevista con María Martínez en Alfa y Omega, este religioso francés ayuda a los lectores a vivir la Navidad y da consejos para alejarse de lo accesorio y centrarse en la llegada del Hijo de Dios, y que viene para salvar al hombre:

-En nuestra sociedad cada vez se oyen más comentarios negativos sobre la Navidad, a veces incluso entre católicos. ¿Hemos dejado que nos roben esta fiesta?

- Sí, un poco. Se ha convertido en algo muy comercial. Era una celebración muy hermosa y creo que hay que recuperar su verdadero sentido. Es bonito e importante que haya momentos de fiesta, de celebración en familia. Pero quizá tenemos que simplificar las cosas, y sobre todo centrarnos en lo esencial: Dios viene a morar en medio de nosotros, la presencia de Jesús Niño. Ahí hay un misterio muy bello y muy profundo.

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-Una de las razones por las que algunos temen estas fiestas es la ausencia de los seres queridos. ¿Qué podemos hacer cuando la nostalgia oscurece lo que debería ser alegría?

- A algunas personas les cuesta vivir esta alegría porque afloran heridas. También hay gente que en Navidad sufre la soledad, mientras se ven fiestas, luces por todas partes, gente que se reúne… No hay una receta. Creo que es importante estar atentos a los demás y que nuestra forma de festejar no sea una ofensa para ellos sino, al contrario, intentar que todo el mundo pueda celebrar. Intentar encontrarse con otros. Y, sobre todo, ir a lo esencial, a esa dimensión de oración y de acoger en nuestros brazos y en nuestro corazón la ternura de Cristo, que quiere compartir nuestra vida, sanar nuestras heridas, consolar nuestra soledad. El Niño Jesús es toda la ternura de Dios, que nos dice: «Aquí estoy, no para juzgaros ni condenaros, sino para amaros con dulzura, con sencillez y desde la humildad».

-¿Y si, como les ocurre a muchos fieles, pasan estas semanas e interiormente ni nos damos cuenta?

-Es importante no anticiparse, a veces las cosas no se desarrollan según el escenario que nos marcamos. Si lo que verdaderamente esperamos es a Dios, si deseamos su presencia y queremos abrirnos a Él, puede haber buenísimas sorpresas y regalos para toda la vida. Es lo que vivió santa Teresa del Niño Jesús. Con 14 años era todavía muy frágil a nivel emotivo, dependía mucho de los demás. Y en Navidad recibió una gracia de conversión, para salir de sí misma, y una fuerza que le permitió hacerse realmente adulta. Tuvo el sentimiento de que el Señor la visitó. No siempre viviremos cosas espectaculares, pero es a eso a lo que debemos prepararnos; por ejemplo, rezando delante del belén y viviendo la Misa del Gallo como un encuentro con el Señor.

-Esta forma despistada de vivir la Navidad, ¿puede deberse a que en lo exterior tenemos un mes y medio de Navidad… sin Adviento?

- Las cosas son así. El Adviento es un tiempo precisamente para prepararnos para su venida, para renovar nuestro deseo, nuestra sed, nuestra esperanza. Y hay que aprovechar el alimento que nos da la Iglesia: las lecturas bíblicas o libros de oración. Si integramos esa dimensión la Navidad será más profunda, porque no será simplemente ese regalo que se compra. Los regalos son cosas hermosas, porque expresan nuestro amor. Pero sobre todo tenemos que preparar nuestro corazón. Tampoco hace falta complicar las cosas. Si hacemos cada día un rato de oración, Dios ve nuestro deseo y nuestra espera y viene. No siempre como lo imaginamos, a veces será de forma muy discreta, muy sencilla. Pero su deseo es visitarnos precisamente ahí donde estoy herido, donde estoy solo, donde tengo miedos, pobrezas, tibiezas, sufrimientos. Esos lugares son los que hay que preparar, sencillamente tomando conciencia de qué hay en nuestro corazón y ofreciéndoselo a Dios. Si lo deseamos de verdad y tenemos confianza, algo sucederá.

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'La Paz interior' es uno de los libros más vendidos de Jacques Philippe

- Usted ha ayudado a miles de personas a rezar mejor. ¿Cómo reza Jacques Philippe en Navidad?

-[Ríe] No tengo un programa fijo. El hecho de pertenecer a una comunidad religiosa ayuda mucho, porque están todos los textos de la liturgia [que rezamos]. Creo que se trata sobre todo de renovar nuestra oración para renovar nuestra sed, nuestro deseo, nuestra esperanza: qué esperamos, a quién esperamos. Y renovar también nuestra esperanza, la confianza de que el Señor quiere estar más presente en nuestra vida. Hemos sido creados para Dios y cada tiempo de espera como este viene a recordarnos que la nuestra no es una vida cerrada sobre sí misma con un horizonte terrestre, sino que hemos sido hechos para Dios, para el cielo.

- ¿Y María?

-Es bueno también ponernos en sus manos, por ejemplo rezando el rosario personalmente o en familia. Ella pasó tiempo esperando a su hijo, preparándose para su venida, deseando ver su carita… Y por eso puede ayudarnos.

-Nosotros creemos en un Dios encarnado. ¿Cómo debe eso marcar nuestra vida y nuestra forma de orar, en comparación con quienes no creen o pertenecen a otras religiones?

- La gran diferencia es que a quien esperamos es a Jesús, y Él ya ha venido. En el centro de todo está la persona de Cristo, Dios que se hace presente en la humanidad de Jesús para estar lo más cerca posible de nosotros. Y desea seguir viniendo para estar más presente aún en nuestra vida, hasta el día en que venga de forma definitiva. El Adviento nos vuelve hacia la venida del Señor al final de los tiempos antes de centrarnos en el misterio de la Navidad.

- ¿Por qué para muchos ha dejado de ser atractiva la realidad de un Dios personal y encarnado y, en cambio, sienten más interés por las espiritualidades orientales?

- El hombre necesita espiritualidad, y a veces cree que conoce el cristianismo pero tiene una idea errónea del mismo y le resultan más interesantes esas otras espiritualidades. No hay que despreciar esa búsqueda, porque la persona que busca sinceramente terminará por encontrar a Dios. Pero me parece que hoy en día hay una dificultad.

-¿Cuál? 

-Todo el mundo tiene esa necesidad de buscar algo más grande que la simple realidad sensible. La gente está dispuesta a hacer espiritualidad, a hacer meditación, a tener distintas experiencias; pero con frecuencia a condición de seguir siendo la dueña de ellas. Así que, de partida, se pone un límite. Creo que aquí tenemos una barrera para entrar en el misterio cristiano: al introducirnos en él, tenemos que reconocer que el centro, los amos, no somos nosotros, sino Dios. Es una puerta estrecha por la que nos cuesta pasar. Y, sin embargo, es la que nos lleva a la verdadera libertad, porque en el momento en que Cristo es el Señor y le seguimos con confianza; ahí entramos en la realidad profunda, en la profundidad del amor. Cuando uno quiere saborear la profundidad de ese amor hay que entender que el amor es donar la vida. Y eso es lo que más cuesta aceptar.

En la Navidad hay un misterio de humildad, de pequeñez, de abajamiento; pero en absoluto de sumisión, porque la razón profunda es el amor infinito de Dios, que es todopoderoso pero se hace pequeño por amor; no para arrasarnos sino, al revés, para hacernos libres. Y esto nos ayuda a entender la verdadera magnitud de la humildad. No es el poder lo que realiza la verdadera grandeza del hombre, sino el ser capaz de amar como Él ama, de hacerse pequeñito por amor ante el otro. No para aplastarlo, no para que uno se desprecie a sí mismo, sino para darle todo el amor que pueda. Un amor que no es dominar, no es poseer, sino acoger y estar cerca del otro; y eso supone la humildad.

 

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