Jueves, 18 de abril de 2024

Religión en Libertad

S.S. León XIII

ReL

LA PRÁCTICA DE LA HUMILDAD  (V)

 LVI

Si quieres que Dios te conceda más fácilmente ese beneficio, toma por abogada y protectora a la Santísima Virgen. San Bernardo dice que María se ha humillado como ninguna otra criatura, y que siendo la más grande de todas, se ha hecho la más pequeña en el abismo profundísimo de su humildad. Gracias a esto, María ha recibido la plenitud de la gracia y se ha hecho digna de ser Madre de Dios. María es, al mismo tiempo una madre de misericordia y de ternura, a la que nadie ha recurrido en vano; abandónate lleno de confianza en su seno materno; pídele que te alcance esa virtud que Ella tanto apreció; no tengas miedo de no ser atendido, María la pedirá para ti de ese Dios que ensalza a los humildes y reduce a la nada a los soberbios; y como María es omnipotente cerca de su Hijo, será con toda seguridad oída. Recurre a Ella en todas tus cruces, en todas tus necesidades, en todas las tentaciones. Sea María tu sostén, sea María tu consuelo; pero la principal gracia que debes pedirle es la santa humildad; no te canses de pedírsela hasta que te la conceda, y no tengas miedo de importunaría; ¡cuánto le gusta a María que la importunes por la salud de tu alma y para ser más agradable a su divino Hijo! Pídele, por último, que te sea propicia. Se lo pedirás por su humildad, que fue la causa de que fuese elevada a la dignidad de Madre de Dios, y por su Maternidad, que fue el fruto inefable de su humildad.

LVII

Asimismo, acude a aquellos santos que más han destacado en esta virtud. A San Miguel, que fue el primer humilde, como Lucifer fue el primer soberbio; a San Juan Bautista, que, aunque llegó a tan alto grado de santidad, que le tomaron por el Mesías, tenía tan bajo concepto de sí mismo; que se juzgaba indigno de desatar la correa de sus zapatos; a San Pablo, el Apóstol privilegiado, que fue arrebatado al tercer cielo, y que, después de haber escuchado los arcanos de la divinidad, se tenía por el último de los apóstoles, hasta el punto de no merecer ni siquiera ese nombre ; a San Gregorio Papa, que, por escapar al Sumo Pontificado de la Iglesia, se esforzó más que los ambiciosos por conseguir los mayores honores; a San Agustín, que, en la cima de la gloria que recibía de todos como Santo Obispo y Doctor de la Iglesia católica. dejó en su libro admirable de las Confesiones y en el de las Retractaciones un monumento inmortal de su humildad; a San Alejo, que, en la casa paterna, prefirió los desprecios y los ultrajes de sus servidores a los honores y dignidades que fácilmente hubiera podido cosechar; a San Luis Gonzaga, que siendo señor de un rico marquesado renunció a él con alegría y cambió las grandezas del siglo por una vida humilde y mortificada; en fin, recurrirás a tantos y tantos santos que resplandecen con luz muy viva por su humildad en las festividades de la Iglesia. Todos estos humildes siervos de Dios intercederán en el cielo por ti, para que te cuentes en el número de los imitadores de su virtud.

LVIII

La frecuencia en la Confesión y en la Comunión te proporcionará la ayuda más eficaz para perseverar en la práctica de la humildad. La Confesión, por la que revelamos a uno que es semejante a nosotros las miserias más secretas y vergonzosas de nuestra alma, es el acto más sublime de humildad que Jesucristo ha mandado a sus discípulos. La Santa Comunión, por la que recibimos en nuestro pecho a Dios hecho hombre y anonadado por amor nuestro, es una maravillosa escuela de humildad y un medio muy poderoso para adquirirla. ¿Cómo podrás dudar que tu amable Jesús no te la vaya a comunicar cuando su Sagrado Corazón, tan manso y humilde, horno de amor y de caridad, repose sobre tu corazón, que se la pide con todo el fervor del alma? Acércate con la mayor frecuencia que puedas a recibir ese adorable Sacramento, y si lo haces con las disposiciones necesarias, encontrarás siempre el maná escondido, reservado a los que de veras le buscan.

LIX

Mantente siempre firme a pesar de las dificultades que encuentres en las prácticas que hasta aquí te he enseñado, a pesar de la oposición que encuentres en ti mismo. No digas como los discípulos del Evangelio: dura es esta doctrina, ¿quién podrá practicarla? Porque yo te aseguro que todas las amarguras que experimentes al principio se convertirán bien pronto en dulzuras inefables y en consuelos celestiales. La perseverancia en estos ejercicios te librará de mil angustias del espíritu e infundirá en tu corazón una paz y un sosiego que te harán gustar por adelantado del goce preparado por el Señor en el cielo a sus fieles servidores. Si por pereza dejas de poner los medios necesarios para alcanzar la humildad, te sentirás pesaroso, inquieto, descontento y harás la vida imposible a ti mismo y quizá también a los demás, y, lo que más importa, correrás gran peligro de perderte eternamente; al menos se te cerrará la puerta de la perfección, ya que fuera de la humildad no hay otra puerta por la que se pueda entrar. Ármate, pues, de un santo atrevimiento para que nadie te pueda abatir; alza los ojos y mira allá arriba a Jesús Crucificado, que, cargado con su cruz, te enseña el camino de la humildad y de la paciencia, que han recorrido ya muchos santos que reinan con El en el cielo; mira cómo te anima a seguir su camino y el de los verdaderos imitadores de su virtud. Mira a los santos ángeles cómo ansían tu salvación, mira cómo te animan a que tomes la senda angosta, la única segura, la única que conduce al cielo y que nos hace ocupar esos lugares del paraíso que dejó vacíos la soberbia de los ángeles rebeldes. ¿No oyes cómo los bienaventurados proclaman por todo el paraíso que la única vía que les ha permitido gozar de esa gloria inmensa es la de las humillaciones y sufrimientos? Contempla cómo gozan y se alegran contigo por esos primeros deseos que has concebido de imitarlos; mira cómo te animan a no perder el ánimo. Ármate, pues, de fuerza y de: valor para comenzar sin tardanza esa gran obra. Acuérdate de los sacrosantos juramentos que has hecho en el Bautismo, y tiembla ante el solo pensamiento de violar la santidad de las promesas que hiciste a Dios en ese día. Son palabras de Cristo que el reino de los cielos sufre violencia . Bienaventurado mil y mil veces si, estando convencido de ello, te resuelves verdaderamente a practicar la humildad que te merecerá la eterna grandeza del paraíso.

LX

Piensa, por último, que nuestro divino Maestro aconsejaba a sus discípulos que se tuviesen por siervos inútiles aun después de haber hecho todo lo que les había sido mandado . De la misma manera, tú, cuando hayas observado con la máxima exactitud estos consejos, debes tenerte por siervo inútil; convéncete que lo debes no a tus fuerzas y méritos, sino a la bondad y a la infinita misericordia de Dios; dale gracias por tan gran beneficio de todo corazón. Finalmente pídele todos los días que te conserve este tesoro hasta el momento en que tu alma, desligada de los vínculos que la tenían atada a las criaturas, vuele libremente hacia el seno de su Creador para gozar allí eternamente de la gloria que está reservada a los humildes.

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