Jueves, 25 de abril de 2024

Religión en Libertad

Un Papa para nuestro tiempo


Así es Benedicto XVI, pastor conforme al corazón de Dios, que lleva sobre sus hombros todo el peso de la humanidad, con un amor que sólo Dios conoce

por Cardenal Antonio Cañizares

Opinión

En «un sencillo y humilde trabajador de la viña del Señor» recayó la elección de Dios para suceder a Pedro en la sede de Roma, hace ahora cinco años. Su verdadero programa de gobierno, al iniciar su andadura, con palabras suyas, era: «No hacer mi voluntad, no seguir mis propias ideas, sino ponerme, junto con toda la Iglesia, a la escucha de la palabra y de la voluntad del Señor, y dejarme conducir por Él, de tal modo que sea Él mismo quien conduzca a la Iglesia en esta hora de nuestra historia». Sabía perfectamente que esa voluntad no es «un peso exterior», ni «nos priva de la libertad», sino que «nos purifica –quizá a veces de manera dolorosa– y nos hace volver de este modo a nosotros mismos».

Un programa apasionante, el único posible: dejar que Dios actúe y lleve a cabo su designio, ayudando, como servidor fiel, a que se cumpla, con Jesucristo y como Él, como buen pastor que carga nuestra humanidad sobre sus hombros hasta la cruz; porque así es Benedicto XVI, pastor conforme al corazón de Dios, que lleva sobre sus hombros todo el peso de la humanidad, con un amor que sólo Dios conoce, silenciosamente, zarandeado y castigado por la incomprensión y los ataques de tantos que no saben lo que hacen.

Como buen pastor, le importan muy mucho los que le hemos sido confiados: todos los hombres, sin excepción, con nuestras pesos y cruces, con nuestros «desiertos». En modo alguno le está siendo indiferente que «muchas ovejas vaguen por el desierto. Y hay muchas formas de desierto: el desierto de la pobreza, el desierto del hambre y de la sed; el desierto del abandono, de la soledad del amor quebrantado, el desierto de la oscuridad de Dios, del vacío de las almas que ya no tienen conciencia de la dignidad y del rumbo del hombre».

¿Quién no ve que los hombres que vagan por esos «desiertos» son a los que está refiriéndose constantemente este Papa y son objeto queridísimo de su amorosa solicitud? Desde el inicio de su pontificado, es muy consciente de que «los desiertos exteriores se multiplican porque se han extendido los desiertos interiores» y que el más duro y terrible de los desiertos es vivir en la soledad de la ausencia de Dios y como si Él no existiera, porque es vivir sin el amor que libera, sacia, planifica y colma de la esperanza para proseguir el camino hacia donde está el futuro y la vida: Dios mismo y su amor que no tiene límite ni barrera. Los «desiertos interiores» –el olvido de Dios o el vivir de espaldas a Él, y sin Él–, en efecto, se han multiplicado y, «por eso los tesoros de la tierra ya no están al servicio del cultivo del jardín de Dios, en el que todos puedan vivir, sino subyugados al poder de la explotación y la destrucción». Por eso mismo, como testigo del amor de Dios, con la Iglesia toda, Benedicto XVI se puso en camino, desde el primer momento, –ya lo estaba–, «como Cristo para rescatar a los hombres del desierto y conducirlos al lugar de la vida, hacia la amistad con el Hijo de Dios, hacia Aquél que da la vida, y vida en plenitud».

Benedicto XVI es el pastor universal que nos «apacienta»: «Apacentar quiere decir amar, y amar quiere decir también estar dispuesto a sufrir. Amar significa dar el verdadero bien a las ovejas, el alimento de la verdad de Dios, de la palabra de Dios, el alimento de su presencia que Él nos da». Son palabras del Papa con que iniciaba el camino de su servicio universal, palabras que dibujan su mismo pontificado. Así es este gran hombre en quien vemos «restaurada» la razón y la inteligencia, la verdad del hombre que se realiza en la caridad, inseparable de Dios, Creador y Redentor que ama a los hombres. Sin duda alguna se ha cumplido, se está cumpliendo, con creces, su deseo y la súplica inicial: «Querer a la Iglesia, querer a cada uno, tanto personal como comunitariamente; y no huir, por miedo, ante los lobos». Porque nos quiere de verdad y no huye ante los lobos.

A lo largo de estos cinco años, y más aún si cabe este último año o estos últimos meses, hemos podido apreciar en él a un «hombre y amigo fuerte de Dios», atento por completo a los principales problemas de los hombres, entre los que destaca, en este momento actual de la historia, el que «Dios desaparece del horizonte de los hombres y, con el apagarse de la luz que proviene de Dios, la humanidad se ve afectada por la falta de orientación, cuyos efectos destructivos se ponen cada vez más de manifiesto. Conducir a los hombres hacia Dios, hacia el Dios que habla en la Biblia: ésta es la prioridad suprema y fundamental de la Iglesia y del Sucesor de Pedro, en este tiempo», hoy, de Benedicto XVI.

¡Gracias, Santo Padre! Seguiremos rogando para que Dios nos lo mantenga muchos años. Seguiremos rogando, como nos pidió al comenzar el servicio de Pedro, regalo del Resucitado a su Iglesia: «Para que sea el Señor quien nos lleve y nosotros aprendamos a llevarnos unos a otros»; así lo estamos aprendiendo de este gran Papa con el que Dios guía a su Iglesia y al mundo.

* El cardenal Antonio Cañizares es prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos.

*Publicado en el diario La Razón

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