Viernes, 29 de marzo de 2024

Religión en Libertad

Etcheverry Boneo, maestro en la formación del laicado

Luis María Etcheverry Boneo.
Luis María Etcheverry Boneo (1917-1971) consagró su misión apostólica a la formación filosófica y teológica de laicos dispuestos a trabajar por el Reinado Social de Cristo.

por Germán Masserdotti

Opinión

El sacerdote argentino Luis María Etcheverry Boneo (nacido en Buenos Aires el 18 de septiembre de 1917 y fallecido en Madrid el 18 de marzo de 1971), para dar cumplimiento al lema paulino de instaurare omnia in Christo (Ef 1, 10), se empeñó en formar al laicado católico en materia social o, todavía mejor, en la Doctrina Social de la Iglesia.

Ya desde sus años juveniles como seminarista, había advertido la importancia fundamental de lo que hoy denominamos evangelización de la cultura. Según la cosmovisión católica del mundo que supo formular con aportes originales a partir del patrimonio común de la teología y de la filosofía perenne, la cultura y la Doctrina Social de la Iglesia se reclamaban mutuamente.

Esta visión integradora entre la fe y la vida individual y social de los hombres y mujeres de su tiempo –y, de modo análogo, del nuestro–, explica su papel en la aparición de iniciativas apostólicas como el Pontificio Instituto Católico de Cultura (1953), la Pontificia Universidad Católica Argentina (1958) -junto a otros sacerdotes y laicos de su generación-, el Instituto de Cultura y Extensión Universitaria (1958), el Instituto de Ciencias de la Cultura (1960), el Seminario de Estudios San Agustín para jóvenes profesionales católicos (1945), el Centro Universitario San Bernardo (1946), la Sociedad Argentina de Cultura (1947), los Colegios Universitarios masculinos Santa María de Luján, San Bernardo, San Agustín, San Benito y San Francisco (1950-1964), el Colegio San Pablo para varones (1953), la Agrupación Universitaria Misión (1967), el Círculo Universitario Santa Teresa del Niño Jesús para universitarias (1947), el Círculo de Formación de Dirigentes para la Educación Cristiana de la mujer en todos los sectores de la vida social (1952), los Colegios Universitarios Santa María de Fátima y Santa María del Valle (1953), la sección femenina del Colegio San Pablo (1969) y la Fundación Cultural Argentina (1961).

Luis María Etcheverry Boneo.

En este marco de formación de los dirigentes laicos católicos en vistas al restablecimiento de la Argentina en Cristo (aplicación del lema paulino de Ef 1, 10 a su querida Patria), debe destacarse que una de sus características iniciativas apostólicas fue la de los Centros Universitarios. Como escribió el padre Ángel B. Armelín, entre los jóvenes universitarios, el padre Etcheverry Boneo “comenzó a reunir semanalmente en el Centro San Bernardo a jóvenes bachilleres seleccionados entre los mejores egresados de los mejores colegios católicos, de aptitudes promisorias, que residían o estudiaban por entonces en la misma ciudad Capital [Buenos Aires]... Pronto extendió una acción más intensa y especifica hacia estudiantes provenientes del Interior [de la Argentina] –agrega–, al crear sus Colegios Universitarios. Inspirado en lo que habían sido los antiguos Colegios de Oxford y Cambridge y en los llamados Colegios Mayores españoles, pero con dimensiones más reducidas que éstos, se propuso y obtuvo crear ambientes en los que se aprovechó de modo intenso la convivencia cotidiana para completar y, de algún modo, potenciar y estructurar la formación de que esos jóvenes iban recibiendo en sus cursos universitarios”.

Como observa Enrique R. Morad, primer presidente de la Agrupación Universitaria Misión (1967), para el padre Etcheverry Boneo “fue una preocupación constante la idea de la formación de dirigentes para actuar en el campo de la vida civil desde una visión católica del mundo, pero con la máxima capacitación técnica y autonomía de proceder, sobre la base de previos fundamentos filosófico-teológicos. Sostuvo siempre que la Argentina necesitaba dirigentes bien preparados y adaptados a su tiempo y su espacio argentinos. A procurarlos volcó constante y perseverantemente buen parte de su quehacer apostólico, con generosidad, un gran ingenio creativo y la laboriosidad sin límites que caracterizó su personalidad. Todo dentro de una rigurosa adhesión a la tradición más fecunda de la Iglesia... En sus clases de Visión del Mundo –agrega Morad–, decía frecuentemente a sus alumnos de tercer o cuarto año [del Colegio San Pablo] que el principal problema de la Argentina es la carencia de una clase dirigente suficientemente comprometida y articulada, capaz de sacudir los egoísmos adolescentes”.

“En esos años aprendimos que –recuerda Morad–, además de nuestra propia carrera universitaria y de la actividad laboral con la que cada uno se ganaba el sustento, en la vida era importante –en realidad, era más importante– el compromiso con el bien común y con las necesidades del prójimo de manera particular, la que debíamos anticiparnos a percibir y solucionar con delicadeza y señorío. Y en concreto, también éramos responsables de la verdad que no se decía o se tergiversaba, del bien del que se privaba a alguno, de la justicia que luchábamos por restablecer, de la belleza que quizá no se encontraba o no se reconocía”.

La actualidad y vigencia de las enseñanzas del padre Etcheverry Boneo sobre la necesidad de la formación teórica y práctica del laicado católico a fin de que Cristo reine en la vida política y otros ámbitos de la vida social –comenzando por la familia– resulta evidente. Todavía más, en el caso de la Argentina, a quien amó como hijo bien nacido y agradecido. Basta, nomás, pasar revista de las leyes promulgadas por el Congreso de la Nación Argentina en lo que se refiere al respeto y la defensa de la vida humana, desde su concepción hasta su fin natural, la familia fundada en el matrimonio entre hombre y mujer, la libertad de educación de los hijos y la promoción del bien común en todas sus formas para caer en la cuenta de la descristianización de la hija de España –Carlos Gardel, en el tango La Gloria del Águila, canta a España como “Madre Patria de mi amor”–.

Con todo, cabe seguir esperando en sentido sobrenatural y, con sano realismo, también humanamente. Jesucristo, el Señor de la historia, si nos ha puesto en una situación de tribulación, es para forjarnos mejores servidores suyos con la colaboración de nuestro libre albedrío. En este sentido –y nos parece que el padre Etcheverry Boneo estaría de acuerdo–, el padre Santiago Cantera, OSB ha recordado recientemente la actualidad y vigencia del tipo del caballero cristiano español: “Por eso –agrega–, recuperar los valores de la Hispanidad significa caminar en la restauración de la Cristiandad y hacia la instauración de un orden social cristiano”.

La Argentina, no obstante su postración presente, tiene fuentes inspiradoras a las que volver. Como “minorías creativas” –según feliz expresión de Benedicto XVI–, las clases dirigentes nacionales deben asumir la grave responsabilidad de ser fieles a la misión histórica que les ha sido encomendada.

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