Miércoles, 24 de abril de 2024

Religión en Libertad

La vida consagrada, presencia del amor de Dios


por Monseñor Demetrio Fernández

Opinión

El 2 de febrero celebra la liturgia de la Iglesia la fiesta de la Presentación de Jesús en el Templo en brazos de su madre María acompañada por José. Es una estampa preciosa y llena de ternura. Con este ritual judío, María cumple el precepto de presentar a su hijo ante Dios y llena de contenido nuevo esta presentación. Jesús se ofrece, en las manos de María, al Padre. Hace visible el contenido de su vida, para ser ofrecido como ofrenda agradable, llenando de alegría el Templo, colmando las esperanzas del anciano Simeón y repartiendo alegría a todos por medio de la ancianita Ana.

Coincidiendo con esta fiesta litúrgica, en la que todos somos invitados a ofrecernos con Jesús en los brazos de María, la Iglesia celebra la Jornada mundial de la Vida Consagrada, con el lema: Padre nuestro. La vida consagrada, presencia del amor de Dios. Esta Jornada tiene como objetivo, en primer lugar, dar gracias a Dios por el don de la vida, y más concretamente de la vida consagrada en el seno de la Iglesia y para el servicio de todos. Además, pretende que toda la Iglesia agradezca a Dios este magnífico don, que hace presente la ofrenda y la entrega de Cristo. Y presenta a todos los fieles la grandeza de esta vocación, que tanto enriquece a la Iglesia con sus abundantes carismas.

La vida consagrada reviste múltiples formas de consagración: desde las vírgenes consagradas, que ya están presentes en las primeras comunidades cristianas y tienen hoy su papel, hasta las monjas contemplativas que hacen de su vida una ofrenda en el claustro, manteniendo viva y encendida la lámpara de la fe y del amor en medio de nuestro mundo de hoy. Los religiosos y religiosas han brotado en el jardín de la Iglesia como flores y frutos abundantes del Espíritu para la edificación del Cuerpo de Cristo y para el servicio de los más pobres en todas las naciones de la tierra.

Hombres y mujeres santos, gigantes en el amor a Cristo y en la entrega de sus vidas por amor, han sembrado el campo de la Iglesia de múltiples carismas para proclamar el Evangelio a toda la tierra en la catequesis, en la vida misionera, en la predicación con su vida y su trabajo permanente. Son los santos y santas Fundadores. Muchos de ellos se han visto urgidos por la necesidad de la educación de niños y jóvenes, abriendo caminos nuevos a la pedagogía que se fundamenta en el amor. Otros muchos se han entregado plenamente al servicio de los más pobres, descubriendo antiguas y nuevas pobrezas y sanando heridas. Me asombra contemplar esa legión inmensa de fundadores y fundadoras, que se han adelantado a su tiempo, porque se han dejado mover por los ojos del corazón y han sido pioneros en todos los campos de la pobreza. No han vivido sometidos a la lógica de la historia, sino a la lógica del amor, del amor de Cristo en sus corazones. Y han encontrado muchedumbres de seguidores, de vocaciones consagradas, que constituyen los mejores hijos de la Iglesia.

Qué sería de la Iglesia sin estas personas consagradas. También hoy tenemos necesidad de estos corazones que anteponen el amor de Cristo a cualquier otro interés. Oremos por las vocaciones a la vida consagrada, hoy más necesarias, porque escasean en nuestros ambientes. Hombres y mujeres, humildes y desconocidos en la mayoría de los casos, pero necesarios para prolongar el más fino espíritu evangélico en nuestra sociedad. Hombres y mujeres en virginidad y castidad perfecta, para amar sin fronteras a aquellos a los que son destinados. Hombres y mujeres sin alforja, sin túnica de repuesto, en pobreza y humildad, para mostrar al mundo el gran tesoro que es Dios. Hombres y mujeres en actitud de obediencia y humildad, en actitud de misión para ir donde haga falta, para gastar la vida por los demás en el nombre de Cristo. Benditos sean los pies y las manos de todos estos hombres y mujeres que configuran la vida de la Iglesia con su vida consagrada.

Publicado en el portal de la diócesis de Córdoba.

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