Jueves, 28 de marzo de 2024

Religión en Libertad

Normalizando lo anormal


Nadie puede cuestionarlos, o será acusado de homofobia y de discriminación de género

por Marisa Pérez Toribio

Opinión

El Gobierno sigue adelante con su estrategia sobre lo que han llamado «salud sexual y reproductiva». Los Consejeros de Sanidad de las distintas Comunidades ya tienen el borrador elaborado por el Ministerio de Sanidad y Política Social. El documento no tiene desperdicio. Ciento noventa y dos páginas de postulados ideológicos que van a imponernos a todos, porque sí, aplastando con su rodillo totalitario a todo aquel que pretenda oponerse a su estrategia.

Ya en las primeras líneas del documento queda claro su planteamiento ideológico: «La salud sexual y reproductiva abordada desde un enfoque de género». El omnipresente enfoque de género que lo impregna todo, como si ya fuera inconcebible la realidad sin pasarla por el tamiz de ese enfoque que lo distorsiona todo y lo pervierte todo, lenta pero inexorablemente. Un enfoque de género que estas feministas nos imponen a todos, también a las mujeres, queramos o no, aunque muchas no nos reconozcamos en las descripciones que hacen de nuestra realidad. No hay peor enemigo para las mujeres que estas ideólogas que dicen defendernos.

Pretenden vendernos a todas la idea de mujer que tienen en sus deformadas mentes. Y desprecian a las que no compartimos sus tesis con mucha más agresividad que ese prototipo de hombre machista y opresor al que tantas veces aluden para justificar sus «perspectivas de género».
 
Ese es el contexto de referencia del documento, que se sustenta sobre inventos ideológicos y manipulaciones de la realidad. Se afirma que «a partir de Beijing, existe un consenso entre la comunidad internacional de abordar los derechos reproductivos y sexuales como derechos humanos y universales», y prosigue diciendo que «El concepto de derechos sexuales está en constante evolución y revisión». Es decir: el Ministerio de Sanidad ha plasmado en su borrador lo que tantos padres estamos denunciando: que se obliga a nuestros hijos a aceptar y asumir que los derechos se deciden por consenso. La comunidad internacional o los gobiernos nos dan y nos quitan derechos; en este momento dan a las mujeres el derecho al aborto, por ejemplo, y quitan a los padres el derecho a decidir la formación moral e ideológica de nuestros hijos.
 
Reconozco que toda la terminología empleada en el documento me produce un profundo rechazo; ese abuso del concepto de derecho, que aplican alegremente a lo que quieren: derecho a la información sexual, derecho al placer, derechos sexuales y reproductivos de los adolescentes… un uso consciente de cada término para justificar, en aras de esos derechos irrenunciables, toda la serie de medidas que se implementan en esta estrategia y que, en el caso de los adolescentes, implica pasar por encima de los padres, que no son más que meras «interferencias» como dijo el propio Zapatero.
 
Todo evoluciona y es revisable. Por ejemplo: se hace imprescindible revisar el concepto de «rol reproductivo» de las mujeres. ¿Por qué? Porque así lo han decidido algunas por consenso; porque así lo quieren estas feministas.
Del mismo modo que no tienen reparos en inventarse una demanda social inexistente para cambiar el concepto de matrimonio o convertir un asesinato en un «derecho reproductivo», manipulan la realidad para afirmar que «se observa la evolución hacia un concepto positivo de la salud sexual que incluye el bienestar, la satisfacción y el placer, dejando de lado la concepción de la sexualidad ligada a la represión, el miedo y lo moralmente bueno o malo. Por lo tanto, se reafirma la idea de que los derechos sexuales son derechos humanos que necesariamente hay que garantizar y velar por ellos». Para apoyar esta teoría, se apoyan en el ejemplo de algunos países que, según dicen, han «comenzado a expandir sus marcos de referencia», como Suecia que, al parecer «está avanzando hacia el pleno reconocimiento de la diversidad de deseos y experiencias que forman la sexualidad humana».

Y esto, ¿qué quiere decir exactamente? ¿Qué cabe en esta expresión? ¿Qué cabe en este pleno reconocimiento de la diversidad de deseos y experiencias? Me recuerda mucho a una frase del libro de Educación para la Ciudadanía de McGraw Hill: «La mayor parte de las llamadas “perversiones sexuales” carecen de sentido pues, en último término, no serán sino diferentes formas de conducta que, como toda conducta humana, se caracterizarán por su variedad y su multiplicidad de formas».
 
El documento del Ministerio de Sanidad es perverso; llega a servirse de un personaje del que ya he hablado en otro artículo (Los límites de la sexualidad o la sexualidad sin límites para niños), Gayle Rubin, antropóloga americana y activista de las políticas de género. Esta firme defensora de todo tipo de prácticas sexuales, sin límite, que defiende incluso la pederastia, es citada en este documento del Ministerio como criterio de autoridad para cuestionar, por ejemplo, la heterosexualidad como norma o el modelo de familia. Las teorías de Rubin son utilizadas, también, para justificar el relativismo moral más absoluto: «En cada sociedad, estas líneas divisorias entre lo que está admitido y no admitido van cambiando según los contextos sociales, culturales, de los discursos políticos, así como de la organización de los propios grupos y de las cuotas de visibilidad y de poder que alcancen». Y como ahora los colectivos gays y las feministas de género han sabido organizarse y alcanzar grandes cuotas de poder, sus postulados se convierten en moralmente aceptables, por ley. Nadie puede cuestionarlos, o será acusado de homofobia y de discriminación de género. Y en el caso de los niños, son obligados a aceptarlos, asumirlos e incorporarlos a su comportamiento desde que son escolarizados con tres años.

Si las líneas divisorias entre lo admitido y no admitido van cambiando; si hay que avanzar hacia el pleno reconocimiento de la diversidad de deseos y experiencias de la sexualidad; si la ministra defiende, por ejemplo, la promoción del cibersexo como una «vía de escape» que contribuye a «normalizar tendencias hasta ahora marginalizadas, permitiendo experimentar sensaciones inusuales»; si normalizamos lo anormal con tales argumentos, no podemos asombrarnos de que un profesor diga a los alumnos que la biología nos da el sexo para disfrutarlo con un niño, con una niña o con un animal. ¿Por qué no? Cuando este borrador sea una ley, cualquier afirmación de este tipo podrá hacerse con total impunidad. Todos los que permitan que esta estrategia se convierta en ley habrán colaborado para convertir la corrupción de menores en un nuevo derecho: el derecho a la información sexual de los niños.  
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