Martes, 19 de marzo de 2024

Religión en Libertad

Un colegio sencillo y pobre


por Cardenal Antonio Cañizares

Opinión

La semana pasada se hizo pública la concesión de varios premios al colegio diocesano Santiago Apóstol, de la parroquia de Nuestra Señora de los Ángeles, del barrio portuario del Cabanyal, uno de los barrios más pobres y deprimidos de Valencia.

Los premios provienen de la Fundación Atresmedia, de la Fundación La Caixa, de la Universidad Internacional de Valencia y de la Fundación Orange. El jurado estaba compuesto por expertos del ámbito educativo, pedagógico, empresarial y tecnológico (entre otros José Antonio Marina, Carlos Medina, Alfonso Aguiló y Carlos Magro, hasta un total de 18).

Los premios son Grandes Iniciativas, Valores de Inclusión Educativa, de Motivación y Éxito, Convivencia en el aula, Transformación digital y social. El 80% del alumnado de este colegio es de integración, pertenecientes a familias pobres, inmigrantes, algunas desestructuradas, en riesgo de ser desprovistas de sus humildes viviendas.

Estos alumnos reciben toda clase de atenciones: por ejemplo, en un día ordinario son duchados, cambiada la ropa y lavada; cada jornada, antes de comenzar las actividades propiamente escolares, se les da a todos desayuno, comida y merienda, y ahora incluso cena en una bolsa para llevar a casa.

Lo mismo que sus hijos, sus padres son alfabetizados, madres y padres son preparados para el carnet de conducir, son formados en las tareas de preparar adecuadamente la comida, cuidar de los hijos enfermos, higiene. Son formados en la tarea educativa, en la utilización de ordenadores y aparatos digitales; se les ayuda en la petición de hora en el médico, o cuando hay que acompañarlos a las oficinas laborales, o escribirles cartas, etc.

Hijos y padres están recibiendo por parte del colegio una formación y una ayuda adecuada para la vida, algo que suele ser inusual. Como lo es que en vacaciones de verano, siguen en el colegio y son atendidos con actividades lúdicas, deportivas y recreativas, unidas a actividades escolares de repaso o de recuperación. Lo mismo en Navidades, Semana Santa y Pascua: son los maestros y profesores del centro quienes les atienden y alumnos de la Universidad Católica, voluntarios y en prácticas.

Llegados a ciertas edades también reciben una formación profesional a través de la Fundación educativa Marcelino Olaechea, donde intentan que puedan alcanzar el primer y segundo grado y aun el superior. La mayoría obtienen el graduado escolar, y algunos pasan, en otro colegio diocesano, de Nazaret, a la Enseñanza Media, con posibilidad de entrar después en la Universidad.

El colegio no tiene dinero, es alimentado por la Iglesia diocesana, si necesita hacer obras o adquisiciones lo hace la Iglesia diocesana; en el tiempo de confinamiento, los alumnos y familias han necesitado de ordenadores y otros instrumentos digitales y el colegio se los ha proporcionado.

Este es uno más de los destacados «colegios privados», a los que el Gobierno discrimina, excluye, al margen de toda equidad y justicia, en la distribución económica de la Reconstrucción por la Pandemia, y a los que la propuesta legislativa sobre educación que está en trámite parlamentario ataca, vulnera y quiere suprimir, de hecho, dictatorialmente.

Respetando lo mucho y bueno que hacen los colegios estatales, mal llamados abusivamente públicos –porque también son «públicos» los de iniciativa social– no he encontrado ni un solo colegio en la Comunidad Valenciana, ni en toda España, que haga lo que he narrado sumariamente que hace el colegio Santiago Apóstol, en el que la calidad educativa es muy alta, educa a la persona, educa para la convivencia, en compartir y dialogar, educa a las familias y en familia: ofrece una auténtica educación integral.

Y que a este colegio y otros que están en la red de colegios concertados diocesanos, casi gemelos del descrito, el Gobierno presidido por Pedro Sánchez, con Pablo Iglesias e Isabel Celaá, ministra de Educación, los excluya del Plan de Reconstrucción es una discriminación flagrante, indignante e intolerable.

¿Puede dictar normas para la educación un Gobierno que engendra tal división, enfrentamiento y exclusión? ¿Se educa así?  ¿Tiene autoridad moral un Gobierno para dictar una Propuesta como la que presentan? Este colegio, y otros muchos, enseñan más y educan mejor que la no sostenible Propuesta de Ley. Están a tiempo de cambiarla.

Lo que hace este pobre y humilde colegio enseña más que lo que defiende esta Propuesta: educa la persona, educa para el bien común con la familia, educa en el sentido de la vida, en el encuentro interreligioso, en una apertura a Dios, educa en libertad, educa en el amor. Mi felicitación por premios tan merecidos, por la alternativa educativa que ofrece, también a todos los de iniciativa social, tan injustamente maltratados, llamados inapropiadamente «concertados», libres y creadores de espacio de libertad, y paz y concordia, que, educan la conciencia del bien común y buena falta nos hacen.

Señores del Gobierno, no discriminen ni hagan enfadar al personal. Sean humildes y aprendan de este colegio de los pobres y para los pobres. ¿A este y otros similares, los van a excluir del Plan de Reconstrucción, y van a dormir tranquilos? ¿David y Goliat, de nuevo? Por supuesto, no sólo imploro o ruego; exijo.

Enhorabuena al director, Jordi; a Mamen, educadora-clave; y al párroco, Fernando.

¡Ánimo y seguid adelante!

Publicado en La Razón.

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