Domingo, 12 de mayo de 2024

Religión en Libertad

It´s time to change, como dice la canción


Haití no solo nos invita a reflexionar sobre la oportunidad de extraer algo positivo de semejante lodazal, sino también a recordarnos que el pueblo tiene latente esa ley natural que Dios inserta en nuestro corazón.

por Javier Arias Artacho

Opinión

Los reveses son una oportunidad de mejora. Es paradójico, pero es así. Todos pasamos por situaciones muy difíciles, todos deambulamos entre dudas y titubeos cuando un grave inconveniente se desploma en nuestro camino, igual que un robusto árbol se desploma sobre una carretera y la deja incomunicada a pleno mediodía. Entonces tenemos dos opciones:
 
Maldecir nuestra existencia, recordando a toda la desgraciada ascendencia del dichoso arbolito, mientras nos sentamos a esperar que el universo vuelva a encajar las cosas.
 
O nos ponemos manos a la obra, hacha en mano o sin ella, dispuestos a aprovechar el momento para acaparar leña, cargarla y llevárnosla a casa en cuanto podamos.
 
Todos vivimos situaciones complicadas. Todos sentimos a veces el seísmo en nuestras vidas, y acabamos por enfrentarnos a estas dos opciones. To be or not to be, crecer o estancarnos.
 
Hacer esta valoración con respecto al infierno de Haití parece cínico y sobre todo muy peligroso – no debemos olvidar que siempre nos pueden sacar en algún importante medio de comunicación de masas acusándonos de menospreciar el sufrimiento ajeno-. Sin embargo, con todas las reservas posibles y aconsejables, estos días estoy observando cómo esta tragedia se está transformando en una oportunidad de mejora.
 
Es asombroso ver a un planeta a la deriva, sumido en multitud de polémicas, contiendas y enfrentamientos, unidos ante tamaña mala suerte. Digo mala suerte, vaya, porque el guiño del destino quiso apuntar con una precisión casi digital a uno de los países más míseros de la tierra, donde un 80% de la población malvivía en la miseria. Por ello, estos últimos días todos estuvimos con el ojito de de nuestro corazón asomándonos al Caribe.
 
La sociedad española, en concreto, está dando muestras de que goza de una buena salud moral y humana. Desde cualquier barrio de nuestra castiza piel de toro surgen donaciones y movilizaciones que hasta demandan la adopción de los huérfanos que ha dejado este desafortunado eructo de la tierra. En esto no hay fisuras, toda España, toda la clase política, toda la sociedad está con Haití, hasta ahora un país olvidado que se desangraba entre la violencia y la pobreza.
 
Creo que esta no sólo es una oportunidad para Haití, sino también para revisar las conciencias del pueblo español, que parecía insensibilizado ante el sufrimiento de los más inocentes de los inocentes: los no nacidos - no en todos los casos, claro-. Haití no solo nos invita a reflexionar sobre la oportunidad de extraer algo positivo de semejante lodazal, sino también a recordarnos que el pueblo tiene latente esa ley natural que Dios inserta en nuestro corazón. Esa ley que le lleva a distinguir lo que está bien de lo que está mal, lo que es generosidad y lo que no lo es. España se está comportando como un verdadero pueblo solidario, y hace gala de una tradición cristiana que tanta falta le viene haciendo.
 
¿No me digáis que no es una oportunidad de cambio?
 
He tenido estos últimos días diferentes experiencias que me han dejado ciertamente preocupado. El tema de la bioética – ya hablemos de aborto, eutanasia, manipulación genética – está abriendo ciertos surcos – a veces profundos – en nuestra sociedad. Es más, estas fisuras son muy visibles en diferentes grupos de la Iglesia. Hablo de silencios, dubitaciones, justificaciones… Es verdad que en algunos asuntos bioéticos la Iglesia debe madurar y no pecar de prudente. Esto es verdad, y hay que decirlo. Pero también hay que apuntar que estos son aspectos muy concretos que no desvirtúan para nada el discurso coherente y constante a favor de la persona, en favor de la vida, desde el momento de la concepción.
 
Aquí no puede haber ni surcos, ni fisuras, ni nada de nada. Los católicos no podemos dejarnos empapar por el oleaje propagandístico que azota una y otra vez a nuestra sociedad. Debemos estar unidos bajo las profundas convicciones que defiende la Iglesia.
 
La fatalidad de Haití y la respuesta del mundo y del pueblo español debe reactivar nuestras neuronas. La gente no es insensible. El pueblo se emociona ante lo evidente y, más aún, ante lo terrible. ¿No será este tiempo de bibianas y titiriteros una oportunidad de cambio? ¿No será este tiempo de reformas innecesarias una oportunidad de replantearnos las cosas?
 
Yo creo que sí.
 
El pueblo sabe conmoverse, el pueblo siente en su corazón una esperanza inefable – muchas veces oculta – que en los momentos más álgidos grita desde su interior. Sólo se trata de saber hacer ver, de saber hacer emerger lo evidente, de saber ponerlo delante de sus ojos. Quizás debamos invertir en campañas que no sólo denuncien, sino que ilustren con dureza, con el mismo rigor que estamos viendo en Haití. Dicen que una imagen vale más que mil palabras y hoy por hoy vivimos en la sociedad de la imagen y del sonido. ¿Qué esperamos para hacer visible este Haití de los no nacidos? ¿Qué esperamos para conmover? ¿Acaso las futuras cajetillas de cigarrillos no portarán imágenes de moribundos, pulmones ennegrecidos y dientes en estado de putrefacción? ¿Acaso no salen los ecologistas con nutrias muertas a la calle? ¿Cuál es nuestro impedimento?
 
Muchos jóvenes no saben, no entienden, no piensan… Hasta que ven.
 
It’s time to change, claro que sí. Es tiempo de aprovechar oportunidades. De escribir, de proyectar, de cantar… Pero eso sí, y por favor, todos unidos, sabiéndonos disculpar, por supuesto, comprensivos y desde la comunión de un amor que nos da sentido.
 
 Y mucha fuerza.
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