Sábado, 20 de abril de 2024

Religión en Libertad

Jornada por la vida


A par­tir de ese pre­ci­so ins­tan­te, el Ver­bo se hizo car­ne, co­men­zó a ser un em­brión, que anidó en el úte­ro de Ma­ría, se desa­rro­lló du­ran­te nue­ve me­ses y na­ció tra­yen­do la ale­gría al mun­do en­te­ro.

por Monseñor Demetrio Fernández

Opinión

La fies­ta del 25 de mar­zo es la fies­ta de la en­car­na­ción del Se­ñor en el seno vir­gi­nal de Ma­ría. Vino al án­gel de par­te de Dios para anun­ciar a Ma­ría que iba a ser Ma­dre de Dios y vino a pe­dir­le su con­sen­ti­mien­to: “Alé­gra­te, Ma­ría, la lle­na de gra­cia”. Y Ma­ría, en un diá­lo­go de fe con el án­gel, en el que hubo pre­gun­tas y res­pues­tas, aco­gió la pro­pues­ta en obe­dien­cia de amor a la vo­lun­tad de Dios: “Aquí está la es­cla­va del Se­ñor, há­ga­se en mí se­gún tu pa­la­bra”. Y a par­tir de ese pre­ci­so ins­tan­te, el Ver­bo se hizo car­ne, co­men­zó a ser un em­brión, que anidó en el úte­ro de Ma­ría, se desa­rro­lló du­ran­te nue­ve me­ses y na­ció tra­yen­do la ale­gría al mun­do en­te­ro, como ce­le­bra­re­mos en la no­che­bue­na.

Todo lo que el Hijo de Dios ha to­ca­do lo ha re­di­mi­do, lo ha con­ver­ti­do en pla­ta­for­ma y ma­ni­fes­ta­ción de la glo­ria de Dios. Tam­bién esta reali­dad de la con­cep­ción, la ges­ta­ción y el na­ci­mien­to de un nue­vo ser. Por eso, en torno a esta fe­cha del 25 de mar­zo, en ple­na pri­ma­ve­ra, ce­le­bra­mos la Jor­na­da por la Vida.

La vida está ame­na­za­da cons­tan­te­men­te, hoy más que nun­ca. Dios, au­tor y fuen­te de la vida, es ami­go de la vida en to­das sus fa­ses, des­de su con­cep­ción has­ta su muer­te na­tu­ral. Y nos en­car­ga a los hu­ma­nos, hom­bres y mu­je­res, que cui­de­mos la vida en to­das sus fa­ses. El “de­re­cho a de­ci­dir” no pue­de ejer­cer­se cuan­do está en jue­go la vida de un su­je­to hu­mano, por­que la de­ci­sión pre­sio­na­da por in­tere­ses egoís­tas no res­pe­ta la vida y eli­mi­na al que es­tor­ba. Asis­ti­mos así a mi­les, a mi­llo­nes de se­res hu­ma­nos que son eli­mi­na­dos des­pués de la con­cep­ción o por­que no in­tere­san, o por­que es­tor­ban o por­que se con­si­de­ran sim­ple “ma­te­rial ge­né­ti­co de la­bo­ra­to­rio”, des­car­ta­ble o no, a gus­to del con­su­mi­dor y del mer­ca­der. “De nin­gún modo se pue­de plan­tear como un de­re­cho so­bre el pro­pio cuer­po la po­si­bi­li­dad de to­mar de­ci­sio­nes con res­pec­to a esa vida”, nos re­cuer­da el Papa Fran­cis­co (Amo­ris Lae­ti­tia, 83).

El lema de este año en esta Jor­na­da por la vida pro­cla­ma: La luz de la fe ilu­mi­na el atar­de­cer de la vida. Cuan­do la vida se ha desa­rro­lla­do, co­no­ce su ze­nit y co­no­ce su oca­so, está so­me­ti­da a la fra­gi­li­dad y a la de­bi­li­dad del su­fri­mien­to, está en­ca­mi­na­da a la muer­te an­tes o des­pués. Y aquí la luz de la fe nos apor­ta otra di­men­sión: la per­so­na hu­ma­na no es un ser para la muer­te, sino para la vida, y para una vida eter­na que no co­no­ce­rá oca­so. La muer­te no es la úl­ti­ma pa­la­bra en la vida de un ser hu­mano. Es­ta­mos des­ti­na­dos a vi­vir eter­na­men­te, y a vi­vir fe­liz­men­te.

Cuan­do el Hijo de Dios, Nues­tro Se­ñor Je­su­cris­to, ha asu­mi­do la exis­ten­cia hu­ma­na en su con­di­ción te­rre­na, se ha so­me­ti­do li­bre­men­te a la fra­gi­li­dad del su­fri­mien­to y de la muer­te, ven­cien­do en su pro­pia car­ne esa mor­di­da de la muer­te con su glo­rio­sa re­su­rrec­ción. El en­cuen­tro con Je­su­cris­to ilu­mi­na el sen­ti­do de la vida, el sen­ti­do del su­fri­mien­to e in­clu­so el sen­ti­do de la muer­te. La muer­te no es el fi­nal del ca­mino, sino el trán­si­to do­lo­ro­so a una vida en ple­ni­tud. Y a la luz de esta fe, todo el su­fri­mien­to de la exis­ten­cia hu­ma­na ad­quie­re un va­lor re­den­tor.

A la luz de esta fe, la vida ha de ser acom­pa­ña­da y pro­te­gi­da pre­ci­sa­men­te cuan­do es más frá­gil. La de­ci­sión de eli­mi­nar a los que es­tor­ban, o por su mi­nus­va­lía o por su ca­li­dad de vida o por una fal­sa com­pa­sión (para que no su­fran) es una pos­tu­ra arro­gan­te, que se con­si­de­ra juez y due­ña de la vida de los de­más. La Jor­na­da por la Vida de este año quie­re re­cor­dar­nos a to­dos que el com­pro­mi­so por la vida debe ser tan­to ma­yor cuan­to más dé­bil y frá­gil sea esa vida en cual­quie­ra de las fa­ses de la exis­ten­cia. De­be­mos fe­li­ci­tar en esta Jor­na­da a to­dos los que cui­dan de los en­fer­mos y bus­can ali­viar sus do­lo­res y ha­cer­les la vida más agra­da­ble, a to­dos los que atien­den a mi­nus­vá­li­dos en cual­quier gra­do, a to­dos los que cui­dan de los an­cia­nos con ter­nu­ra y gra­ti­tud, a los agen­tes sa­ni­ta­rios, a los fa­mi­lia­res, a los vo­lun­ta­rios que en­tre­gan su vida o par­te de su tiem­po a mi­ti­gar el su­fri­mien­to hu­mano.

El Hijo de Dios que se hace car­ne en el seno vir­gi­nal de Ma­ría trai­ga a to­dos la ale­gría de la sal­va­ción.
 
Re­ci­bid mi afec­to y mi ben­di­ción.
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