Jueves, 28 de marzo de 2024

Religión en Libertad

¿Pene y vulva o ideología?


Lo que no es aceptable es que se pretenda que la visión de la sexualidad de la ideología de género es la única legítima en democracia y por tanto puede imponerse ex lege a toda la sociedad y que la libre exposición de la visión humanista clásica debe ser perseguida como delictiva. Quienes tal cosa pretenden, de la derecha o de la izquierda, son enemigos de la libertad y de la democracia y se oponen a la libertad de pensamiento, opinión, ideológica, religiosa y de educación, al menos.

por Benigno Blanco

Opinión

La campaña que afirma la realidad biológica de que una característica de los especímenes masculinos de la especie humana es el pene y, en paralelo, una característica de las hembras de la misma especie es la vulva, ha generado un debate digno de análisis. Lo que, afirmado en un aula de biología no pasaría de ser un recordatorio de una obviedad, paseado en autobús ha generado una polémica política de amplio eco. Es fenómeno digno de atención y consideración.

La primera conclusión es que el sexo hoy se ha politizado e ideologizado de forma poco razonable. Si alguien pusiese en un autobús que los humanos son bípedos supongo que no se generaría debate político alguno y que los mutilados de una o ambas piernas no se sentirían ofendidos. Con el sexo parece que la lógica es otra: afirmar la realidad biológica de la especie humana parece ser para algunos algo inadmisible y ofensivo hasta el punto de calificarlo como delito de odio (motivo por cierto suficiente para platearse la modificación de este delito para que no pueda convertirse en instrumento para atacar las libertades). Este hecho es prueba fehaciente de que con la ideología hemos topado.

Cuando la mera constatación de un hecho evidente genera polémica es que alguien intenta colar de rondón una ideología que pretende sustituir la constatación de la realidad por las subjetivas apreciaciones del ideólogo que se considera legitimado para imponer su opinión por encima de la evidencia fáctica de los hechos. Esta ha sido la característica de todas las ideologías (totalitarias, por cierto) que hemos padecido en el siglo XX.

La especie humana es binaria o dual, está conformada por chicos y chicas, los primeros con pene y las segundas con vulva. Hasta el punto de que solo hay dos formas de ser un ser humano: ser hombre o ser mujer. Esta es conclusión evidente de una observación objetiva por cualquier espectador imparcial de la realidad biológica de la especie humana (y, dicho sea de paso, de cualquier otra especie, entre los mamíferos al menos). Los humanos somos XX o XY; y también es igual de cierto que existen anomalías cromosómicas que determinan estados intersexuales que la ciencia tiene identificados y la medicina trata.

Igual de evidente y cierto es que los seres humanos no somos pura biología fáctica; también somos libertad y biografía  y, con ellas, emociones y sentimientos y decisiones y percepciones subjetivas… también en materia sexual. Por ello, a partir de la realidad fáctica de nuestra realidad como varones o hembras  hay un ámbito relativamente plástico y moldeable de configuración de nuestra autopercepción de la propia sexualidad y de nuestra conducta sexual y del mundo afectivo y emocional asociados a la misma.

Hasta aquí los hechos constatables y acreditados. A partir de aquí empieza el terreno de las opiniones, los juicios morales, los ideales de vida … ¡y hasta la política y las ideologías por desgracia!

Para la tradición humanista de Occidente – de Sócrates al Papa Francisco, con mil matices y diferencias- el ser hombre o mujer, ser XY o XX genéticamente, tiene un profundo significado antropológico y moral que nos dice mucho sobre nuestra realización como humanos y nos da pautas sobre la construcción personal de un proyecto de vida plena y éticamente aceptable. Y nos aporta mucha información relevante sobre el modo idóneo de relacionarnos los unos con las otras en una clave de complementariedad que permite la apertura a la ecología de la vida. Para esta forma de ver las cosas, la respectiva masculinidad y feminidad es un dato antropológico de gran relevancia y con trascendencia ética. Esta es una forma de ver lo humano discutible y discutida, pero evidentemente no delictiva; sino expresión de la libertad de pensamiento propia de una sociedad pluralista …. o eso parecía hasta ahora.

Hay otra forma de entender la dimensión sexual del ser humano muy extendida hoy, la propia de la ideología de género. Esta ideología sostiene que la realidad biológica del ser humano no nos dice nada sobre su sexualidad, sino que ésta –por ello redenominada como género- es una construcción autónoma y libre de cada persona sin condicionamiento alguno derivado de la condición fáctica como varón o mujer; para esta ideología se puede ser hombre con un cuerpo de hembra o mujer con un cuerpo de varón; según esta ideología el sexo como dato fáctico no es relevante y solo importa el género como opción personal. Es ésta una opinión tan defendible en una sociedad pluralista como la de Sócrates o la del Papa Francisco que antes expusimos.

Pero lo que no es aceptable es que se pretenda que solo se puede defender la opinión de la ideología de género y que las demás opiniones al respecto deben ser consideradas delictivas (delitos de odio). Lo que no es aceptable es que se pretenda que la visión de la sexualidad de la ideología de género es la única legítima en democracia y por tanto puede imponerse ex lege a toda la sociedad y que la libre exposición de la visión humanista clásica debe ser perseguida como delictiva. Quienes tal cosa pretenden, de la derecha o de la izquierda, son enemigos de la libertad y de la democracia y se oponen a la libertad de pensamiento, opinión, ideológica, religiosa y de educación, al menos. Quienes así piensan son totalitarios aunque se envuelvan en presuntas banderas de igualitarismo humanitario y progresismo. ¡Falso progresismo el que ataca las libertades!

Más importante que las discusiones ideológicas es la realidad personal de quienes –niños en ocasiones- tienen una percepción subjetiva de la propia sexualidad que no se acomoda al sexo de su cuerpo. En estos casos la prudencia y no la ideología debe inspirar la forma de actuar, pues lo importante son las personas; manipular su situación por postulados ideológicos al servicio de causas políticas es de una crueldad inhumana. En tales casos, son las propias personas o –si son menores- sus padres quienes deben decidir cómo afrontar esta situación, resultando aberrante que sea el legislador el que imponga una opción, máxime si lo hace por un postulado ideológico y olvidando lo que la ciencia y la experiencia clínica enseñan, como hacen las leyes aprobadas recientemente en la Comunidad Autónoma de Madrid entre otras.

En este tipo de debates lo primero es el respeto a las personas y lo segundo el respeto a la libertad. Lo que sobra es la ideología, especialmente si es una ideología totalitaria y antihumanista como es la de género.

Publicado en La Razón.
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