Jueves, 28 de marzo de 2024

Religión en Libertad

La solución noruega al aborto


Quien me informa conoce el caso de un compañero de trabajo que gozó una noche de amores mercenarios con tanta fortuna que dio en plena diana, y a pesar de que se trató de una simple transacción mercantil, lleva a cuestas el asunto hasta que la ligereza de su acto cumpla 18 años.

por Vicente Alejandro Guillamón

Opinión

Como me lo han contado, lo cuento. Personalmente no he estado nunca en Noruega ni mantengo relación alguna con ningún círculo noruego, ni sé de ella más de lo que dicen las enciclopedias, pero lo que me refirió una persona que residió allí un tiempo y vive en contacto permanente con noruegos en el marco de la industria petrolera, creo que merece la pena contarlo.
 
Noruega es un país rico, el tercero, tras Qatar y Luxemburgo, en la lista mundial de renta por «cápita».También es el tercer exportador de petróleo del mundo, sólo superado por Rusia y Arabia Saudí, y el segundo, tras China, en la exportación de productos de pesca. Su riqueza obedece a la gran abundancia de recursos naturales (crudo, gas natural, selvicultura, minerales, pesca, energía hidroeléctrica, etc.), y un sector industrial altamente especializado en metalurgia, construcción naval, papel y cosmética. Noruega es el único país de Europa occidental que no pertenece a la Unión Europea ni tampoco al cartel de la OPEP, sin embargo fue miembro fundador de la OTAN, y sigue en ella.
 
Con una extensión de 324 mil kilómetros cuadrados (las tres quintas partes de España), pero un clima extremo y duro, su población apenas alcanza los 4.700.000 habitantes (46 millones España), el 86 por ciento perteneciente a la Iglesia luterana noruega, aunque tal vez la práctica religiosa se vea muy afectada por el laicismo impuesto en toda Europa por la masonería. La tasa de natalidad es baja (1’78 hijos por mujer), como es «normal» en Europa (tendría que llegar al 2’1 por mujer para un correcto equilibrio demográfico), pero bastante más alta que la española, que según unas referencias no pasa del 1’1 hijos por mujer, la más inferior de Europa y casi del mundo, aunque otras referencias la elevan al 1’34, que sigue siendo la más baja del área europea junto a Italia y Grecia. En cuanto a la cifra de abortos no tengo datos concretos, pero me dice mi informante que es reducida, no sólo por la escasa densidad de población de Noruega, sino en términos relativos. Desde luego nada que ver con el genocidio español, que según los datos que han revelado estos días con todo el morro las ministras de Igualdad y Sanidad, en 2008 se cometieron «solamente», 115.812 asesinatos de infantes durante el proceso de gestación.
 
La persona que me informa atribuye la escasa proporción de abortos primeramente a la legislación noruega sobre el particular, que si bien no conoce con detalle, cree que la norma noruega sigue considerando delito la «interrupción voluntaria del embarazo», sólo despenalizado en determinados supuestos bien tasados, y no el inmenso coladero que permite la ley Lluch de 1983, todavía vigente y que esta gentuza maliciosa de ahora aún les parece poco, de modo que quieren convertir el crimen en un derecho, lo nunca visto en ningún lugar civilizado del mundo, salvo la Alemania nazi, la Rusia soviética, la China de Mao o la Camboya de Pol-Pot, que ciertamente no eran regímenes civilizados, sino tiránicos.
 
De todos modos, lo que pone en Noruega un freno y marcha atrás a los abortos, es la consideración jurídica evidentísima de que todo embarazo es cosa de dos, de manera que si la mujer soporta la gestión y la crianza subsiguiente de la criatura, el «fabricante» del niño tiene que correr con todos los gastos que ello supone, HASTA SU MAYORÍA DE EDAD, estén o no casados los padres. Para garantizar esta obligación del varón, el Estado mete mano directamente en la nómina o en las rentas personales del hacedor, en un 16 por ciento de sus ingresos –del mismo modo que hace con el IRPF-, (el informante habla de memoria y no tiene seguridad plena del porcentaje, aunque asegura que es muy alto), cantidad que seguidamente transfiere a la mujer. En caso de aborto rige el mismo mecanismo, de manera que el hombre tiene que hacer frente a los gastos de la clínica y demás, psicológicos incluidos, derivados de este trauma. Y si el autor del hecho es un adolescente sin ingresos, los padres tienen que suplir al «niño» en el abono de la factura de los platos rotos. Quien me informa conoce el caso de un compañero de trabajo que gozó una noche de amores mercenarios con tanta fortuna que dio en plena diana, y a pesar de que se trató de una simple transacción mercantil, lleva a cuestas el asunto hasta que la ligereza de su acto cumpla 18 años.
 
En fin, como el miedo guarda la viña, la gente, aunque carezcan de todo principio ético, toma sus precauciones antes de compartir el catre con nadie. Cierto que desde un punto de vista moral, la fornicación, con métodos profilácticos o sin ellos, no deja de ser pecaminosa, pero la diferencia entre una manera de proceder y otra es abismal, porque el preservativo no mata a nadie, y el aborto, sí. La «solución» noruega no sé si es como me la han contado, pero las asociaciones pro-vida no perderían el tiempo si estudiaran a fondo el caso «in situ» por si pudiera ser de aplicación en España. 
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