Jueves, 25 de abril de 2024

Religión en Libertad

Los hijos de la educación socialista se pasean por Pozuelo


La disciplina no es franquista, tuvo que decir el actual Defensor del Pueblo, Enrique Múgica, para evitar que su necesaria introducción en las aulas no fuera tomada por la progresía como una vuelta al autoritarismo.

por José Luis Bazán

Opinión

Es una evidencia incontestable que la legislación socialista en materia educativa, especialmente a partir de la LOGSE, ha llevado a la deriva de nuestro sistema, situándonos en posiciones privilegiadas en la lista de la incompetencia. El PP no logró durante su largo mandato enderezar la situación, al renunciar a ofrecer un modelo alternativo basado en presupuestos alejados de la ideología socialista, convirtiéndose de esa forma en el gestor de un modelo educativo ajeno. Se perdió una inmejorable ocasión para basar la educación en pilares firmes, estables, que otorgaran consistencia al sistema, reafirmara la autoridad (dentro y fuera del aula) de padres y profesores, y permitiera que la libertad impregnara todos los ámbitos educativos, expulsando la ideología de los centros y los órganos administrativos. 

El modelo educativo socialista, basado, entre otros pivotes, en el constructivismo pedagógico, la expulsión de las materias humanísticas clásicas, el cultivo de la indisciplina, la disolución de la autoridad de padres y profesores, el control ideológico y el igualitarismo que ampara la mediocridad, no puede continuar. Estamos en una situación de emergencia educativa, que comienza a ser de emergencia social. La única posibilidad de cambio real consiste en la reconstrucción completa del sistema, comenzando por sus principios más básicos. Justo lo contrario que ha hecho el gobierno socialista, que en 2006 culminó su soberbia demencia alimentando el fuego del incendio, esto es, profundizando y llevando a sus últimas consecuencias sus nefandos principios educativos. Hija de esta huida hacia adelante es Educación para la ciudadanía (EpC), que desenmascara lo que durante años el socialismo educativo ya había ido introduciendo transversalmente en las mentes de la actual juventud. Esta juventud, la que hemos visto en Pozuelo, se ha educado en las escuelas impregnadas de esa ideología socialista del «yo hago lo que quiero» y el «mi padre no me dice lo que tengo que hacer». Ya oíamos decir a uno de los borrokas callejeros a un policía mientras le lastimaba: «Ahora te vas a enterar de quién soy yo».
 
Como el poder es goloso, para eso se inventó el chivo expiatorio. Bien lo sabe esa ristra variopinta de eslabones de la cadena de poder, desde CC.OO y UGT, al tonto testicular. Todos ellos se rasgan sus vestiduras por los sucesos de Pozuelo, propugnando como receta más EpCy más valores.El chivo son los incompetentes padres que no saben educar a sus hijos, ni les transmiten valores. Es lo que piensan, y en ocasiones, hasta lo dicen ¡Vaya tribu!, en terminología de Marina. Crean el problema y se presentan como salvadores. Incendian el bosque para quedarse con la tierra. Pirómanos sociales que piden subvención por actuar de bomberos y construyen su proyecto en el espacio social, con la juventud como cobaya.
 
La vergüenza, ese temor a la censura justa que la naturaleza ha dado al hombre, según decía Cicerón, ha desaparecido del vocabulario del socialismo reinante. Saben que pueden confundir al personal con maniobras de distracción, y tienen claro que sus errores son, bien gestionados mediáticamente, fuente de más poder. Tratarán de convencer a los padres de que les dejen educar a sus hijos, que ellos ya tienen suficiente con trabajar para pagar los impuestos y la hipoteca. Utilizarán la palabra para llenar de ruido el espacio público, porque saben gritar más fuerte que los demás como perpetuos barrabases. Sin embargo, las recetas que necesitamos son otras.
 
Se ha de recuperar en primer lugar la autoridad y la disciplina. Autoridad no es autoritarismo, ni disciplina es maltrato. La disciplina no es franquista, tuvo que decir el actual Defensor del Pueblo, Enrique Múgica, para evitar que su necesaria introducción en las aulas no fuera tomada por la progresía como una vuelta al autoritarismo. El respeto a la autoridad de los profesores no puede discutirse: ha de aceptarse como un principio indispensable de la vida escolar. Lo mismo que la autoridad de los padres ha de ser pilar en la vida familiar.
 
Hemos de inculcar el sentido del deber como principio de actuación personal y social, y no ampliar absurda y ficticiamente la lista de derechos. El mensaje es: hay derechos porque hay deberes. Así nos aseguramos que quien no quiera deberes, no exija más derechos.
 
Es imprescindible recuperar el sentido, el valor y la motivación por el estudio: los niños finlandeses no van a la escuela a jugar sino a estudiar, a aprender y a esforzarse. Es un trabajo y así lo aceptan, con naturalidad y seriedad. No hay que exigir a nadie más allá de lo razonable, pero lo razonable es exigir. El talento requiere esfuerzo para dar frutos. Incluso el genio es, «un uno por ciento de inspiración, un noventa y nueve de transpiración», decía Edison. No todo el mundo puede ser un genio, pero todos podemos esforzarnos en estudiar y sacar de nosotros mismos lo mejor. El conocimiento no es infuso y adquirirlo es un largo proceso, un continuo trabajo de años.
 
Más matemáticas, literatura, historia (la verdadera, la de España, no la de facciones políticas imaginativas), lenguas clásicas, lengua española y filosofía. La formación humanística es esencial para que los jóvenes sean personas íntegras, intelectual y moralmente. Nada de falsificaciones axiológicas, como la EpC, esa cizaña a extirpar, veneno moral que exige un buen antídoto inicial (la objeción de conciencia de los padres y la oposición de toda la sociedad) y su expulsión radical del espacio educativo, porque es compendio de esos principios que han hecho que el maravilloso Pozuelo sea desgraciada noticia.
 
El entorno social, mediático y político es sustancial: todo él debe acompañar a la educación. Hemos de hacer girar toda la sociedad en torno a la educación de nuestros niños y jóvenes. Son el tesoro de la sociedad. Donde uno pone su corazón, su trabajo, su mirada y su esperanza, allí está su tesoro. Nos hemos desviado peligrosamente de la senda, y priman más intereses de otro orden que el bien común, del que la educación es una parte sustantiva.
 
Los hijos predilectos de la LOGSE merodean la quietud de pueblos y ciudades. No pensemos que EPC es el perfecto cortafuego. Tal sandez no admite análisis. La EPC de la LOE es la punta del iceberg del problema, que tiene dimensiones que asustan. La crisis de los jóvenes y de su educación es nuestra propia crisis moral y antropológica. Nada de chivos expiatorios ni de demorar la puesta en práctica de la solución. La hora de la democracia es la del ejercicio directo de los derechos frente a una clase dirigente que nos ha llevado a un callejón sin salida. El Estado ha fracasado. Es la hora de la sociedad.
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