Jueves, 25 de abril de 2024

Religión en Libertad

Relativismo y libertad religiosa


El laicismo proclama una autonomía o independencia frente a Dios, cuya ley el hombre puede seguir o no a su antojo. Su consecuencia, el relativismo, considera que no hay verdades absolutas, porque lo que hoy es verdad, mañana puede ser falso y al revés.

por Pedro Trevijano

Opinión

La Libertad Religiosa es uno de los derechos humanos fundamentales. El artículo 18 de la Declaración de Derechos Humanos dice así: “Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión; este derecho incluye la libertad de cambiar de religión o de creencia, individual y colectivamente, tanto en público como en privado, por la enseñanza, la práctica, el culto y la observancia”.

La Constitución española va en la misma línea cuando en su artículo 16 afirma:

"1. Se garantiza la libertad ideológica, religiosa y de culto de los individuos y de las comunidades sin más limitación, en sus manifestaciones, que el mantenimiento del orden público protegido por la ley.

"2. Nadie podrá ser obligado a declarar sobre su ideología, religión o creencias.

"3. Ninguna confesión tendrá carácter estatal. Los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia Católica y las demás confesiones”.

Por su parte el Concilio Vaticano II en su Declaración Dignitatis humanae describe así en el número 2 la libertad religiosa: “Este Concilio Vaticano declara que la persona humana tiene derecho a la libertad religiosa. Esta libertad consiste en que todos los hombres deben estar inmunes de coacción, tanto por parte de personas particulares como de grupos sociales y de cualquier potestad humana, y ello de tal manera, que en materia religiosa ni se obligue a nadie a obrar contra su conciencia ni se le impida que actúe conforme a ella en privado y en público, solo o asociado con otros, dentro de los límites debidos. Declara, además que el derecho a la libertad religiosa se funda realmente en la dignidad misma de la persona humana”.

El laicismo proclama una autonomía o independencia frente a Dios, cuya ley el hombre puede seguir o no a su antojo. Su consecuencia, el relativismo, considera que no hay verdades absolutas, porque lo que hoy es verdad, mañana puede ser falso y al revés. Las verdades religiosas, por ello, no pasan de ser simples opiniones o hipótesis. En este punto me gusta mucho una frase que se atribuye a la reina Cristina de Suecia: “Es evidente que no todas las religiones pueden ser verdaderas. Es cierto que podría ser que todas las religiones fuesen falsas. Pero si hay alguna religión verdadera, no puede ser más de una”.

La Iglesia afirma que hay una Única Verdad Absoluta, que es el mismo Dios, y que es el deber de todo hombre someterse a su Voluntad. Pero Dios nos ha creado libres a su imagen y semejanza, y nos pide que nos sometamos a Él libremente. Recuerdo que en una confesión, cuando tenía dieciséis años, un sacerdote me dijo: “Dios va a hacer contigo para llevarte al cielo todas las trampas que pueda, menos cargarse tu libertad”. Y es que el Bien Común lleva consigo la exigencia del respeto a la libertad religiosa, así como, según nos dice este documento conciliar en su número 8: “Debe reconocerse al hombre el máximo de libertad, y no debe restringirse sino cuando es necesario y en la medida que lo sea”.

En pocas palabras, la búsqueda sincera de la Verdad es una obligación de todo ser humano. Libertad religiosa no es renunciar a las propias convicciones, ni imponerlas a los otros, pues como nos dice este documento conciliar: “La verdad no se impone de otra manera que por la fuerza de la misma verdad, que penetra suave y a la vez fuertemente en las almas” (nº 1). Tampoco nos olvidemos del papel de la Sociedad y del Estado, pues está claro que aunque la autoridad civil puede pervertirse y transformarse, incluso desde unos orígenes democráticos, en una autoridad totalitaria, esta autoridad y el Estado, si se evitan estos abusos, ejercen una función insustituible e irreemplazable.
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