Jueves, 18 de abril de 2024

Religión en Libertad

Un Señor, una fe, un bautismo


Por supuesto entramos a formar parte de la Iglesia por el Bautismo, pero ya de adultos nuestras creencias o actitudes hacen que nos mantengamos en la fe que hemos recibido o, por el contrario, nos alejamos de la Iglesia católica por nuestro rechazo a lo que ella nos enseña.

por Pedro Trevijano

Hace unos días, me comentaba un amigo que había visto un momento un debate de televisión sobre un tema religioso, en el que había, entre otros, dos invitados: uno, un sacerdote normal que defendía la doctrina de la Iglesia, el otro, uno de esos caraduras profesionales que se presentan como católicos para hacer desde dentro todo el daño que pueden. En concreto este individuo se declaró partidario del aborto, y, a la pregunta del moderador si eso estaba dentro de la enseñanza de la Iglesia, respondió que dentro de la Iglesia había muchas sensibilidades y una de ellas era la suya. Por ello cuando me he encontrado con una frase como la de Efesios, que da título a este artículo me ha parecido conveniente recordar qué es lo que hace que una persona sea o no católica. Por supuesto entramos a formar parte de la Iglesia por el Bautismo, pero ya de adultos nuestras creencias o actitudes hacen que nos mantengamos en la fe que hemos recibido o, por el contrario, nos alejamos de la Iglesia católica por nuestro rechazo a lo que ella nos enseña. Lo que no es la Iglesia es una Religión a la carta, donde tomo sólo lo que me da la gana. Está claro que nuestra fe es mucho más creer en Alguien, en Jesucristo, que creer en Algo, en un conjunto de cosas. Pero precisamente porque creemos que la Segunda Persona de la Trinidad, el Hijo, se ha hecho Hombre y por su Pasión, Muerte y Resurrección, nos ha redimido y salvado creemos también una serie de verdades que llamamos dogmas de fe y que son fundamentalmente, las que están contenidas en el Credo, aunque hay algunas, como los Sacramentos y la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía, que no están en el Credo. Por ello un católico no puede escudarse en tópicos como yo creo en Dios, creo en Jesucristo, creo en la Virgen, pero no creo en la Iglesia. La Iglesia católica ha sido fundada por Jesucristo, y por tanto es obra de Él. A través del Magisterio de la Iglesia, Jesucristo nos sigue hablando y enseñando qué es lo que espera de nosotros. Otra cosa es que alguien me diga: yo no creo en los curas. Por supuesto entre los curas hay de todo, pero nunca nos olvidemos que, a pesar de los fallos humanos, la Iglesia es vehículo necesario de evangelización, y que gracias a ella, nos está llegando fielmente el mensaje de Cristo. Pero ese mensaje no es puramente teórico, sino tiene un alcance práctico de enorme importancia. No son sólo los diez mandamientos, ni el mandamiento principal del amor, ni el intentar seguir la Moral de las Bienaventuranzas, sino la Moral Católica se refiere a todos los grandes problemas del hombre de hoy, como puede ser todo lo relacionado con la familia, la vida y la justicia social. Cito por su claridad la Exhortación Apostólica «Sacramentum Caritatis» de febrero del 2007 de Benedicto XVI, cuyo nº 83 dice así: «Es importante notar lo que los Padres sinodales han denominado coherencia eucarística, a la cual está llamada objetivamente nuestra vida. En efecto, el culto agradable a Dios nunca es un acto meramente privado, sin consecuencias en nuestras relaciones sociales: al contrario exige el testimonio público de la propia fe. Obviamente, esto vale para todos los bautizados, pero tiene una importancia particular para quienes, por la posición social o política que ocupan, han de tomar decisiones sobre valores fundamentales, como el respeto y la defensa de la vida humana, desde su concepción hasta su fin natural, la familia fundada en el matrimonio entre hombre y mujer, la libertad de educación de los hijos y la promoción del bien común en todas sus formas. Estos valores no son negociables. Así pues, los políticos y los legisladores católicos, conscientes de su grave responsabilidad social, deben sentirse particularmente interpelados por su conciencia, rectamente formada, para presentar y apoyar leyes inspiradas en los valores fundados en la naturaleza humana. Esto tiene además una relación objetiva con la Eucaristía (cf. 1 Cor 11,27-29)» que dice: «Así, pues, quien come el pan y bebe el cáliz del Señor indignamente, será reo del cuerpo y de la sangre del Señor. Examínese, pues, el hombre a sí mismo, y entonces coma del pan y beba del cáliz; pues el que sin discernir come y bebe del Cuerpo del Señor, come y bebe su propia condenación». Y para que no nos quepa la menor duda sigue el Papa: «los Obispos han de llamar constantemente la atención sobre estos valores». De todo el mundo occidental ninguna legislación es tan antifamiliar como la española. Sólo cinco países del mundo aceptan el matrimonio homosexual, el divorcio expres tal como lo tenemos en España no lo admite nadie y que el aborto, que es un crimen abominable como nos enseña el Concilio Vaticano II y por tanto para la Iglesia, sea un derecho de la mujer, somos los primeros que vamos a admitirlo como tal derecho, a menos que logremos impedirlo. Y en cuanto a la justicia social en estos momentos hay más de cuatro millones de parados, es decir de dramas humanos en nuestro país. Voy sólo a citar unas frases de la última Encíclica «Caritas in veritate»: «Cada uno encuentra su propio bien asumiendo el proyecto que Dios tiene sobre él, para realizarlo plenamente» (nº 1); «sin la perspectiva de la vida eterna, el progreso humano en este mundo se queda sin aliento» (nº 11); «si los derechos del hombre se fundamentan sólo en las deliberaciones de una asamblea de ciudadanos, pueden ser cambiados en cualquier momento, y consiguientemente, se relaja en la conciencia común el deber de respetarlos» (nº 43); «el problema decisivo es la capacidad global moral de la sociedad. Si no se respeta el derecho a la vida y a la muerte natural, si se hace artificial la concepción, la gestación y el nacimiento del hombre, si se sacrifican embriones humanos a la investigación, la conciencia común acaba perdiendo el concepto de ecología humana y con ello el de la ecología ambiental» (nº 51); «toda la humanidad está alienada cuando se entrega exclusivamente a proyectos humanos, a ideologías y utopías falsas» (nº 53); y «el hombre se valoriza no aislándose sino poniéndose en relación con los otros y con Dios» (nº 53). En pocas palabras, por nuestro bien, no nos alejemos de Dios.
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