Jueves, 28 de marzo de 2024

Religión en Libertad

La comunicación que crea la cultura del encuentro


Pueden y deben prestar los medios un servicio a la cultura del encuentro y hacerla posible a través de cuatro vertientes que son fundamentales: la formación, la participación, el encuentro mismo y el diálogo.

por Monseñor Carlos Osoro

Opinión

La historia y la vida de los hombres hemos de construirla desde la verdad y promoviendo la cultura del encuentro, lo que conlleva asumir diferentes y variados desafíos. La XLVIII Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales que la Iglesia celebra este domingo, 1 de junio, es un buen motivo para considerar que la industria de los medios no puede reducirse al servicio de sí misma o a una función solamente guiada por el lucro, sino que debe ejercer una responsabilidad en el protagonismo que tienen esos medios de comunicación para que los hombres nos encontremos los unos con los otros y nos dispongamos a servirnos. Pueden y deben prestar los medios un servicio a la cultura del encuentro y hacerla posible a través de cuatro vertientes que son fundamentales: la formación, la participación, el encuentro mismo y el diálogo. De ellas quiero entregaros algunas pinceladas, como si tratara de un cuadro enmarcado en estas realidades que acabo de enumerar.

La formación. Es importante que sepamos hacer un uso responsable de los medios, lo que significa utilizarlos con inteligencia y con propiedad, siempre para construir a los hombres y a la sociedad. Esto ayuda a las personas y ayuda a la humanidad. ¡Qué importante es saber impulsar y utilizar los medios para formar y servir! El profundo impacto que los medios nuevos engendran en la persona y en la sociedad, y que viene configurando un nuevo vocabulario, con nuevas imágenes que también dan nuevo rostro a la cultura de los pueblos, debe impulsarnos a planear siempre a quienes los ofrecen y los utilizan estas preguntas: ¿me están formando más y mejor en la verdad? ¿soy más persona? ¿tengo más capacidad para encontrarme con el prójimo? ¿acojo mejor a todos o descarto a personas y grupos? ¿soy más promotor de la paz, de la justicia? ¿me ayudan a servir mejor y más a quienes me encuentro en la vida? ¿protegen o erosionan mi persona en todo aquello que puedo aportar para construir un tejido social más justo y al servicio de todos, especialmente de los que más lo necesitan?

La participación. Los medios son un bien que está destinado a toda persona y requieren cooperación y co-responsabilidad. Precisamente porque tienen que servir a la “belleza verdadera”, tienen que ser como un espejo en el que, al verse la persona, se descubra en su ser imagen de Dios. Al verse en ese espejo que son los medios, la persona inspira y vivifica el corazón y la mente. De ahí, que nunca pueden los medios ser espejos que reflejen la vulgaridad, lo falso y lo feo, que depriman y animalicen al ser humano en actitudes y comportamientos. La participación en ellos es necesaria, ya que los medios tienen que promover la dignidad humana fundamental, las metas importantes de la humanidad. Es una participación para promover el bien común, respetar la verdad, proteger la dignidad de la persona.

El encuentro. Se trata de que los medios hagan una gran conquista: que todos los hombres nos encontremos. No es una conquista tecnológica, es una conquista humana. Los medios, o nos ayudan a crecer como personas que se disponen a hacer juntas esta historia y a promover lo mejor del ser humano, o nos rebajan y nos separan del prójimo. El encuentro ayuda a que los hombres seamos conscientes de tres circunstancias:

1) Somos si estamos presentes en esta historia. Reconocidos porque vestimos el traje de la verdad, de buscar el bien para todos, de promover la autenticidad del ser humano, con el gozo de sabernos hermanos de todos y con la alegría de asumir la vida tratando de construir la fraternidad.

2) Presentes escuchando a todos, pues sabemos que la persona se expresa con plenitud cuando se ve acogida y no solamente tolerada. Sepamos escuchar como lo hizo el ser humano más perfecto que hemos conocido, la Virgen María, a quien el Señor se refirió cuando dijo: “Dichosos los que escuchan la palabra de Dios y la ponen por obra”. No tengas miedo de escuchar a Dios, pues te hace entrar en esa necesidad del encuentro, del respeto del otro, de su promoción y, simple y llanamente, porque es obra de Dios. Escuchar es entrar en la profundidad de la vida y recoger todo lo que se nos regala para ponerlo por obra. Escuchar siempre, porque en esa escucha oímos a los otros, a los de cerca y a los de lejos, oímos también más allá de nosotros mismos y, entonces, aprendemos a mirar todo lo que nos rodea con ojos distintos y a apreciar modos de entendernos que hacen mucho más bella la vida del hombre. Siempre me impresionan aquellas palabras del Evangelio: “abrazaba a los niños, y los bendecía poniendo las manos sobre ellos” (Mc 10, 16). Y aquellas otras de que quien “escandaliza a uno de estos pequeños más le vale que le pongan al cuello una piedra de molino” (Lc 17, 2). Estas palabras reflejan el respeto de Cristo por el hombre que es imagen de Dios. Un respeto desde el inicio mismo de la vida, de tal manera que nos impulsa a crecer en una manera de vivir, de ser, de relacionarnos, de construirnos en plenitud, que siempre nos lleve a ver en el otro a Dios mismo. Los medios de comunicación tienen que ponerse al servicio de la cultura del encuentro que es la que se inicia desde el instante que Dios se hace hombre. Viene a encontrarse con nosotros para que nosotros nos encontremos y busquemos siempre a los otros.

3) Presentes, escuchando y siendo testigos de la visión del hombre que nos ha revelado Jesucristo y que a los creyentes nos ha regalado. Nos ha dado su Vida, para que tengamos vida, esa vida que nunca se desentiende de nadie, que desea encontrarse con todos, porque nadie sobra, y que a quienes más necesita son a los primeros que va a buscar. No podemos vivir solos y encerrados en nosotros mismos. Hemos sido creados por amor y hemos de amar y experimentar que somos amados.

El diálogo.
Un diálogo que comienza con una pregunta, ¿quién es mi prójimo? Y que el Señor responde con una parábola, la del buen samaritano. Ahí sí que se da un verdadero diálogo, que comienza por recoger a quien está tirado y ya ni siquiera puede oír, “estaba medio muerto”. Un diálogo que continúa poniendo todo lo que uno es y tiene al servicio del otro. Así, con lo que tiene, hace la primera comunicación: sus manos lo curan. Y para que pueda entablar un diálogo verdadero, hace posible que lo cuiden otros hasta que, quien ha sido recogido herido, pueda entender todo, entre otras cosas, que es hijo de Dios, que es amado. El diálogo necesita cercanía y proximidad, entrega y confianza, necesitamos al otro. Sin el otro no puedo dialogar. Las estrategias son necesarias, pero no es lo más importante, ya que la belleza, la bondad, la verdad, el reconocimiento del otro hay que expresarlo como Dios mismo lo hizo: no en la lejanía, porque Él “se hizo hombre”; no en la superioridad, porque “siendo Dios no tuvo a menos hacerse hombre”; no en el bombardeo de mensaje, sino en la donación a los demás de todo lo que somos y tenemos, porque “lo subió a su cabalgadura”; no en la dureza llena de palabras, sino en la ternura de ponerse en juego uno mismo amando y acercándonos a curar todas las heridas, porque “acercándose, vendó sus heridas, echando en ellas aceite y vino”.
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