Martes, 23 de abril de 2024

Religión en Libertad

La sucesora


por Alfonso Ussía

Opinión

La Iglesia Sueca ha designado a la señorita Greta Thunberg, la de la infancia destrozada, «Sucesora de Cristo». Y ella, en un alarde de humildad, ha aceptado el nombramiento. Me pinchan y no sangro, los pelos como escarpias, me refiero a mis pelos, no a los de la Sucesora de Cristo, como es de bien suponer. Para nombrar «Sucesora de Cristo» a quien tanto lo merece, resulta obvio suponer que la Iglesia de Suecia es cristiana, probablemente luterana, o simplemente sueca, como los Volvo. Su elección me parece un acierto, porque con esa mirada tan dulce y garrapiñada, no deja espacio a la duda. Es la «Sucesora de Cristo», pero no atisbo comparación entre sus padres con la Virgen y San José, que no se alimentaban con el «smorgasborg», una feria de entremeses variados que gustan consumir los suecos los fines de semana. Ahí radica el obstáculo fundamental. Entre el Volvo de su padre, la afición a las saunas en pelotas de su madre y el «smorgasborg», la altura a superar es harto peliaguda.

No obstante, si la Iglesia de Suecia ha decidido tal cosa, nada hay que objetar. Como antiguo miembro y leal feligrés de la Iglesia sueca, mi obligación no es otra que acoger con entusiasmo su designación. Lo llevaba oculto, inmerso en mi discreción, pero ya es hora de salir del armario. Mis padres, católicos, apostólicos y romanos, tuvieron diez hijos, de los cuales yo ocupé el séptimo lugar. Mi padre, vasco y austero, era un buen cristiano, generoso y seco amante de la Virgen del Pilar, la Virgen del Carmen, la Inmaculada Concepción y el Cristo de la Buena Muerte. Y mi madre, que jamás nos inculcó a sus hijos el odio contra quienes asesinaron en Paracuellos del Jarama a su padre, don Pedro Muñoz-Seca, era una mujer simpatiquísima que se confesaba con dos padres jesuitas. En Madrid, el padre Regueira, y en San Sebastián el padre Lacumme. Su única duda de fe tuvo lugar en San Sebastián. Llegó a finales de junio y acudió a saludar al padre Lacumme. Su confesionario tenía otro propietario, el Padre Sagastume, que vaya usted a saber. Y entró en la sacristía. Ahí imperaba un roble. Un jesuita de Loyola, alto y fuerte como un árbol que preguntó a mi madre el motivo de su irrupción en la sacristía.

–Vengo a protestar porque le han birlado el confesionario al Padre Lacumme.

El jesuita le abrió las puertas de la realidad.

–Hija mía, el padre Lacumme «falleshió» en febrero. Nadie le ha birlado nada, «falleshió».

Y mi madre consternada, emitió un tópico, un lugar común.

–Qué tristeza, pero ya estará junto a Dios en el Cielo.

Ante su estupor, el jesuita con aspecto de roble reaccionó:

–Ojalá, porque bien, lo que se «dishe» bien, bien, bien, estaba aquí.

Cuento estas cosas para que la Iglesia de Suecia dispare mejor. No tienen culpa. Los nórdicos son gente muy bien educada y rica, pero muy rara. Entiéndase que un ser humano condenado a veintidós horas de noche en invierno y a veintidós de luz en el verano, por lógica termina mochales. Ahí tienen al memo de Papá Nöel, que desfoga cuescos para que se rían los niños escandinavos. Los suecos se compenetran con los noruegos, los finlandeses y los viquingos de Islandia en su insuperable capacidad para adornar de civismo sus naturales hastíos y aburrimientos. Los daneses están algo más cerca de la civilización eurocristiana, pero no existe posibilidad alguna de que un danés sea elegido Papa de la Iglesia católica. Claro, que después del despiste del Espíritu Santo con un Papa argentino y peronista, el desmoronamiento es perfectamente asumible. Y en esa distracción se ilumina el nombramiento de esa lerda como «Sucesora de Cristo», lo cual no puede parecerme más exagerado y fuera de lugar.

La destrucción de su infancia no es motivo ni excusa para tan altísimo honor. Y lo escribo como miembro de la Iglesia sueca, porque me he ido por las ramas cuando me disponía a explicarlo. De los diez hermanos, y con el consabido disgusto de mis padres, el único que eligió el camino de la Iglesia sueca fui yo. Y no me arrepiento, porque se trata de una devoción supeditada el vuelo de los ánsares, el cariño a los osos, el amor a los alces, la pasión por los urogallos y la sumisión a los lobos. Es decir, la leche releche para un cazador, como el que firma. Y es de esperar que la «Sucesora de Cristo», la coñazo ésa que de niña, poco, porque tiene más horas de vuelo que la extinta TWA, no me excomulgue por un pimpampún cualquiera. La acepto como Sucesora de Cristo, sin resistencia alguna, siempre que haga público que este humilde practicante del cristianismo sueco nada ha tenido que ver con su destruida infancia. Por ahora, no creo que la reciba el Papa, que ha recibido a gente peor, si ello es factible.

Publicado en La Razón el 3 de octubre de 2019.

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