Sábado, 20 de abril de 2024

Religión en Libertad

La provocación de Dios en Navidad


Hay gente que está molesta con estas fiestas navideñas. Les viene mal. Les enciende los malos humos de los humores desabridos con la peor chamusquina.

por Monseñor Jesús Sanz Montes

Opinión

No pintan blancas las navidades cuando son nubarrones de incertidumbre lo que ensombrece el cielo de tantas personas. Hay fatiga en leer los titulares que reclaman al relato de no pocas tragedias. Y es que no se trata de una cansina manera de entristecer la vida, dando la vara con el recuento de las desgracias ajenas. Pero no se escapa ninguna de las contiendas que nos tienen a todos en vilo. En la economía seguimos sin ganar para sustos por el susto que a tantos tiene el no poder ganar nada. En la violencia aún seguimos acorralados en el rincón de la barbarie de Connecticut, con esa matanza de niños inocentes y de sus maestras heroicas, por un loco suicida amamantado por una madre con la leche envenenada. En el festival del despropósito, la insolidaridad y la hipocresía, tenemos toda una gama de comediantes a los que les gusta el disfraz que tapa sus vergüenzas y sus mentiras, para ocultar las verdaderas razones de sus propuestas demagógicas y oportunistas. Y puestos a tomar la calle, no faltan los que poniéndose fuera del sistema, nos imponen a todos el suyo sin fecha de caducidad y sin tregua en sus fechorías.

Con un cuadro así, con la amenaza maya de que esto se acaba sin dejarnos siquiera el respiro para ver si nos ha tocado al menos la pedrea lotera, hay gente que está molesta con estas fiestas navideñas. Les viene mal. Les enciende los malos humos de los humores desabridos con la peor chamusquina. De modo que hay gente que piensa que habría que dar el cerrojazo de sanseacabó, que -por cierto- no era ningún santo. Pero es aquí donde entra la verdadera condición para entender en encanto creíble y realista, la provocación tierna e inocente que siempre entraña la auténtica Navidad.

No es un tiempo infantil no apto para los problemas, las heridas y las negruras de los adultos. Es un tiempo que a todos se nos da como audaz respuesta a nuestras preguntas juntas, tan insólita como inmerecida. Es inútil que esperemos la respuesta divina según nuestros parámetros políticos al uso y al abuso, o según la praxis legislativa sin la verdad por delante, o según los intereses financieros sin entraña conocida, o según la ciencia sabihonda que perdió la humilde capacidad de asombrarse. Dios no respondió ni responde así jamás. Lo que la Navidad nos vuelve a proponer con asomo de estreno nuevo es esa vieja canción de cuna, aquella que Dios entonó en el sí confiado de una virgen doncella, entre posadas cerradas y apriscos abiertos en el relente, con aquel artesano como discreto custodio de lo que no hicieron sus manos carpinteras, en medio de la noche más buena de la historia, la nochebuena. ¿Qué dijo Dios así y entonces? Que la Palabra omnipotente, tenía que aprender a hablar. Que los pies mensajeros que recorrerían todos nuestros caminos, aún no se tenían de pie. Que una historia de salvación infinita se escribiría de modo inaudito y eficaz según fuera creciendo como hombre aquel divino bebé.

No hubo lágrima que no enjugara, ni gozo por el que no brindara. Abrazando con respeto cada lance fue aprendiendo en nuestros trances, enseñándonos a soñar la esperanza de lo mejor. La palabra final sólo le pertenece a su luz no a nuestra penumbra, a su gracia no a nuestras tristezas, a su compañía fiel, no a nuestras soledades. Sí, Dios aquí y ahora, lo vuelve a intentar. Esta es la alegría que nos embarga, no un contento fugaz. Por eso hacemos fiesta rendida, porque en nuestras contiendas Dios ha puesto de nuevo la Tienda de su bien y de su paz. Amigos y hermanos, Feliz Navidad.
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