Nuestras catedrales, faros en la noche
La Catedral de Santa María en Burgos: ochocientos años como templo de Dios y refugio del alma.
¿La conversión tiene un lugar? Es decir, ¿depende de lugares concretos, de espacios específicos y, por eso mismo, sagrados? ¿Existe una relación entre la interioridad de nuestra alma y un determinado tipo de interior?
Al relatar su conversión durante una liturgia de Navidad, Paul Claudel desarrolló la circunstancialidad del lugar de manera especial: se encontraba en Notre-Dame de París, "cerca de la segunda columna a la entrada del coro a la derecha, del lado de la sacristía". Esto no excluye que Max Jacob tuviera una aparición de Cristo en un cine Pathé de la rue de Douai... En cuanto a Clare Crockett, cuyo proceso de beatificación está en curso en Roma, lo conoció en una discoteca de Dublín. Ella había vomitado por haber ingerido demasiado alcohol cuando Él le preguntó desde el fondo de la taza del váter: "¿Por qué sigues haciéndome daño?".
Las catedrales, cajas de resonancia de la fe
Puesto que Dios es el creador de todas las cosas, puede utilizar cualquier cosa para llegar a nosotros. Y además, habiéndose perdido el cordero, ¿dónde lo encontrará el buen pastor, si no es en lugares de perdición?
Jesús le dice a la samaritana: "Llega la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre", porque "los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad" (Jn 4, 21-24). Esto parece significar que el lugar importa poco. Algunos concluyen de esto que una catedral no es más valiosa para el culto divino que un cobertizo, e incluso que el cobertizo es mejor como lugar de pobreza, de levadura en la masa, etc.
Sin embargo, esta pobreza, tan pobre como una miga de pan, necesita cofres preciosos para ser exaltada. Hacen falta cajas de resonancia, oasis al abrigo del bullicio habitual, para que las palabras de caridad se transmitan materialmente, para que se vean desde lejos: un edificio inmenso y sublime abierto a todos, una flecha lanzada a lo alto, así, sin objeto, en medio de la ciudad, mientras alrededor cada metro cuadrado es aprovechado febrilmente.
Un día en la iglesia de Saint-Séverin
La cifra existe, y es la de una estadística: el 16% de los bautizados en Pascua este año han declarado que el incendio de Notre-Dame fue para ellos un acontecimiento decisivo, un "faro en la noche". Pero también es la figura de un misterio, el del Verbo que "habitó entre nosotros".
En Notre-Dame de Paris [Nuestra Señora de París], Victor Hugo afirma que el libro (es decir, su novela) acabará sustituyendo a la iglesia: "La tipografía matará a la arquitectura". Mientras tanto, se ve obligado a reconocer el esplendor de este "pensamiento escrito en piedra", de esta "aventura esculpida", de este "registro principal de la humanidad hasta el siglo XV".
Ricos y pobres, jóvenes y ancianos, estuvieran donde estuvieran, podían ver el campanario que dominaba la ciudad y recordar así la enseñanza de ese dedo que siempre apunta al cielo. Sin embargo, Hugo acaba cantando el triunfo de los que están sentados en una sala de lectura. No previó en absoluto que en nuestro tiempo sólo estarían ante una pequeña pantalla, errantes, semejantes a aquel endemoniado que "no tenía más morada que los sepulcros" (cf. Mc 5, 1-5). Ahora bien, un buen día, la pequeña pantalla les muestra la catedral en llamas, y recuerdan...
Por mi parte, fue al dejar mis libros (entonces estudiaba en la Sorbona) y entrar en la iglesia de Saint-Séverin cuando ocurrió algo, allí delante de aquella estatua de Nuestra Señora de la que antes me había burlado.
Iglesia de Saint-Séverin, en París, del siglo XIV.
Unos días antes me había fijado en los exvotos y me había burlado de la superstición de la gentecilla. Y ahora que creía que mi padre estaba a punto de morir, volví a ese lugar y recé con la verticalidad que me comunicaban sus columnas, en su elevación y en el libre despliegue de su torsión... De repente, sentí que estaba en mi sitio.
Personajes
La conversión de Fabrice Hadjadj: de familia judía de izquierda radical, él era ateo y nihilista... hasta que leyó la Biblia
Javier Lozano / ReL
Todos pecadores a la espera de la gracia
Por supuesto, antes de ese momento había leído la Biblia en la habitación de los huéspedes y había tenido encuentros con testigos vivos en los bancos de la universidad. Pero necesité ese lugar separado y accesible, hogar doméstico y cohete al mismo tiempo, para comprender que esta característica humana de mi cuerpo que es la estación erguida me situaba en el "eje de la angustia", me convertía, de pies a cabeza, en un grito silencioso entre la tierra y el cielo, y que este grito silencioso era la esencia de mi palabra...
Y entonces, en esta iglesia, yo ya no estaba en un círculo íntimo, en un consorcio de personas de mi edad y procedencia que compartían mis intereses. Me encontré al mismo nivel que aquellos a los que había mirado por encima del hombro el día anterior, en esa igualdad más que democrática de pobres pecadores a la espera de la gracia.
Antes de la comunión, los fieles pronuncian estas palabras: "Señor, no soy digno de recibirte, pero di una palabra y estaré curado" [traducción de la versión francesa]". Desgraciadamente, la versión francesa olvida lo que los ingleses y los españoles han restablecido en su traducción del misal latino: "Señor, no soy digno de que entres en mi casa [en latín: sub tectum meum, en inglés: under my roof, bajo mi techo], pero una palabra tuya bastará para sanarme". No está sólo el "yo": están el alma y el techo, sin los cuales no podría recogerme.
La interioridad de la casa recuerda la interioridad del corazón. Y esta doble interioridad recuerda una doble hospitalidad. Al descubrir que tengo un alma más grande que el mundo entero y donde puede habitar lo infinito, abro también mi puerta al prójimo, que a su vez me parece de una profundidad abismal.
La catedral no sólo está ahí porque nos encontramos codo con codo con lo que nos supera. Es también la metáfora insustituible que nos permite ver incluso al más pequeño de los transeúntes -¡incluso al turista!- como más grande y sagrado que una catedral.
- Publicado en Tempi.