Jueves, 28 de marzo de 2024

Religión en Libertad

Nos invaden las reformas


Reformar significa, con un tinte más temporal, juzgar el pasado proyectándonos hacia el futuro, y con una finalidad antropológica: el crecimiento objetivo del ser humano.

por José F. Vaquero

Opinión

Una realidad, al estilo de virus, troyano o partícula interactiva nos está invadiendo en estas últimas semanas. Para unos, en España y fuera de España, es casi la panacea, ad intra y ad extra; para otros, se trata de la evidencia de que la derecha sigue y seguirá mintiendo (creo que este virus o partícula no tiene un color tan negro ni tan blanco). Se trata de las “reformas”: reforma económica, reforma del sector financiero, reforma del mercado laboral... Las primeras consecuencias cercanas las veremos en la próxima nómina (reforma del IRPF), aunque los economistas ya identifican sus consecuencias en esos seres abstractos que llaman prima de riesgo o colocación de la deuda.

El centro de la política y la sociedad actual parece radicar en esta curiosa partícula. Muchos se preguntan qué reformar, aunque antes conviene plantearnos por qué reformar y para qué reformar. El hombre anhela crecer, mejorar, y cuando algo no contribuye a ese fin pierde su razón de ser. Si el alpinista encuentra un camino que dice “para rodear la montaña” lo obvia, pasa de él, porque lo que persigue es llegar a la cumbre. Y si camina algún tramo por él, lo hace durante un breve tiempo y mientras repone fuerzas o encuentra el camino a la cumbre.

El hombre vive en el tiempo, cambia, y con él todo lo que le rodea. Por eso siempre está en constante reforma, en permanente adecuación a las circunstancias actuales. Los existencialistas como Heidegger (a lo mejor los lectores LOGSE sólo saben de él que fue alemán...) no estaban tan equivocados. Este ser temporal que somos cada uno debe hacerse constantemente, cada día. Y cada día necesitará hacer reformas, mejoras, cambios, para adecuarse al presente.

Pero reformar no significa tirar todo y empezar de cero, ni cambiar todo por el hecho de cambiarlo. Una casa que se reforma no se destruye; se tiran algunas paredes (nunca los muros de carga), la división de algunas habitaciones, algunas partes de la instalación de la luz o el agua, pero algo queda. Y dentro de ese esquema básico se configura la reforma. De otro modo, tiramos el edificio y construimos uno nuevo. Ese constante hacerse en el que estamos inmersos no significa que no tengamos una naturaleza estable, que siempre permanece, sino que hay que actualizarla aquí y ahora, adaptarla en lo accidental.

Reformar significa, con un tinte más temporal, juzgar el pasado proyectándonos hacia el futuro, y con una finalidad antropológica: el crecimiento objetivo del ser humano. Hay que mirar el pasado, no demonizarlo ni canonizarlo. Habrá habido cosas buenas y cosas malas, luces y sombras. Juzgar ese pasado proyectando nuestra situación presente si no cambiamos nada. Con una realidad diaria, concreta y muy dolorosa para millones de personas: el crecimiento del desempleo. Si proyectamos la situación de los últimos meses o años, la perspectiva es demoledora. Uno de cada cinco trabajadores potenciales no tiene trabajo. A la luz del pasado y con una proyección de futuro se impone una reforma.

Y después llega la parte más complicada: el crecimiento objetivo del ser humano, de todo ser humano. Si la reforma laboral, por poner un ejemplo, da libertad de movimiento a los directores para rescindir libremente y gratuitamente el contrato a sus trabajadores, parece evidente que ese bien objetivo repercute sólo en la patronal. O si la facilidad para conceder créditos significa para los bancos un crédito a ciegas que casi seguro no le será reembolsado, también se compromete el bien objetivo de todos. Casos extremos, cierto, pero que ilustran que “del dicho al hecho hay un trecho”, y ahí está la grandeza de la creatividad humana, buscando construir las reformas más convenientes para cada momento.

En la gran encíclica humana (y social) de Benedicto XVI, Caritas in veritate, alude a esta problemática existencial de las reformas. No hay una solución fija, cerrada y determinada a los problemas de la sociedad; hay unas pautas y una creatividad constante, para adecuar los principios generales al hoy de cada día. Creatividad, adaptación, siempre manteniendo claros los principios vitales, que en este campo es el bien objetivo de las personas, el bien común, que no se identifica unilateralmente con el bienestar o la comodidad económica.
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