Jueves, 25 de abril de 2024

Religión en Libertad

Soñar es gratis


"Obrar bien es lo que importa. Si fuese verdad por serlo; si no por ganar amigos para cuando despertemos", afirma Segismundo después de sus devaneos entre sueño y realidad.

por José F. Vaquero

Opinión

Buen lema para una campaña publicitaria en tiempos de crisis, como los actuales. Soñar es gratis, no tienes que pagar por ello. Es uno de los privilegios del hombre, libres de verdad. Incluso de los que están en la cárcel, o en sistemas dictatoriales que coartan la libertad. Pero este soñar, el sueño del ojalá, del “y si...” no consuela ni llena el anhelo del corazón, si no va acompañado de cierta realidad. Pero ¿existe una realidad y una ficción, sueño y vida real? ¿No parece que a veces se confunden y se mezclan, sin dejar claro en cuál de los planos estamos?

Es la paradoja de Matrix, un mundo que creemos real, y sin embargo es sueño, impulsos mentales. La paradoja que ya antes se habían planteado muchos filósofos, Schopenhauer, Hume, Descartes, Platón... Me llama la atención el pensamiento del francés fundador del racionalismo: después de afirmar el “Pienso luego existo”, para salir de la eterna duda entre realidad y ficción o pensamiento, recurre a la bondad de un Ser Supremo, que organiza todo: No puede ser tan malo como para dejarnos vivir en el engaño; algo de realidad tiene que haber.

En esa paradoja realidad – ficción, en el sueño (dulce sueño o pesadilla) se se encuadra la gran obra de Calderón de la Barca, “La vida es sueño”. El rey Basilio, ante los malos presagios sobre su hijo Segismundo, tiene a éste encerrado en una torre, bajo el cuidado y vigilancia de Clotaldo. La noble Rosaura, por accidente, se encuentra en la torre del príncipe desconocedor de su condición. El rey Basilio quiere dar una oportunidad a Segismundo, para justificar su prisión nombrarle su heredero. Lo trae a palacio mientras duerme; Segismundo se despierta en palacio como rey, y al despertar cree estar soñando.

Su actitud, al hallarse rey, es tomar su pasado como sueño. Y al ver a su antiguo guardián rindiéndole honor, le acuse de vil e infame, de traidor, y le intenta matar. Se desata la soberbia del poder, la venganza, el rencor. Su padre, el rey Basilio, opta por devolverle a prisión, nuevamente dormido, para que al despertar crea que todo es un sueño.

Al despertar, comienza la confusión en Segismundo. ¿realidad? ¿sueño? Ve estando dormido y sueña estando despierto. Clotaldo deja un criterio de plena actualidad y sabiduría: “aun en sueños no se pierde el hacer bien”. Segismundo concluye sabiamente: “El vivir sólo es soñar y la experiencia me enseña que el hombre que vive sueña lo que es hasta despertar”. Sueña el rey que es rey, sueña el rico en su riqueza, sueña el pobre en su pobreza...

La trama se complica ante el nuevo heredero de Polonia, un príncipe de Moscú, y la rebelión del pueblo polaco. Liberan al príncipe Segismundo, que se debate entre sueño, sobras, y realidad. No se fía de aquello que ve tan clara y distintamente, real o sueño. Vuelve a soñar, pero ahora con criterio, con atención y consejo. Se inicia la batalla del hijo contra el padre. Y nuevamente el mismo criterio: aun en sueño no se pierde el hacer bien. “Obrar bien es lo que importa. Si fuese verdad por serlo; si no por ganar amigos para cuando despertemos”

En palacio, y conversando con Rosaura, aunmenta su perplejidad. ¿Es verdad? ¿Es un sueño? ¿Hay tan poca distancia entre unos y otros, tanta confusión? Ante tal confusión, acude a lo eterno (la fama y el honor, ideales del caballero), y eso orienta su acción.

En medio del ardor de Segismundo, vencedor de la batalla, late una profunda humanidad: “Si has nacido humano baste el postrarme a tus pies para librarme [de morir en tus manos]”, le había dicho Rosaura en la prisión. Y ahora él reconoce la equivocación del padre y le ofrece su perdón.

¿Vivimos en lo real o en un sueño? Hay quien pierde tiempo, energías y dinero filosofando sobre el tema ad infinitum; es mejor vivir, respetando ese criterio que dejó Clotaldo a Segismundo. En todo momento conviene obrar bien, y sólo eso quedará para lo eterno. El poder, la riqueza, los bienes materiales, llegan y se van (o nunca llegan), pero a la buena persona, aunque pobre, siempre se la recuerda. ¿Abunda este criterio en las personas públicas de España? Si juzgamos desde las puertas de los tribunales, la conclusión es casi evidente. Afortunadamente abundan las desconocidas buenas personas.
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