Sábado, 20 de abril de 2024

Religión en Libertad

¡En la rica Alemania la Iglesia se hace pobre!


Jamás antes de su tercer viaje a la patria Benedicto XVI había dado una preeminencia tan fuerte al ideal de una Iglesia pobre de estructuras, de riquezas y de poder. Pero al mismo tiempo ha insistido también en el deber de una vigorosa "presencia pública" de esta misma Iglesia. ¿Son posibles las dos cosas juntas?

por Sandro Magister

Opinión

El impacto del tercer viaje de Benedicto XVI a Alemania, como ha sucedido anteriormente con otros viajes suyos, ha disipado también esta vez las nubes que habían oscurecido la vigilia.

Las críticas, inclusive las más hostiles, han sido sepultadas por la apreciación generalizada, en un clima de general simpatía.

El discurso en el Parlamento, el jueves 22 de setiembre, ha hecho posible que se preste inmediatamente una respetuosa atención al pensamiento del papa Joseph Ratzinger sobre los fundamentos naturales y racionales del Estado liberal: una naturaleza y una razón animadas por el Espíritu creador de Dios.

Con la lección de Ratisbona en el 2006 y con la pronunciada en el Collège des Bernardins, de París, en el 2008, ésta del 2011 en Berlín ha conformado una trilogía que pone de manifiesto todo el pontificado de Benedicto XVI, centrado en el vínculo fecundo entre la Jerusalén de la revelación divina, la Atenas de la razón filosófica y la Roma del pensamiento jurídico, y centrado también en una relectura original y positiva de los valores del Iluminismo.

Otro momento fuerte del viaje de Benedicto XVI a Alemania ha sido su encuentro en Erfurt con las Iglesias nacidas de la reforma luterana.
De Martín Lutero el Papa no ha recordado las acciones de ruptura con la Iglesia de Roma, sino su dramática e incesante búsqueda de un Dios capaz de misericordia para una humanidad profundamente signada por el mal y por el pecado.

"La cuestión candente de Lutero debe convertirse de nuevo en nuestra cuestión", ha dicho Benedicto XVI. De este modo, trazando un camino ecuménico que no sea una táctica de negociación a corto plazo, ni anegamiento de la fe para acercarla al mundo, sino recuperación de las cuestiones esenciales del cristianismo, las únicas por las cuales las Iglesias tiene razón de ser y de hablar junto a los hombres.

Pero los discursos de Benedicto XVI que más discusión provocarán son quizás los que dirigió a los católicos de Alemania y, a través de ellos, al conjunto del catolicismo de Occidente.

En una Alemania signada, no sólo entre los protestantes sino también entre los católicos, por persistentes sentimientos antirromanos y por presiones recurrentes para efectuar reformas disciplinarias y prácticas, como ser la abolición del celibato del clero, el sacerdocio para las mujeres, la comunión para los divorciados que se han vuelto a casar, la elección "democrática" de los obispos, Benedicto XVI no ha concedido nada ante tales presiones, ni siquiera las ha citado, pero ha obligado a todos, incluyendo a quienes las proponen, a considerar la gravedad de lo que está en juego.

La Iglesia católica alemana – hizo notar el Papa – es una potencia "organizada en forma óptima". También las reformas continuamente solicitadas pertenecen a este ámbito estructural. "¿Pero detrás de las estructuras – ha preguntado el Papa – hay una fuerza espiritual correspondiente, la fuerza de la fe en el Dios vivo?".

Para Benedicto XVI "hay un desfase entre las estructuras y el Espíritu". Porque "la verdadera crisis de la Iglesia en el mundo occidental es una crisis de fe". En consecuencia, "si no llegamos a una verdadera renovación en la fe, toda reforma estructural será ineficaz".

Aquí el Papa habla al directorio de Comité Central de los Católicos alemanes, pero ha dicho cosas afines también en la homilía de la Misa celebrada en Friburgo el domingo 25 de setiembre y en el posterior encuentro con los católicos "comprometidos en la Iglesia y en la sociedad".

En lugar de reformas de instituciones y de estructuras, que para él sería un estéril acomodamiento de la Iglesia al mundo, Benedicto XVI ha predicado una reforma interior, espiritual, centrada en el supremo "escándalo" de la Cruz, escándalo "que no puede ser suprimido si no se quiere anular al cristianismo": escándalo desafortunadamente "ensombrecido recientemente por los dolorosos escándalos de los anunciadores de la fe", manchados por los abusos sexuales perpetrados contra menores.

El Papa ha puesto en guardia contra una fe exclusivamente individual, encerrado en lo íntimo. Ha insistido sobre el vínculo indisoluble que une a todo cristiano con el otro en la Iglesia universal.

Pero también ha proyecto un futuro, en Alemania y en Occidente, compuesto no por grandes masas de fieles, sino por "comunidades pequeñas de creyentes", de aquellos que en otras ocasiones él ha llamado "minorías creativas", capaces, en una sociedad pluralista, de "hacer que otros curiosos busquen la luz".

A estos inquietos buscadores de luz, en la homilía de la Misa celebrada en Friburgo, el Papa ha confiado inclusive la precedencia "en el Reino de Dios", respecto a los fieles habituales:

"Los agnósticos que no encuentran paz por la cuestión de Dios; los que sufren a causa de sus pecados y tienen deseo de un corazón puro, están más cerca del Reino de Dios que los fieles rutinarios, que ven ya solamente en la Iglesia el sistema, sin que su corazón quede tocado por esto: por la fe".

Eso no es todo. En el discurso dirigido a los católicos comprometidos en la Iglesia y en la sociedad, Benedicto XVI ha invocado para la Iglesia una purificación no sólo de los "excesos" de sus estructuras organizativas, sino de las riquezas y del poder en general, de "su fardo material y político". Ha recordado que ya había sucedido así en el Antiguo Testamento para la tribu sacerdotal de Leví, que no poseía un patrimonio terrenal sino "exclusivamente la palabra de Dios y sus signos".

Estas son afirmaciones que Joseph Ratzinger siempre las ha armonizado con otras afirmaciones complementarias. También lo ha hecho esta vez.

Por ejemplo, a propósito de los "fieles rutinarios" precedidos en el Reino de los Cielos por los agnósticos que están en la búsqueda de Dios, se ha notado que en otro momento de su viaje – en la vigilia con los jóvenes – el Papa ha confirmado que todos los bautizados, inclusive los más tibios y habituales, son de todos modos definidos justamente como "santos" por el apóstol Pablo, y no por ser buenos y perfectos, sino porque son amados por Dios y llamados todos por él a ser santificados.

Y a propósito de una Iglesia despojada de bienes y de poderes terrenales, se advierte que Benedicto XVI también ha insistido muchas veces en Alemania sobre el deber de una vigorosa "presencia pública" de esta misma Iglesia, impensable sin su "cuerpo" material que haga realidad la fe con las obras.

Pero queda en claro que jamás antes de este viaje Benedicto XVI había insistido tan acentuadamente en el registro espiritual. Jamás había dado una preeminencia tan fuerte al ideal de una Iglesia pobre en estructuras, en riquezas y en poder.

Pero al mismo tiempo, nunca antes del discurso que pronunció en el Parlamento el papa Benedicto había reivindicado con tanta fuerza al cristianismo de ser el fundamento de la cultura jurídica occidental y de toda la humanidad. Y a la Iglesia de ser hoy el gran defensor de esa civilización, en una época de extravío de sus fundamentos.

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