Jueves, 25 de abril de 2024

Religión en Libertad

El drama de la soledad


Durante varias décadas, esta sociedad fue el paradigma del progreso, sobre todo en el campo tecnológico… Trabajaron en crear robots – compañeros, pero parece que no ha dado muy buenos resultados.

por José F. Vaquero

Opinión

Entre el bombardeo constante de noticias que nos rodean, y casi nos hacen sucumbir, he escuchado un enunciado que nos debe hacer pensar. Parece una nimiedad comparado con la preocupante situación de Egipto, la constante subida del paro y el estancamiento, cada vez mayor de nuestra economía y el aparente gran pacto en torno a las pensiones. “Una cuarta parte de los presos japoneses son mayores de 65 años”. A renglón seguido explican el motivo: no es, en muchas ocasiones, un problema económico, sino psico-social. En esta sociedad cuentas en tanto en cuanto eres laboralmente productivo, facturas para tu empresa, produces; una vez que dejas el trabajo, ya sólo importas para tus amigos y tu familia. Y si éstos no existen, no cuentas para nadie. Conclusión, afirman los estudios estadísticos: los ancianos en este país delinquen para ir a la cárcel, para tener así cubiertas sus necesidades materiales y su principal necesidad, la de vivir con alguien.
 
Durante varias décadas, esta sociedad fue el paradigma del progreso, sobre todo en el campo tecnológico. Han ido minando paulatinamente la familia y las relaciones humanas. Y previendo el aumento de ancianos y sus necesidades trabajaron en crear robots – compañeros, pero parece que no ha dado muy buenos resultados. Aumenta la técnica, las paredes de nuestra sociedad se pintan de vivos colores, pero la humedad de los muros termina aflorando. ¿Por qué la técnica y el progreso no nos llenan, no nos satisfacen? A lo mejor hay que picar las tuberías y ver qué pasa con esa tubería central, llamada “humanismo” o “idea que nos hacemos del hombre”. ¿Está picada esta tubería? Cuidado, pues si fuera así por ella se está perdiendo alguno de sus componentes principales, o todos ellos.
 
El primer componente es la dimensión individual del hombre. A primera vista, parece que aquí no perdemos nada. Vivimos la era de la libertad, del respeto al individuo, del “yo digo y nadie se puede oponer” Pero este individualismo desmedido está viciado. En luga4r de ser un componente sano carcome al individuo y a la sociedad. Asistimos al crecimiento desmedido del yo, pero sin más fundamento que la arena movediza de mi particular opinión, o la base móvil del “valgo por lo que dicen los demás de mí”. La sociedad se hace una suma de individuos que “alguien” maneja, rompiendo así la esencia del individuo.
 
Un segundo componente podemos encontrarlo en la dimensión social de la persona. No somos islas, Robinson Crusoé; y para evitarlo, podemos hasta delinquir si vemos lo relatado en esta noticia, forzando, casi exigiendo, ir a la cárcel, a una especie de residencia para la tercera edad donde entre todos se hacen compañía. Necesito al otro, no para suplir mis limitaciones, sino para complementar mi propia vida, y la del otro. No es debilidad, sino grandeza de construir juntos.
 
Y la última dimensión, polémica pero no por ello menos real, es la dimensión religiosa. Hay problemas tecnológicos que siguen sin solución; pero sobre todo hay problemas más profundos que seguirán sin solución. Y no es cuestión de tiempo, simplemente son así. ¿Cómo se explica la muerte, el dolor del inocente, la injusticia para con el sencillo? Si no hay un más allá, algo, Alguien, la vida es un interrogante sin respuesta.
 
Cuando estas tres dimensiones construyen al ser humano, el presente se vive con alegría y el futuro con esperanza. Y en muchas ocasiones nos hemos cruzado con viejecitos que tienen más ilusión y alegría que muchos jóvenes veinteañeros.
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